Necesitamos
los ojos claros y limpios de un niño para ver lo bello de la vida y siempre llevaríamos
la sonrisa de la alegría en nuestro semblante
Deuteronomio 31,1-8; Sal. Dt 32; Mateo 18,
1-5. 10. 12-14
No hace muchos días en las rede
sociales aparecía una foto de un amigo, no ya tan joven, que aparecía jugando
como si de un chiquillo se tratara en esos parques de juegos que ahora
fácilmente nos encontramos para entretenimientos de pequeños y de grandes; allí
estaba disfrutando como un niño tirándose de unas sogas colgantes, realmente no
sé el nombre del juego acaso porque ya me voy poniendo mayor. Yo le comentaba
que le estaba saliendo al flote el alma de niño que todavía llevaba dentro.
Me vino a la memoria esta breve
anécdota al escuchar lo que nos pide hoy Jesús en el evangelio, que nos hagamos
como niños. Hay a quien no le gusta que lo traten de manera infantil, pero
realmente llevamos un alma de niño dentro de nosotros que sin embargo por la
seriedad con que nos tomamos la vida queremos ocultar como si nos pareciera que
eso nos iba a empequeñecer. Pero ojalá nos quedara aquella inocencia y aquellos
ojos limpios sin malicia, que desgraciadamente la vida se ha encargado de hacer
turbios; aquellos ojos de curiosidad que siempre buscan y preguntan porque quieren
saber, porque quieren creer, porque quieren crecer; lo malo es que cuando vamos
creciendo dejamos crecer también la mala hierba de la malicia en nuestro
corazón que ya nos impedirá tener aquella mira clara y limpia del niño para
descubrir lo bello de la vida.
Le había preguntado a Jesús quién es el
más importante en el reino de los cielos. Siempre los hombres nos estamos
preguntando cómo podemos ser importantes, aparecen esos deseos de grandeza y de
orgullo con tanta facilidad en nuestros deseos y aspiraciones. Pero Jesús, por así
decirlo, les rompe los moldes porque les pone un niño en medio de ellos. En
aquella época el niño era poco considerado, mientras no llegara a una cierta mayoría
de edad no eran tenidos en cuenta. También nosotros decimos de las cosas de los
niños ‘eso son chiquilladas’ y no le damos importancia tantas veces.
Conocemos bien la respuesta de Jesús. ‘Os aseguro que, si no volvéis a ser como
niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga
pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que
acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a
uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en
el cielo el rostro de mi Padre celestial’.
Ya Jesús
nos dirá en otro momento que el Reino de los cielos es de los pobres, y que
serán los pequeños y los sencillos los que más están abiertos a Dios, que se
revela a los humildes. Hoy nos dice que si no somos como niños no entraremos en
el Reino de los cielos. Ya le diría a Nicodemo que había que nacer de nuevo,
aunque aquel hombre se preguntara cómo siendo uno mayor puede volver al seno de
su madre para volver a nacer. Hoy nos dice Jesús que tenemos que hacernos como
niños. Y esos serán los más grandes.
¿Nos hemos
fijado en la sonrisa alegre de un niño no solo en medio de sus juegos sino
también cuando se siente a gusto con los que le rodean? Una alegría que nace de
ese corazón sin malicia, de ese corazón inquieto que busca, de esa generosidad
espontánea que lleva al encuentro con los demás, de esas cosas hechas con
inocencia donde no aparecen ni las malas intenciones ni la doblez y el engaño.
Son las cosas que tendríamos que aprender a vivir para que sigamos manteniendo
esa sonrisa alegre en nuestra cara.
Aprenderíamos
así a convivir y a aceptarnos, aprenderíamos a caminar juntos siendo capaces de
darnos la mano porque confiamos siempre en el que va a nuestro lado. Haríamos
la vida bella siempre porque estaríamos dispuestos a evitar las espinas que
pudieran dañar. Seríamos capaces de seguir jugando como niños con la alegría
sana que brota de corazones sanos. ¿No serían estas señales de que estamos
viviendo en los parámetros del Reino de Dios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario