Dejémonos
conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros corazones y nos
impulsa a nuevas actitudes y compromisos
Santiago 4,1-10; Salmo 54; Marcos 9,30-37
A veces nos sucede. Estamos hablando
con alguien que quizás nos está queriendo presentar un proyecto, algo que tiene
en su cabeza y que le parece oportuno contar con nosotros, pero probablemente
escuchamos sus primeras palabras pero pronto nos ponemos nosotros a soñar, a
sacar nuestra idea o nuestro pensamiento o manera de ver pero que a la larga es
bien distinto de lo que realmente se nos está diciendo. Nosotros estamos con
nuestros sueños, o con lo que nosotros habíamos pensado de ese tema, aunque
ahora se nos presenta de distinta manera; pero en nuestra cabeza no está
entrando eso nuevo que se nos quiere decir, sino que seguimos con nuestros
sueños o con nuestra manera de ver las cosas de siempre. Parece que andamos por
distintos caminos.
Les estaba sucediendo a los discípulos
con el mensaje de Jesús. Ya se venían haciendo a la idea de que Jesús era un
nuevo profeta o acaso podría ser el Mesías. Pero ellos tenían su idea. Los
profetas para ellos eran lo que se habían imaginado siempre cuando escuchaban
las Escrituras, o el Mesías había de ser un caudillo victorioso que lograra la
liberación de Israel del yugo extranjero al que estaban sometidos, y pronto se
crearía un reino nuevo que tendría sus ejes de poder con personas que podían
ser influyentes y poderosas; ya se veían ellos en ese entorno de poder a pesar
de lo que Jesús les anunciaba una y otra vez. Ahora andan discutiendo quien
sería más poderoso en ese nuevo reino del Mesías.
Jesús hablaba de entrega, de
sacrificio, incluso de muerte para dar vida. Les anunciaba claramente lo que
habría de suceder cuando subieran a Jerusalén, cómo iba a ser rechazado y
entregado en mano de los gentiles que le darían muerte; les anunciaba también
que resucitaría al tercer día. Pero ellos no entendían nada, porque tenían sus
ideas en la cabeza y eso no podría suceder cómo Jesús les estaba anunciando. Pero
en su terquedad, a pesar de la confianza y cercanía que les manifestaba Jesús,
no se atrevían a preguntar sobre el sentido de sus palabras.
Y mientras van de camino andan
discutiendo por los primeros puestos. Pero se ven sorprendidos al llegar a casa
y Jesús preguntarles de qué iban discutiendo por el camino. Más grave y
profundo se hizo el silencio, porque se vieron sorprendidos por la pregunta de Jesús
que, podíamos decir, les había cogido in fraganti.
Cuantas veces nos sucede que escuchamos
literalmente el evangelio pero no llegamos a entrar en su sentido y deja de ser
evangelio para nosotros. Siempre ha de ser buena noticia pero que nos impulso a
algo nuevo y distinto. De lo contrario no sería noticia, porque repetirnos lo
de siempre no es noticia. Pero ya tantas veces lo escuchamos como si oyéramos
repetir una y otra vez lo mismo, lo de siempre.
Algo nos está fallando en nuestra
manera de escuchar, en la actitud de nuestro corazón, y también, ¿por qué no?,
en la manera como se nos está haciendo ese anuncio. Comencemos, pues, por esa
actitud pasiva que llevamos tantas veces en nuestro corazón que hace que no nos
dejemos sorprender. Y el evangelio cada vez que lo escuchamos tiene que
sorprendernos, porque algo nuevo nos está ofreciendo siempre para nuestra vida,
algo que siempre además tendría que llenarnos de gozo porque aun cuando siempre
tenga las exigencias de la conversión despierta siempre en nosotros una
esperanza nueva.
Jesús terminará hablándonos hoy del
servicio, de la acogida, de la humildad, de la sencillez. Es lo que tiene que
irnos abriendo el corazón, haciendo esos ajustes que algunas veces nos producen
crujíos, logrando esa renovación de nuestras actitudes, esa apertura a una
nueva vida, ese ponernos en camino de algo nuevo y gozoso para nuestra vida, de
ir manifestando en actos concretos que hay una nueva vida en nosotros.
Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que es el que mueve nuestros
corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario