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lunes, 16 de mayo de 2011

Ensanchemos nuestro corazón y se ensancharán también los caminos de la Iglesia


Hechos, 12, 24-13,5;

Sal. 66;

Jn. 12, 44-50

Los caminos de la Iglesia se siguen ensanchando. La Buena Nueva de Jesús se va propagando y llegando a todas partes. Ya escuchábamos hace unos días en la lectura de los Hechos de los Apóstoles que a causa de la persecución cuando lo de Esteban los discípulos se fueron dispersando y llevando la Buena Noticia por toda partes; primero los contemplábamos por Samaría y en los textos que iremos escuchando esta semana los veremos cómo llega a Antioquia y a Chipre y comenzarán luego los viajes de san Pablo llevando el evangelio a lugares mas lejanos.

Pero lo que hoy escuchamos en los Hechos de los Apóstoles no ya sólo que el evangelio se propagase entre los judíos sino que también los gentiles eran admitidos a la fe. Como nos dice el texto hoy escuchado ‘los apóstoles y hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la Palabra de Dios’. Por eso pretenden pedirle explicaciones a Pedro que había intervenido en tal hecho y es lo que nos ofrece el texto hoy escuchado.

Como se pregunta Pedro cuando trata de darles explicaciones ‘si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?’ Cuando Pedro había comenzado a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo igual que había bajado sobre ellos en Pentecostés.

Pedro había tenido una visión que en principio le había costado entender. Pero con los hechos que se van sucediendo entiende lo que el Espíritu del Señor le quiere dar a entender. ‘Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tu profano’, había escuchado en la visión que le había mandado comer de toda clase de animales, puros e impuros. Luego se van sucediendo las cosas con aquella embajada que recibe y lo que había sucedido en Cesarea.

Con las explicaciones de Pedro ‘ellos se calmaron y alabaron a Dios diciendo: también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida’.

¿No los había enviado Jesús por todo el mundo para predicar el evangelio y todo el que creyese fuera bautizado? ¿No había derramado su sangre en la Cruz por todos los hombres para el perdón de los pecados? ¿No quería Jesús que todos los hombres se salvaran y llegaran al conocimiento de la verdad? Sin embargo, fue algo que en aquella primera comunidad cristiana formado en principio por discípulos de Israel les costó aceptar.

Hoy mismo en el evangelio que nos ha hablado del Buen Pastor que da su vida por las ovejas, Jesús nos dice ‘tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer; y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor’. También Jesús les había propuesto parábolas donde nos decía que como aquellos primeros labradores no rindieron para su amo el fruto de su trabajo, la viña se les quitará a ellos y se les dará a otros que rindan sus frutos.

Por muchas partes aparece en el evangelio la voluntad de salvación universal de Jesús. Por todos los hombres; no se pertenece al nuevo pueblo de Dios solo por linaje o por raza, sino que será desde el orden de la fe, aceptando a Jesús, desde el que se entrará a formar parte del Reino de Dios que es para todos los hombres, al que todos los hombres estamos invitados.

La contemplación de estos hechos y la reflexión que sobre ellos vamos haciéndonos nos viene bien para que nosotros seamos capaces de ensanchar nuestro corazón, ensanchar las miras, podríamos decir así, tratando de darle un sentido más misionero y más universal a nuestra vida, a nuestro actuar y a nuestro apostolado. Tenemos el peligro, sí, de quedarnos sólo a la sombra de nuestro campanario. No podemos encerrar en un espacio limitado el anuncio y la vivencia del evangelio, sino que siempre tenemos que tener ese sentido universal y misionero. A otros muchos podemos y tenemos que llevar el anuncio del evangelio, el anuncio de la salvación que Jesús quiso para todos los hombres.

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