Hechos, 13, 26-33;
Sal. 2;
Jn. 14, 1-6
‘A vosotros, todos los que teméis a Dios, se os ha enviado este mensaje de salvación’. Es para nosotros también. Cada vez que escuchamos la Palabra del Señor estamos recibiendo este mensaje de salvación. No nos contentamos con recordar. El Señor a nosotros nos habla también hoy, en el hoy de nuestra vida. No es sólo un recuerdo de hechos pasados, aunque vayamos haciendo memoria de esa Palabra dicha, ese mensaje de salvación, pero que nos dice el Señor hoy también a nosotros.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles hemos ido contemplando el comienzo del primer viaje de Pablo y Bernabé, enviados por el Espíritu del Señor. Habían ido primero a Chipre y pronto saltaron al Asia Menor. Desde Perge de Panfilia por donde desembarcaron se dirigieron a Antioquía de Pisidia y allí en la Sinagoga el sábado fueron invitados a hablar después de que se hizo la lectura de la Palabra.
Ayer recordábamos el resumen de la historia de la salvación que les hacía Pablo hasta el momento de la predicación del Bautista proclamando un bautismo de conversión como preparación al que había de venir. Hoy ya el anuncio que escuchamos es más concreto refiriéndose a Jesús. ‘Los habitantes de Jerusalén no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo… pero Dios lo resucitó de entre los muertos… nosotros os anunciamos que la promesa que hizo Dios a nuestros padres nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús’.
Es el anuncio claro, valiente, comprometido que hacen de Jesús, de su salvación. ‘A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación’. La redención de Cristo abarca a todos los hombres, a todos ha de llegar su gracia y su perdón. Y es el anuncio, el Kerigma de salvación, que los apóstoles les vienen a traer. Es en Jesús en quien hay que creer porque El es en verdad nuestro único Salvador.
Decíamos al principio que para nosotros también es ese mensaje de salvación. Es lo que celebramos y vivimos. Tiene que ser en verdad nuestra vida. Es el anuncio y proclamación que nosotros hacemos en nuestra celebración. ‘Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…’ aclamamos con fe cuando venimos a la Eucaristía. Es el misterio, el sacramento de nuestra fe que celebramos. Es una proclamación de nuestra fe lo que estamos haciendo.
‘Al celebrar ahora el memorial de la muerte y de la resurrección del Señor te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias…’ decimos en la plegaria eucarística. Memorial de la muerte y resurrección del Señor. Proclamación de nuestra salvación y nuestra redención que nos viene por la muerte y la resurrección del Señor. Lo decimos todos los días pero es necesario que muchas veces nos detengamos un poco a reflexionarlo, a rumiarlo en nuestro corazón, para que no sean unas palabras dichas sin más, sino que sea en verdad esa expresión de nuestra fe, esa proclamación de nuestra fe.
Queremos poner toda nuestra fe en Jesús y seguirle. Como nos dice en el evangelio hoy es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Ya tendremos oportunidad de reflexionarlo más porque este mismo texto lo vamos a proclamar en el quinto domingo de pascua. Poner nuestra fe en Jesús y seguirle es vivirle, hacerlo vida nuestra. Nuestra única vida que nos da plenitud. No es solamente hacer cosas para ser buenos, copiar o imitar, sino vivir. Es meter a Cristo en nuestra vida. Como hemos reflexionado más de una vez, cuando le comemos en la Eucaristía nos hacemos uno con El; es una unión tan profunda que El habita en nosotros y nosotros habitamos en El.
Que lleguemos a entenderlo y a vivirlo, vivir su salvación.
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