Nada nos puede paralizar en nuestro testimonio cristiano haciendo siempre anuncio de la Buena Nueva del Evangelio de Jesús en toda su radicalidad con la fuerza de su Espíritu
Jeremías 20, 10-13; Sal 68; Romanos
5,12-15; Romanos 5,12-15
Algunas veces los miedos nos paralizan; nos quedamos sin saber qué
hacer, todo se nos vuelve oscuro. Una situación imprevista quizás, algo
inesperado que nos sucede, las cosas se nos vuelven en contra y todo son
dificultades, y surge el miedo al fracaso, a lo que nos pueda suceder, a tener
que remontar situaciones incómodas y difíciles por las que quizás no habíamos
pasado, y da la impresión de que comenzamos a recular, a no hacer aquello que
quizás era nuestro compromiso, a no emprender aquello con lo que habíamos
soñado, a quedarnos en retaguardia como a la defensiva.
Cosas así nos pueden pasar en muchos aspectos de la vida de cada día,
en el ámbito familiar, en nuestro trabajo, en la relación con los que están
cerca de nosotros, allá en lo más intimo de nosotros mismos en nuestra tarea de
crecimiento y maduración personal y también en el ámbito de nuestra fe, nuestra
vida religiosa y nuestro compromiso cristiano.
Un mal momento que pasamos en nuestras relaciones personales, un mal
entendimiento con un amigo que quizás nos hace frente y se opone a algo en lo
que antes parecía que siempre estábamos de acuerdo, todo ese mundo de nuestro
trabajo, de nuestras responsabilidades que muchas veces se vuelve tan
cambiante… son situaciones a las que nos tenemos que enfrentar en ocasiones y
en donde nos sentimos débiles y sin saber qué hacer, y donde nos acobardamos
ante las dificultades, contratiempos y demás mareas en contra.
No tendríamos que paralizarnos sino saber afrontar con madurez esas
situaciones que se nos presentan y tratar de mantener ese ritmo de esfuerzo, de
superación, de capacidad incluso de sacrificio para poder sacar adelante
aquello que nos proponemos y que son metas de nuestra vida. Pienso en esos
aspectos humanos de nuestra vida de cada día y pienso en todo lo que son
nuestros compromisos como persona y como cristianos. Ha de aparecer ahí la
madurez de nuestra vida, de nuestra persona, la madurez y la fortaleza de
nuestra fe también.
La vida no es fácil; los compromisos que vamos asumiendo en ocasiones
nos traen dificultades; la tarea que como cristiano he de realizar en medio de
nuestro mundo como compromiso de una fe personal y madura vivida en el seno de
la comunidad tiene también sus dificultades. Ya nos lo anuncia Jesús en el
Evangelio y nos promete la fuerza de su Espíritu.
Hoy nos habla Jesús, y nos lo repite varias veces, de que no tengamos
miedo. El anuncio y el testimonio que hemos de dar han de ser siempre valiente.
El mensaje que hemos de trasmitir no se puede ocultar. Habrá quien no lo
entienda; encontraremos oposición, pero nuestra tarea el clara y el compromiso
que hemos de vivir no lo podemos rehuir.
La oposición la podemos encontrar en quienes no piensan como nosotros,
o en aquellos para quienes nuestras palabras o el testimonio que nosotros
ofrecemos se pueden convertir en una denuncia de las obras de las tinieblas en
las que viven. No nos extrañe que nos ofrezcan resistencia, que traten de
acallarnos de la manera que sea o que se busquen razones o no sé que fuerzas
para oponerse a nuestro mensaje.
La oposición está en ese ambiente descristianizado, que parece que
viene de vuelta, que en otros momentos quizás vivieron en nuestros valores,
pero que no resistieron los embates del mal y se dejaron seducir. Es el nuevo
laicismo que se nos presenta en nuestra sociedad, es el nuevo mundo sin dios al
que le molesta todo lo que suene a trascendencia, a espiritualidad, a sentido
cristiano de la vida.
Pero muchas veces esa oposición la encontramos en los que nos parecen
que son de los nuestros, en quienes quizás siguen viviendo unos sentimientos
religiosos, pero que lo hacen a su manera, sin compromiso, que no entienden por
qué hay que entregarse tanto, que se contentan con las rutinas de cada día, que
viven quizás una vida religiosa y cristiana en la tibieza. Tampoco van a
entender la radicalidad del mensaje del evangelio, porque nos dicen que siempre
han vivido así y no han necesitado de nada más.
Y Jesús nos dice que no temamos, que nos mostremos valientes, que no
tengamos miedo incluso a los que nos puedan quitar la vida del cuerpo. Jesús
nos está pidiendo que seamos capaces de dar la cara por El, que El está siempre
a nuestro lado y se pondrá de nuestra parte ante nuestro Padre del cielo.
Ser cristiano no lo podemos vivir de cualquier manera. No nos pueden
paralizar los miedos que nos puedan aparecer por aquí o por allá sino que hemos
de saber mantenernos firmes en nuestra fe. Hemos de manifestar la verdadera
madurez de nuestra vida humana y cristiana. Con nosotros está la fuerza del Espíritu
que nos hace verdaderamente espirituales y nos da esa fortaleza y sabiduría que
nos viene de Dios.
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