Tenemos que dejarnos iluminar por la luz de la fe en el encuentro con Jesús para ser luz también que transforme las oscuridades del mundo que nos rodea
1Samuel 16,1b.6-7.10-13ª; Sal 22;
Efesios 5,8-14; Juan 9,1.6-9.13-17.34-38
Si caminamos a oscuras, con los ojos vendados, por un lugar totalmente
desconocido para nosotros pero teniendo quizás a nuestro lado alguien que pueda
percibir el lugar, las cosas con las que nos encontramos y queriendo
orientarnos nos va explicando la dimensión de los objetos, el paisaje por el
que pasamos, las cosas que van sucediendo en nuestro entorno, podríamos decir
que nos vamos haciendo una idea aproximada de donde estamos o el lugar por el
que atravesamos, pero realmente no tendríamos una seguridad absoluta de lo que
hay o de lo que sucede en nuestro entorno; podríamos decir que vemos, no por
nuestros ojos, sino por la apreciación del que nos explica las cosas lo que no
nos daría certezas absolutas, aunque sin embargo nos pueden servir de mucha
ayuda en esa búsqueda y deseo de la luz. Si en algún momento pudiéramos abrir
los ojos para ver por nosotros mismos entonces si nos podríamos hacer una idea
clara de lo que hay a nuestro alrededor y necesitamos, es verdad, quien nos
ayude a abrir los ojos y comprender toda la riqueza y la belleza de la luz.
¿Iremos así caminando por la vida? Pudiera sucedernos de que a pesar
de que llevemos bien abiertos los ojos de nuestros sentidos corporales, haya
otra oscuridad que nos nuble en el sentido mas profundo de la vida y en muchas
cosas iríamos dando palos de ciego. No son solo los sentidos corporales los que
hemos de llevar debidamente abiertos sino que ha de ser nuestro espíritu el que
ha de dejarse iluminar para poder descubrir claramente el sentido mas profundo
de nuestra vida.
No es fácil en ocasiones por la ceguera espiritual nos puede aturdir
de tal manera que ni siquiera desearíamos salir de ella para encontrar esa
verdadera luz de nuestra vida. Alguna vez pudiera sucedernos que nosotros
mismos no querríamos salir de esa oscuridad y nos negamos a aquello que pueda
elevar nuestro espíritu, nos negamos a dejarnos iluminar por la luz de la fe.
Sin embargo hemos de decir también que allá en lo mas hondo de nosotros mismos
esta latente ese ansia de la luz que nos ilumine y nos eleve, de ese querer
creer en quien pueda ayudarnos a encontrar la verdad de nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de un ciego de nacimiento que allá en las
calles de Jerusalén pedía limosna a los que pasaban. No sabe quienes son los
pasan ante el; algunos compadecidos le dejaran sus limosnas, pero no entiende
lo que hablan los que ahora están al paso de la calle ni lo que le han puesto
en los ojos. Solo ha entendido que vaya a la piscina de Siloé a lavarse de
aquel barro que han puesto en sus ojos. Ciego esta sin entender lo que le
sucede, como ciegos están los que ahora no entienden y se preguntan del por que
de su ceguera. ¿Será su pecado o el pecado de sus padres?, escucha que se
preguntan y atina a escuchar que cuanto le sucede es para que se manifieste la
gloria de Dios.
De Siloé vuelve el que ha sido ciego porque ha recobrado la visión de
sus ojos, aunque todavía quedan algunas oscuridades en su interior que
aparentemente se van a agrandar en la oposición y el rechazo que algunos van a
manifestar de cuanto le ha sucedido. Una
y otra vez ira explicando a los fariseos y a los sumos sacerdotes que alguien
ha llegado junto a el, ha hecho barro con su saliva, se la puesto en sus ojos y
lo ha mandado a la piscina de Siloé a lavarse; de allí ha vuelto con la visión
de sus ojos recobrada.
Será un costoso proceso el que se va desarrollando en su espíritu,
porque va a reconocer que quien le ha hecho esto – aun no sabe que fue Jesús –
será o no un pecador por Dios esta con El porque si no fuera así no se podría
haber realizado aquel milagro. Para él tiene que ser un profeta o un hombre de
Dios. Su confesión en la que su espíritu se va abriendo a la luz le va a
producir dificultades, porque incluso será expulsado de la sinagoga por esa
confesión que ya va haciendo de la fe que va naciendo en su alma. Será
finalmente Jesús el que se acercara hasta el para dársele a conocer plenamente.
‘¿Crees tú en el Hijo
del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le
dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es. Él dijo: Creo, Señor. Y
se postró ante él’.
Finalmente se le
abrieron en plenitud sus ojos. Pudo hacer una confesión de fe en Jesús. Se dejó
conducir y encontró la luz. Ahora todo adquiría un nuevo sentido y un nuevo
valor. Sin embargo algunos creían ver y estaban ciegos, porque su espíritu no
se abría a la luz de la fe para reconocer a Jesús.
Que no permanezcamos
nosotros en esa oscuridad; que lavemos y limpiemos de verdad nuestros ojos no
ya en la piscina de Siloé, sino en el que es en verdad el enviado y nuestro
salvador. Es el proceso que también queremos ir haciendo ahora de manera mas
intensa en este camino cuaresmal que estamos recorriendo. Dejémonos iluminar;
que la Palabra de Dios vaya calando hondo en nosotros haciéndonos descubrir
nuestra vida y también nuestras oscuridades, esas oscuridades de las que
tenemos que salir para vivir con todo sentido la pascua. Muchas serán las cosas
de las que tenemos que purificarnos. El Señor nos espera.
Pero no olvidemos que dejándonos
iluminar por esa luz de la fe, por esa luz de Jesús nosotros tenemos que
convertirnos también en portadores de luz para los que nos rodean. Muchas son
las oscuridades de nuestro mundo y de muchas personas en nuestro entorno.
Tenemos un compromiso con la luz, ser portadores de esa luz para cuantos nos
rodean.
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