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lunes, 27 de marzo de 2017

Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida

Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida

Isaías 65,17-21; Salmo 29; Juan 4,43-54
La palabra dada siempre se ha considerado algo como sagrado que hay que respetar y que en toda persona honrada siempre hemos de creer. Entre nuestros mayores no hacían falta papeles escritos ni firmas de ningún tipo porque se creía en la palabra que se nos diera.
Creíamos en la persona, creíamos en su palabra; era algo de obligado cumplimiento. Tratando entre personas maduras y honradas siempre tendría que ser así, pero bien sabemos que ya no somos tan crédulos y nos entra fácilmente la desconfianza, quizás desde experiencias negativas que hayamos podido tener o contemplar en la vida. Ahora parece que siempre tenemos que exigir pruebas que nos confirmen aquello que se nos dice y nosotros dar pruebas que confirmen nuestra fiabilidad, nuestra honorabilidad. Tenemos que hacernos creíbles y hacer que siempre se puedan fiar de nosotros, pero hemos de aprender de nuevo quizás a confiar en los demás, a confiar en la palabra dada.
Son aspectos humanos en los que me gusta fijarme, cosas que pudieran parecer insignificantes pero que pueden mostrar de alguna manera también nuestra madurez humana, y que siempre queremos iluminar con la luz del evangelio. Jesús quiere que aprendamos a confiar los unos en los otros; el plan de vida que nos ofrece en que en verdad nos sintamos en fraternidad y en comunión crearía esas bases necesarias para esa confianza que mutuamente hemos de tenernos en la vida, y más cuando vamos caminando en el mismo barco, podríamos decir, vamos compartiendo la misma vida y este mundo en el que vivimos y que entre todos hemos de construirlo mas justo y mas humano.
En el evangelio vemos llegar a Jesús a Galilea. Recuerda el evangelista lo que Jesús ya había dicho que un profeta no es bien recibido en su tierra, pero sin embargo nos dice que los galileos lo reciben bien porque han oído lo que Jesús había realizado en Jerusalén en la fiesta de Pascua porque ellos también habían ido. Pero el evangelio quiere centrarse en algo más. Un funcionario de Cafarnaún se entera de que Jesús ha llegado y sube hasta Cana donde se encuentra Jesús para pedirle que baje a curar a su hijo que se estaba muriendo. Jesús accede pero le dice que vaya porque su hijo ya estaba curado. Y aquel hombre cree en la Palabra de Jesús y se puso en camino.
‘Como no veáis signos y prodigios, no creéis’, había comenzado diciendo Jesús. Pero ante la insistencia de aquel hombre, ante la fe que esta poniendo en Jesús, accede no ya a ir, sino a decirle que estaba ya curado su hijo. Pedía aquel hombre, es cierto el prodigio de que Jesús lo curara, quería que fuera a su casa, pero aquel hombre cree en Jesús, cree en su palabra. Cuando le salen al encuentro sus criados para decirle que su hijo ya esta curado nos dice el evangelista que creyó el y toda su familia.
¿Por qué creemos en Jesús? ¿Solo esperamos ver signos y prodigios para poner nuestra fe en El? ¿Nos fiamos de su Palabra? ¿Con que atención e interés la escuchamos? Aunque no veamos cosas maravillosas y extraordinarias sepamos apreciar, sentir en nosotros la maravilla del amor del Señor presente siempre en nuestra vida. Su amor que nos llena de vida, que nos sana y que nos salva, que nos hace abrirnos a Dios, pero que nos hace abrir también nuestro corazón a los demás. De tantas maneras se manifiesta el amor de Dios en nosotros, descubrámoslo también en la confianza que los demás tienen en nosotros y en el amor y confianza que nosotros pongamos también en los demás. 

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