Siempre hemos de fijarnos en la autenticidad y en la congruencia entre las palabras y la vida para que no nos engañen las vanidades ni los falsos oropeles de palabras bonitas
Génesis
15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20
En nuestra cultura popular hay muchos refranes que nos reflejan una sabiduría
natural y muy llena de certezas que con pocas palabras nos ofrecen claras
sentencias y mensajes. Han nacido quizá de esa reflexión de gente sencilla que
en sus cortos expresiones nos reflejan maneras de pensar muy llenas de
sabiduría.
Escuchando a lo que Jesús quiere prevenirnos con sus palabras en el
evangelio de hoy me ha venido a la mente aquello de que ‘una cosa es predicar y
otra cosa es dar trigo’. Somos muy dados a buenas y bonitas palabras, somos
capaces de sentenciar sobre muchos asuntos y hasta querer establecer doctrina
sobre comportamientos y sobre mil cosas, podemos decir maravillas, pero el
realizarlo en la propia vida, ya es cosa de otro cantar, como se suele decir
también.
Es una tendencia fácil que podemos tener muchos y quienes tienen quizás
una responsabilidad ante la sociedad, en su formación o en la administración de
sus asuntos, esto es una cosa que nos sale fácilmente a flote. Decimos muy bien
cómo tienen que ser las cosas, pero en la práctica quizá hasta hacemos lo
contrario buscándonos mil justificaciones.
Por eso bien sabemos todos que la mejor enseñanza que podemos dar es
el testimonio de nuestra vida. Como nos dice Jesús hoy ‘por sus frutos los
conoceréis’. El árbol se conoce por sus frutos, pero ese árbol y esos frutos
que nos produce también hemos de cuidarlo debidamente. Muchas veces nos puede
suceder que los frutos son apariencia. ¿Quién no se ha encontrado con un árbol
que a la vista se nos presente precioso en el colorido y abundancia de sus
frutos, pero que luego pronto nos encontraremos que todos esos frutos están
dañados? Ya sabemos de la manzana muy bella externamente en su colorido, pero
que al partirla nos encontramos que dentro está dañada y llena incluso de
podredumbre.
Es la rectitud con que hemos de presentarnos en todos los aspectos de la vida. Es la congruencia
con que hemos de actuar poniendo en una verdadera sintonía nuestras palabras y
nuestras obras. Es la autenticidad que tiene que brillar en nosotros para que
lo que hacemos lo hagamos con verdad y responsabilidad y no nos quedemos en las
apariencias de una vida virtuosa quizá externamente pero con el corazón muy
maleado con perversas intenciones. Cuántas cosas podríamos decir en este
sentido. Cómo tenemos que cuidar la autenticidad de nuestras palabras,
reflejadas en la verdad de una vida.
Jesús nos previene hoy de los falsos profetas. Y es que en el seno de
la comunidad cristiana también nos pueden suceder estas vanidades. Es el
discernimiento que ha de hacer la comunidad de quienes se presentan como
pastores con piel de oveja, pero que en el fondo son lobos rapaces que lo que
quieren es destruir. Hay un ‘sensus fidei’, un sentido de la fe en el corazón
del pueblo cristiano que es el que nos hace discernir para darnos cuenta donde
pueden estar aquellos que nos lleven al error no solo ya en la materia de la fe
y la doctrina sino en lo que ha de ser nuestra práctica de vida cristiana.
Siempre tenemos que fijarnos en la autenticidad de una vida, en esa
unión y congruencia entre las palabras y la vida; que nunca las vanidades ni
los falsos oropeles de palabras bonitas nos engañen.
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