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sábado, 18 de diciembre de 2010

Los ojos sensibles de José para descubrir el misterio de Dios


Jer. 23, 5-8;

Sal. 71;

Mt. 1, 18-24

Los contratiempos que vamos teniendo en la vida por los problemas que tenemos o nos afectan, los momentos duros o difíciles por los que podamos pasar en una enfermedad, por ejemplo, las dificultades por un motivo u otro que nos vamos encontrando en el camino de la vida, algunas veces pueden llenarnos de callos el corazón o cegar los ojos de la vida para endurecernos o no ver salidas a lo que nos sucede.

Es ahí, quizá, donde se tiene que manifestar la madurez de nuestra vida y también la fortaleza de nuestra fe para saber afrontar todo eso que nos sucede y ser capaces de ver más allá de lo que aparentemente parece que está primero. No es fácil a veces. Creo que hace falta una sensibilidad espiritual especial en la que debiéramos irnos entrenando en la vida, preparándonos, para cuando nos sucedan esas cosas.

¿Por qué y para qué hago esta introducción? Creo que por ahí va la lección que nos da san José en lo que hemos escuchado en el evangelio. No fueron momentos fáciles para él. Como nos dice el evangelio ‘la madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo…’ Esto es lo que estaba contemplando José que le sucedía.

¿Cuál fue su reacción, su manera de actuar? Ya lo hemos escuchado en el evangelio. ‘Era bueno y no quería denunciarla…’ No se cegó, no endureció el corazón. Nos manifiesta una entereza y una madurez grande en la bondad de su vida y como veremos en su fe.

Dios no lo deja solo. Se le manifiesta en sueños por un ángel del Señor que le habla y le descubre todo el misterio de Dios que estaba sucediendo y con el que venía la salvación para todos. ‘El salvará a su pueblo de los pecados’, le dice el ángel refiriéndose a aquella criatura que llevaba María en su seno y a quien había de llamar Jesús.

Cualquiera podría pensar que sólo era un sueño o una ilusión. Pero para José no fue un sueño más, sino que El supo escuchar la voz de Dios. Era la sensibilidad para la fe que había en el corazón de José. Eran los ojos sensibles que tenía para ver las cosas de Dios; unos ojos sensibles para descubrir el misterio de Dios.

Necesitamos nosotros esa sensibilidad espiritual, esos ojos de fe, ese espíritu sensible y abierto a las cosas grandes. No son sólo los contratiempos que padecemos en la vida, en nuestras debilidades o sufrimientos, sino que es también este mundo materialista que nos rodea lo que nos puede cegar, hacer perder la sensibilidad, endurecer el corazón. Es a lo que hemos de estar atentos. Como decía antes, hemos de saber entrenarnos para estar preparados, hemos de cultivar esa finura espiritual que nos haga mirar con ojos distintos la vida, lo que nos sucede, que nos haga mirar con ojos de fe para descubrir lo bueno, para sentir ese amor de Dios en nosotros que se manifiesta de tantas maneras.

Que no nos falte esa finura espiritual en toda nuestra vida, pero que ahora en estos días que vamos a vivir la resaltemos de manera especial, para que no nos dejemos arrastrar por tantas cosas que no son tan importantes, para que no vivamos con superficialidad la celebración del nacimiento del Señor. Que nos llenemos del Espiritu de Dios para comprender y vivir profundamente todo el misterio que celebramos. Que así nos veamos iluminados por la Luz de Jesús y nos veamos liberados de tantas cosas que nos esclavizan con el mal y el pecado. Que brille en nosotros esa bondad y esa hondura de corazón que contemplamos hoy en José.

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