Que nunca se interpongan las cataratas del orgullo y el amor propio entre nosotros y la relación con los demás, porque solo caminaremos caminos de tinieblas y de oscuridad
Génesis
12,1-9; Sal 32; Mateo 7,1-5
Quienes hemos tenido en la vida la experiencia de tener cataratas en
los ojos, después de la cirugía que extirpó esa catarata seguramente recordamos
el cambio que se operó en nuestra visión. Casi sin darnos cuenta en la medida
en que crecía la catarata en nuestros ojos la visión se iba difuminando, los ojos
perdían claridad y capacidad para apreciar los detalles y los colores; pero
casi nos habíamos acostumbrado a aquella visión borrosa. Al recuperar la visión
nos dimos cuenta de la belleza de los colores, la calidad de los detalles que
podíamos apreciar, la visión nueva que teníamos a partir de ese momento de la
cosas con una mayor claridad.
En la vida vamos con demasiadas cataratas en los ojos, y ya no es esa
cortina que se ha formado en la lente de nuestra retina; es el velo que desde
intenciones sesgadas quizá hemos ido interponiendo entre nosotros y los demás,
y la visión no ya borrosa sino muchas veces maligna que nos hacemos de las
cosas y de las personas. Excesivas cataratas y lentes con colores
distorsionados nos ponemos en la vida con nuestros prejuicios y con nuestras
sospechas, desde nuestros orgullos o desde la miopía de nuestros egoísmos,
desde esos destellos de vanidad y de amor propio con que miramos a nuestro
alrededor, y desde tantas malicias con que maleamos nuestro corazón y con eso
la visión de los demás.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de la humildad con que hemos de
caminar en la vida, reconociendo que muchas motas, que muchos errores, que
muchas cosas no buenas se nos apegan demasiado fácilmente a nuestro corazón,
para que así no aprendamos a juzgar ni a condenar a los demás porque quizás nos
parezca que no hacen las cosas bien o que también pueden cometer errores.
Ese camino de humildad nos hace ser menos exigentes y más
comprensivos; ese camino nos hace
acercarnos con sencillez junto al hermano para saber caminar juntos ayudándonos
mutuamente en nuestras cojeras, en nuestras limitaciones; el ayudar al hermano
a pesar de mis limitaciones estimula al otro, y a mi me hace fuerte en mi
luchas por superar mis propios defectos y debilidades. El camino que en la vida
hacemos acompañados es más estimulante y nos levanta los ojos del espíritu para
ver metas más altas a las que podemos llegar.
El orgulloso que camina solo y ni acompaña ni se deja acompañar, solo
se quedará en su caída porque no tendrá nadie a su lado porque a todos ha
apartado con su orgullo. Aprendamos esos caminos de humildad, acompañemos abajándonos
si es necesario hasta la altura del otro, y dejemos acompañar acomodándonos también
al paso del que esta a nuestro lado y nos tiende la mano para seguir el camino.
Que nunca se interpongan esas cataratas del orgullo entre nosotros y
la relación que hemos de tener con los demás, porque solo caminaremos caminos
de tinieblas y de oscuridad.
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