Is. 45, 6-8.18.21-26;
Sal. 84;
Lc. 7, 19-23
Volvemos a escuchar la pregunta de los discípulos de Juan a Jesús, ahora en el relato de san Lucas. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de buscar a otro?’ ¿Quién eres tú?
Es la pregunta que planea por todo el evangelio. ¿Quién eres tú? ¿Quién es este hombre que habla con tal autoridad? ¿Quién es este hombre que realiza tales maravillas? ¿Quién es este hombre que se manifiesta con tal poder hasta para perdonar pecados? ¿Quién es? ¿Un profeta? ¿El Mesías anunciado y esperado? ¿El caudillo que liberara a Israel de la opresión de pueblos extranjeros? ¿Un hombre como los demás o Dios venido a estar en medio de nosotros?
No rehuye la pregunta Jesús porque realmente quiere que nos lo preguntemos y lleguemos a conocerlo, pero ahora más que con palabras responde con hechos, con signos, con milagros que quieren significar mucho, con su manera de estar y de acercarse a nosotros. ‘El que pasó haciendo el bien’ como un día Pedro proclamara.
Tenemos que acercanos a Jesús para conocerle. Es importante. Está en juego nuestra salvación. Miremos sus obras y escuchemos sus palabras. Dejemos que su Espíritu llegue a nuestro corazón y dejémonos conducir por El para llegar al conocimiento pleno. Caminemos tras sus pasos y dejémonos inundar por su vida. Contemplemos sus obras de amor y dejémonos cautivar por su amor.
‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído’. Da vista a los ciegos pero para que todos podamos contemplar su luz, porque El es la luz del mundo.
Levanta y hace caminar al paralítico para que nos pongamos en camino, su camino y lleguemos a encontrar su verdad, quien nos dice que es el Camino y la verdad y la vida.
Limpia de la suciedad de la lepra al leproso porque no quiere ningun signo de muerte o de mal en nosotros y para eso nos perdona los pecados, lavándonos con su sangre derramada en la Cruz.
Abre los oídos a los sordos para recordarnos cómo tenemos que escuchar su Palabra, escucharle a El, que es Palabra de salvación y de vida.
Hace resucitar a los muertos porque no quiere que permanezcamos en la soledad y la hondura del sepulcro y de la muerte sino que tengamos vida para siempre.
A todos se nos anuncia una buena noticia, una noticia de alegría y de esperanza porque comienza un mundo nuevo, porque podemos tener una vida nueva donde desaparezca para siempre el luto y el dolor, porque ha comenzado el Reino de Dios, porque todos nos sentimos amados por un Dios que es nuestro Padre y nos ama con locura de amor.
Es Jesús, nuestra luz, nuestra vida, nuestra salvación; es Jesús el que nos reconcilia con el Padre y nos otorga para siempre el perdón de nuestros pecados; es Jesús nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida que no podemos nunca abandonar; es Jesús que el rostro más hermoso de Dios que podemos contemplar; es Jesús, el Hijo de Dios, a quien ahora vamos a contemplar nacer niño en Belén, pero a quien contemplaremos dando su vida por nosotros para que tengamos vida para siempre, para darnos la salvación, para hacernos hijos de Dios.
‘Cielos, destilad vuestro rocío, rezamos con Isaías; nubes, derramad la victoria, destilad al justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia…’ Que llegue Jesús a nuestra vida; que nos llegue la gracia y la salvación; que se abra de verdad nuestro corazón para vivir a Dios.
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