Es necesario que sepamos detenernos para reflexionar, para descubrir las obras de Dios en nosotros, tantos signos y señales que El nos va dejando de su presencia
Éxodo
32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
Podemos tener delante las cosas más hermosas, pero si cerramos los
ojos no las podemos ver. Podemos tener a nuestra consideración los
razonamientos más convincentes, pero si nos cerramos a considerarlos, a pensar
en ellos o a aceptar sus razonamientos nos quedaremos en la ignorancia y en
nuestro error.
Cuantas veces en la vida vamos cerrando los ojos, y ya no son solo los
ojos de nuestra cara, sino nuestra mente, nuestro yo a lo que se nos pueda
ofrecer y seguimos encerrados en nosotros mismos, en nuestras ideas de siempre,
en nuestro conservadurismo y no llegamos a avanzar en la vida. Puede ser en razón
de las ideas, pero también porque no queramos aceptar al otro, a quien nos
puede ofrecer esa apertura para la vida; ponemos muchas pegas no solo a las
ideas sino también a las personas. Hay mucha gente que vive así con la mente
cerrada; es una tentación que nosotros también podemos vivir en tantos aspectos
de la vida.
Nos cuesta también hacer un camino ascendente en nuestra fe. Nos
anquilosamos, nos quedamos en actitudes y posturas infantiles, no maduramos.
Nos quedamos en nuestras devociones de siempre, que no digo que sean malas,
pero no tratamos de profundizar en lo que creemos, abrir de verdad nuestro corazón
al Espíritu del Señor que nos guía. Convertimos, o tenemos el peligro de
hacerlo, nuestras practicas religiosas en una mera obligación que cumplir, pero
quizá no las hacemos vivencias profundas de nuestra fe en el interior de
nosotros mismos y que luego se reflejen en las actitudes y comportamientos de
nuestra vida.
Más de una vez quizás nos ha sucedido que hemos asistido a la
celebración de la Eucaristía, pero estando físicamente allí espiritualmente estábamos
muy lejos; el final de la celebración quizá nos hemos preguntando que hemos
encontrado en esa celebración, qué es lo que hemos vivido y no tenemos nada que
decir porque no hubo esa vivencia profunda.
Es necesario detenernos muchas veces en eso que estamos haciendo y
haciendo de siempre para caer en la cuenta de lo que estamos expresando, lo que
estamos celebrando, el sentido y significado en ese momento de aquellas
oraciones que estamos diciendo, en lo que esa Palabra que estamos escuchando o
la reflexión que se nos ofrece, qué es lo que nos está diciendo en concreto a
la vida que vivimos. No podemos pasar de largo por nuestras celebraciones sin
que dejen una huella en nosotros. Y
tristemente muchas veces nos sucede así, no quedan huellas como no dejamos
huellas desde lo que vivimos para los demás.
En el evangelio que hoy escuchamos (nos convendría releerlo quizá una
vez mas) Jesús quiere hacer pensar a sus discípulos y cuantos le escuchan.
Muchos no han descubierto de verdad quien es Jesús; piden tantas veces señales,
pero no son capaces de ver las señales y las huellas de Dios que Jesús va
dejando en sus vidas. Ahí están sus obras, las obras del Padre que Jesús
realiza y que tendrían que ser en verdad signo y testimonio para ellos que les
haga creer. Pero no quieren ver esas obras de Dios en lo que Jesús realiza.
Escuchan la Escritura pero no son capaces de ver aquello anunciado en las
Escrituras en la obra de Jesús.
Como decíamos antes es necesario que sepamos detenernos para
reflexionar, para descubrir las obras de Dios en nosotros, tantos signos y
señales que El nos va dejando de su presencia y que tendrían que transformar
nuestra vida, para que crezcamos en nuestra fe, para que en verdad construyamos
el Reino de Dios, para que seamos también testimonio para que los demás también
se abran a la fe.
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