Gén. 9. 1-13
Sal. 101
Mc. 8, 27-33
El amor es un camino que nos lleva a la fe, nos hace descubrir, nos hace sentir la fe; pero lo que algunas veces nos resulta más difícil es comprender toda la profundidad del amor que se hace entrega hasta el final, hasta el sacrificio.
Esto me ha hecho pensar el texto del evangelio de este día. Porque cuando vamos experimentando en nuestra lo que es el amor que Dios nos tiene y se nos manifiesta de tantas maneras, terminamos haciendo una profesión de fe en ese Dios que así nos ama, y queriendo darle la mejor respuesta de nuestro amor.
Los apóstoles habían convivido con Jesús, habían escuchado sus mensajes, contemplado su vida, admirado su entrega y su cercanía a todos, y no menos se habían sentido impresionado por sus milagros. Esta convivencia con Jesús que les hacía llegar a un conocimiento grande despertaba en ellos el amor pero les llevaría también a proclamar con toda intensidad su fe en El.
Tenía que ser alguien que venía de Dios. ‘Nadie puede hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él’, exclamaría Nicodemo en su visita nocturna a Jesús. Y era lo que los apóstoles iban vislumbrando, como era también la impresión que iba quedando en todos los que conocían a Jesús y contemplaban sus obras.
Por eso cuando Jesús pregunta qué es lo que la gente piensa de El, esa fue la primera respuesta de los apóstoles constatando la opinión de las gentes. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?.... Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas…’
Pero Jesús quería saber más. Quería saber cómo pensaban ellos. ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’
El Pedro que un día dijera ‘Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna’ El Pedro que rotundamente le dijera a Jesús, ‘Te seguiré a donde quiera que vayas’. El Pedro que finalmente hiciera aquella triple profesión de amor. ‘Tú sabes que te quiero…’ es el que ahora primero salta para proclamar desde su amor su fe en Jesús. ‘Tú eres el Mesías’. En el relato del evangelio de Mateo – más amplio – dirá que Jesús es el Hijo de Dios.
Es el amor quien se lo ha revelado. Allá en su corazón el Padre del cielo le puso esta revelación, pero fue un corazón lleno de amor por Jesús el que supo captar ese mensaje divino en su corazón.
Pero ahora vendrá lo más difícil. Porque Jesús le dice que sí, que ese amor será entrega hasta el final; que ese amor será el más grande cuando se es capaz de dar la vida por el amado; que el vivirá esa entrega, que El dará su vida; que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser entregado y condenado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y los letras, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Un amor así es difícil de comprender. Por eso Pedro tratará de convencerlo de lo contrario, de que a Jesús no le puede pasar nada de eso. ‘Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero Jesús se volvió… e increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!’ Apártate de mí que me estás tentando como el diablo.
Y es que para entender un amor así hay que tener algo de Dios en el corazón. Ser capaces de negarnos a nosotros mismos, llegar incluso a entregar la vida, sólo se puede hacer cuando estamos llenos de Dios. Nos rebelamos también nosotros tantas veces, cuando llega la hora del sacrificio, del amor hasta el final, de poner amor hasta ser capaz de dar generosamente el perdón, de olvidarnos de nosotros mismos o de nuestros intereses.
Pero ese es el camino de amor en el que nos pone Jesús. El caminó delante de nosotros. Y tenemos que seguir sus pasos, aunque sea muchas veces poner los pies de nuestra vida en las huellas que El nos va dejando en el camino. Pero sólo así podemos hacer la más hermosa profesión de fe, porque estará unida a la más honda profesión de amor. Pero para ello dejemos que Dios actúe en nuestra vida, sea El quien mueva nuestro corazón. Descubriremos entonces que no está tan lejos la fe del amor, sino todo lo contrario, tienen que estar íntimamente unidas.
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