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domingo, 25 de junio de 2017

Nada nos puede paralizar en nuestro testimonio cristiano haciendo siempre anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús en toda su radicalidad con la fuerza de su Espíritu

Nada nos puede paralizar en nuestro testimonio cristiano haciendo siempre anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús en toda su radicalidad con la fuerza de su Espíritu

Jeremías 20, 10-13; Sal 68; Romanos 5,12-15; Romanos 5,12-15
Algunas veces los miedos nos paralizan; nos quedamos sin saber qué hacer, todo se nos vuelve oscuro. Una situación imprevista quizás, algo inesperado que nos sucede, las cosas se nos vuelven en contra y todo son dificultades, y surge el miedo al fracaso, a lo que nos pueda suceder, a tener que remontar situaciones incómodas y difíciles por las que quizás no habíamos pasado, y da la impresión de que comenzamos a recular, a no hacer aquello que quizás era nuestro compromiso, a no emprender aquello con lo que habíamos soñado, a quedarnos en retaguardia como a la defensiva.
Cosas así nos pueden pasar en muchos aspectos de la vida de cada día, en el ámbito familiar, en nuestro trabajo, en la relación con los que están cerca de nosotros, allá en lo más intimo de nosotros mismos en nuestra tarea de crecimiento y maduración personal y también en el ámbito de nuestra fe, nuestra vida religiosa y nuestro compromiso cristiano.
Un mal momento que pasamos en nuestras relaciones personales, un mal entendimiento con un amigo que quizás nos hace frente y se opone a algo en lo que antes parecía que siempre estábamos de acuerdo, todo ese mundo de nuestro trabajo, de nuestras responsabilidades que muchas veces se vuelve tan cambiante… son situaciones a las que nos tenemos que enfrentar en ocasiones y en donde nos sentimos débiles y sin saber qué hacer, y donde nos acobardamos ante las dificultades, contratiempos y demás mareas en contra.
No tendríamos que paralizarnos sino saber afrontar con madurez esas situaciones que se nos presentan y tratar de mantener ese ritmo de esfuerzo, de superación, de capacidad incluso de sacrificio para poder sacar adelante aquello que nos proponemos y que son metas de nuestra vida. Pienso en esos aspectos humanos de nuestra vida de cada día y pienso en todo lo que son nuestros compromisos como persona y como cristianos. Ha de aparecer ahí la madurez de nuestra vida, de nuestra persona, la madurez y la fortaleza de nuestra fe también.
La vida no es fácil; los compromisos que vamos asumiendo en ocasiones nos traen dificultades; la tarea que como cristiano he de realizar en medio de nuestro mundo como compromiso de una fe personal y madura vivida en el seno de la comunidad tiene también sus dificultades. Ya nos lo anuncia Jesús en el Evangelio y nos promete la fuerza de su Espíritu.
Hoy nos habla Jesús, y nos lo repite varias veces, de que no tengamos miedo. El anuncio y el testimonio que hemos de dar han de ser siempre valiente. El mensaje que hemos de trasmitir no se puede ocultar. Habrá quien no lo entienda; encontraremos oposición, pero nuestra tarea el clara y el compromiso que hemos de vivir no lo podemos rehuir.
La oposición la podemos encontrar en quienes no piensan como nosotros, o en aquellos para quienes nuestras palabras o el testimonio que nosotros ofrecemos se pueden convertir en una denuncia de las obras de las tinieblas en las que viven. No nos extrañe que nos ofrezcan resistencia, que traten de acallarnos de la manera que sea o que se busquen razones o no sé que fuerzas para oponerse a nuestro mensaje.
La oposición está en ese ambiente descristianizado, que parece que viene de vuelta, que en otros momentos quizás vivieron en nuestros valores, pero que no resistieron los embates del mal y se dejaron seducir. Es el nuevo laicismo que se nos presenta en nuestra sociedad, es el nuevo mundo sin dios al que le molesta todo lo que suene a trascendencia, a espiritualidad, a sentido cristiano de la vida.
Pero muchas veces esa oposición la encontramos en los que nos parecen que son de los nuestros, en quienes quizás siguen viviendo unos sentimientos religiosos, pero que lo hacen a su manera, sin compromiso, que no entienden por qué hay que entregarse tanto, que se contentan con las rutinas de cada día, que viven quizás una vida religiosa y cristiana en la tibieza. Tampoco van a entender la radicalidad del mensaje del evangelio, porque nos dicen que siempre han vivido así y no han necesitado de nada más.
Y Jesús nos dice que no temamos, que nos mostremos valientes, que no tengamos miedo incluso a los que nos puedan quitar la vida del cuerpo. Jesús nos está pidiendo que seamos capaces de dar la cara por El, que El está siempre a nuestro lado y se pondrá de nuestra parte ante nuestro Padre del cielo.
Ser cristiano no lo podemos vivir de cualquier manera. No nos pueden paralizar los miedos que nos puedan aparecer por aquí o por allá sino que hemos de saber mantenernos firmes en nuestra fe. Hemos de manifestar la verdadera madurez de nuestra vida humana y cristiana. Con nosotros está la fuerza del Espíritu que nos hace verdaderamente espirituales y nos da esa fortaleza y sabiduría que nos viene de Dios.

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