Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y conocer
es vivir, todo el misterio de Jesús
Sabiduría
2,1ª.12-22; Sal 33; Juan 7,1-2.10, 25-30
Si yo lo conozco, de toda la vida, que me vas a decir tu a mi; así
habremos escuchado mas de una vez a alguien hablarnos de otra persona que dice
que conoce y que conoce bien de siempre, o nos habrá pasado a nosotros lo
mismo, pero que realmente ese conocimiento la más de las veces es superficial y
no conocemos tanto a esa persona como nosotros decimos.
Conocer a alguien no es quedarnos en la apariencia, en la
superficialidad de lo externo o en algunas circunstancias quizás de su vida. Somos
de alguna manera un misterio profundo cada ser humano, y no nos podemos quedar
en la epidermis. Es conocer las razones profundas de la persona, es vislumbrar
su interior, es conocer a fondo sus sentimientos, es el saber el quién y el qué
de esa persona. Algunas veces ni nos terminamos de conocer bien a nosotros
mismos.
Pero todo esto que estamos diciendo apliquémoslo al ámbito de nuestra
fe, al conocimiento que de Cristo y del evangelio habríamos de tener. Sabemos
cosas, pero no son solamente cosas las que tenemos que conocer; podemos hacer
hasta un relato hermoso del actuar de Cristo, de sus milagros, de lo que
enseñaba a la gente y si iba y venia de acá para allá por aquellos caminos de
Palestina, desde Galilea o más allá de Galilea, hasta Jerusalén o todo el valle
del Jordán. Pero eso no nos basta para poder decir que conocemos todo el
misterio de Cristo.
Muchos también han escrito muchas cosas de Jesús pero no siempre han
sabido captar el misterio de su vida; muchos nos hacen sus juicios y
apreciaciones y nos encontramos las más dispares opiniones acerca de Jesús y de
lo que fue su obra. Pero, quizá nos venga bien preguntarnos si nosotros mismos
llegamos de verdad a conocer a Jesús.
Porque nos puede pasar como nos sucede también tantas veces en la
relativo al conocimiento que tenemos de las personas; muchas veces nos puede
marcar el sentido de la amistad que tengamos con alguien lo que pueden ser los
intereses más íntimos y profundos que nosotros tengamos dentro de nosotros
mismos. Aquello del color del cristal con que se mira; así puede ser
nuestra mirada de los demás y así puede
ser nuestra mirada a Cristo que se puede ver enturbiada por nuestro personal
color.
Hoy nos lo esta diciendo Jesús en el evangelio. ‘Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo,
gritó: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo
por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis;
yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado’. Les está diciendo Jesús que muchos creen
conocerle pero realmente no le conocen. Podrán decir que es de Galilea o que nació
en Belén, podrán decir que su padre era carpintero o que sus parientes están
allá en Nazaret de Galilea, pero ¿conocen en toda su profundidad a Jesús?
¿Reconocen que El es el enviado del Padre, el Ungido del Espíritu, que viene a
traernos el año de gracia del Señor, porque en verdad viene a traernos la
salvación?
‘El Espíritu del Señor esta
sobre mí…’ había dicho
aplicándose las palabras del profeta allá al inicio de su tarea apostólica.
Lleno del Espíritu de Dios había caminado en medio de ellos y había realizado
la obra de Dios. Pero bien sabemos como algunos le atribuyen incluso los signos
y milagros que realiza al padre del príncipe de los demonios. Era necesario
dejarse conducir por el Espíritu de Dios que es el que nos revela todo allá en
lo más hondo del corazón.
Es por donde tenemos que empezar
nosotros para llegar a ese conocimiento vivo de Jesús, dejarnos conducir por su
Espíritu. Nos descubrirá la verdad de Jesús
y que El es nuestra única verdad; nos llenará de la vida de Jesús porque El es
nuestra única vida y nuestra única salvación; nos hará seguir las huellas que
nos va dejando en el camino, porque El es el único camino que nos lleva hasta
el Padre. Abramos nuestro corazón al Espíritu Santo y llegaremos a conocer, y
conocer es vivir, todo el misterio de Jesús.
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