Gén. 11, 1-9
Sal. 32
Mc. 8, 34-35
‘¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero…?’, se preguntaba Jesús. Ganar el mundo entero. Todos buscamos ganar. Pero ¿cuáles son las ganancias que nos preocupan o que más apetecemos? Dinero, riqueza, poder, fama, honores, suerte. Salud, pasarlo bien ahora, disfrutar de todo… Por ahí van las aspiraciones de muchos. ¿Nuestras aspiraciones también? Cuidado que no estamos exentos de esos deseos allá en lo más íntimo y oculto de nosotros mismos.
Bueno hoy lo vemos reflejado también el texto de la torre de Babel. Los hombres querían llegar al cielo. Se sentían poderosos y capaces de hacer grandes cosas. ‘Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos famosos y para no dispersarnos por la superficie de la tierra’.
El orgullo de querer ser grande nunca ha estado lejos de las aspiraciones de los hombres de todos los tiempos. ¿Qué es lo que leemos en las noticias todos los días? Cuántas manipulaciones y cuántas corruptelas con tal de ganar más o tener más influencia o para alcanzar el poder. Serán los políticos, serán los hombres de la economía, serán los del deporte, serán… la lista se nos haría interminable.
Pero ¿cuál es la ganancia que nos ofrece Cristo? ¿Ganar este mundo terreno, finito y caduco o ganar una vida eterna dichosa y feliz? ‘¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? ¿qué podrá hacer para recuperarla?’ Es la pregunta de Jesús. Es el planteamiento de Jesús que nos habla de perder la vida para ganarla, que nos habla de que, quien busca una ganancia terrena como única meta, la perderá; que nos habla de cargar la cruz, de negarse a sí mismo para seguirle.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará’.
Esto de negarse a si mismo, de cargar con la cruz, ¿suena a masoquismo? Ni mucho menos. No es sufrir por sufrir. Es algo mucho más hondo. Se trata de dar un sentido a la vida desde el amor. Como lo hizo El. Es el amor el que da profundidad a la vida, el que le da verdadero sentido. Y si lo llegamos a comprender entenderemos bien las palabras de Jesús.
Cuando uno se da y se olvida de sí mismo es verdaderamente feliz. Algunos piensan en la felicidad simplemente como recibir para sí para engordar su bolsillo o su ego. Pero algo que nos enriquece mucho más. Es todo lo que podamos hacer por los demás. Esa es la mayor riqueza, la del amor. El darse y el amor es la riqueza más grande que le podemos dar al corazón.
Si amo, querré hacer feliz al otro, aunque eso me haga olvidarme de mi mismo. Pero no voy a perder, sino que voy a ganar porque mi amor incluso se vera enriquecido y tendré la más honda satisfacción dentro de mi mismo. Crecerá el amor, crecerá mi vida, crecerá, en consecuencia, mi felicidad.
Cristo se olvidó de sí mismo, no temiendo la cruz. Si seguimos su ejemplo, tomamos también nuestra cruz, lo hacemos con amor, podremos alcanzar la felicidad sin fin, eterna. Tendremos a Dios y es El quien nos llenará de la vida y de la dicha más plena. ¿De qué me valen las riquezas materiales, la fama o los honores si no soy capaz de darle plenitud a mi vida? Ya sabemos a cuánta confusión, división, enfrentamiento nos lleva cuando dejamos guiar la vida solo por el egoísmo y la ambición. El texto de la Torre de Babel nos lo refleja en la confusión de lenguas que es mucho más que hablar idiomas diferentes.
La plenitud la alcanzamos en el amor.
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