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viernes, 31 de marzo de 2017

Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús

Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús

Sabiduría 2,1ª.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30
Si yo lo conozco, de toda la vida, que me vas a decir tu a mi; así habremos escuchado mas de una vez a alguien hablarnos de otra persona que dice que conoce y que conoce bien de siempre, o nos habrá pasado a nosotros lo mismo, pero que realmente ese conocimiento la más de las veces es superficial y no conocemos tanto a esa persona como nosotros decimos.
Conocer a alguien no es quedarnos en la apariencia, en la superficialidad de lo externo o en algunas circunstancias quizás de su vida. Somos de alguna manera un misterio profundo cada ser humano, y no nos podemos quedar en la epidermis. Es conocer las razones profundas de la persona, es vislumbrar su interior, es conocer a fondo sus sentimientos, es el saber el quién y el qué de esa persona. Algunas veces ni nos terminamos de conocer bien a nosotros mismos.
Pero todo esto que estamos diciendo apliquémoslo al ámbito de nuestra fe, al conocimiento que de Cristo y del evangelio habríamos de tener. Sabemos cosas, pero no son solamente cosas las que tenemos que conocer; podemos hacer hasta un relato hermoso del actuar de Cristo, de sus milagros, de lo que enseñaba a la gente y si iba y venia de acá para allá por aquellos caminos de Palestina, desde Galilea o más allá de Galilea, hasta Jerusalén o todo el valle del Jordán. Pero eso no nos basta para poder decir que conocemos todo el misterio de Cristo.
Muchos también han escrito muchas cosas de Jesús pero no siempre han sabido captar el misterio de su vida; muchos nos hacen sus juicios y apreciaciones y nos encontramos las más dispares opiniones acerca de Jesús y de lo que fue su obra. Pero, quizá nos venga bien preguntarnos si nosotros mismos llegamos de verdad a conocer a Jesús.
Porque nos puede pasar como nos sucede también tantas veces en la relativo al conocimiento que tenemos de las personas; muchas veces nos puede marcar el sentido de la amistad que tengamos con alguien lo que pueden ser los intereses más íntimos y profundos que nosotros tengamos dentro de nosotros mismos. Aquello del color del cristal con que se mira; así puede ser nuestra  mirada de los demás y así puede ser nuestra mirada a Cristo que se puede ver enturbiada por nuestro personal color.
Hoy nos lo esta diciendo Jesús en el evangelio. Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado’. Les está diciendo Jesús que muchos creen conocerle pero realmente no le conocen. Podrán decir que es de Galilea o que nació en Belén, podrán decir que su padre era carpintero o que sus parientes están allá en Nazaret de Galilea, pero ¿conocen en toda su profundidad a Jesús? ¿Reconocen que El es el enviado del Padre, el Ungido del Espíritu, que viene a traernos el año de gracia del Señor, porque en verdad viene a traernos la salvación?
‘El Espíritu del Señor esta sobre mí…’ había dicho aplicándose las palabras del profeta allá al inicio de su tarea apostólica. Lleno del Espíritu de Dios había caminado en medio de ellos y había realizado la obra de Dios. Pero bien sabemos como algunos le atribuyen incluso los signos y milagros que realiza al padre del príncipe de los demonios. Era necesario dejarse conducir por el Espíritu de Dios que es el que nos revela todo allá en lo más hondo del corazón.
Es por donde tenemos que empezar nosotros para llegar a ese conocimiento vivo de Jesús, dejarnos conducir por su Espíritu.  Nos descubrirá la verdad de Jesús y que El es nuestra única verdad; nos llenará de la vida de Jesús porque El es nuestra única vida y nuestra única salvación; nos hará seguir las huellas que nos va dejando en el camino, porque El es el único camino que nos lleva hasta el Padre. Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer es vivir, todo el misterio de Jesús.

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