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viernes, 24 de mayo de 2024

Dureza del corazón que tenemos que romper, nueva ternura y delicadeza que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Seño

 


Dureza del corazón que tenemos que romper, nueva ternura y delicadeza que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor

Santiago 5,9-12; Salmo 102;  Marcos 10,1-12

Puede sucedernos que en ocasiones hasta nos pongamos tercos cuando no entendemos algo y preguntamos una y otra vez porque queremos tener las cosas claras y que nos lo expliquen bien; a veces nos sucede que parece que la mente se nos cierra y por muy fáciles o claras que sean las cosas para aquel que nos las explica, sin embargo nos cuesta entender como si se nos cerrara la mente; pero también hay ocasiones que somos tercos quizás por nuestra propia cerrazón en la que no queremos entender, porque vivimos quizás muy apegados a ideas o maneras de pensar del pasado y no queremos renovarnos, no queremos tener la mínima apertura para tratar de ver lo que se nos está presentando.

Es quizás nuestra malicia, es quizás la dureza de nuestro corazón pero por la desconfianza o por la maldad que llevamos dentro, donde no solo nos ponemos a la defensa de cualquier novedad que pueda llegar a nuestra vida, sino que además nos constituimos en oposición hasta sin motivo de lo nuevo que se nos quiere presentar.

¿Era lo que estaba sucediendo a los fariseos en el episodio que hoy nos presenta el evangelio? Se nos está hablando de los caminos que Jesús hacía por los distintos puntos de la geografía palestina, nos habla de su macha hacia Judea y Transjordania; es el momento en que se acercan unos fariseos con las habituales pegas que siempre oponían al mensaje del nuevo Reino de Dios que Jesús iba proclamando. Le plantean una serie de cuestiones sobre el valor y el sentido del matrimonio donde pareciera que había contradicción entre lo proclamado ya desde el Génesis y lo permitido posteriormente por Moisés, que realmente había sido el gran legislador para el pueblo de Israel desde la ley del Sinaí. ¿Estaba permitido o no estaba permitido el divorcio cuando en el Génesis se había hablado de la unidad entre el hombre y la mujer en el matrimonio de manera que serían como una sola carne?

En estos momentos lo de menos sería la cuestión que planteaban los fariseos, porque además se veía sus aviesas intenciones porque lo que querían eran confundir o hacer entrar en contradicción al propio Jesús en el mensaje del Reino de Dios que estaba proclamando que realmente no se avenía muy bien con las ideas que ellos tenían de lo que realmente había de ser el Mesías en medio del pueblo de Israel. Aunque Jesús no deja de responder a los planteamientos que le hacen, sin embargo les quiere hacer caer en la cuenta de la dureza de corazón que había en sus vidas para no dejarse conducir por el Espíritu del Señor.

Es lo que quizás tendríamos que revisar en nuestra vida en estos momentos, la dureza de nuestro corazón. Sí, es como si hubiéramos creado una dura corteza en derredor nuestro para encerrarnos en nosotros mismos, para encerrarnos en nuestras rutinas y tradiciones muchas veces vacías de sentido y de contenido para no abrirnos al Espíritu del Señor que quiere transformar nuestros corazones.

Como hemos reflexionado muchas veces pareciera que hubiéramos vaciado de contenido el evangelio que yo no sigue siendo para nosotros esa buena noticia de salvación que tenemos que estar abiertos a recibir. No sentimos ni experimentamos en nuestra vida lo que es y tiene que ser siempre la novedad del evangelio. Cuántas veces cuando lo escuchamos nos decimos que ya nos lo sabemos; si es algo ya sabido no será entonces novedad para nosotros, no es noticia nueva, se convierte en algo tradicional que seguimos repitiendo de la misma manera siempre y que terminará siendo para nosotros una rutina más de cosas que hacemos pero a las que hemos despojado su verdadero sentido.

Necesitamos apertura de corazón; necesitamos aprender a dejarnos conducir no por cualquier cosa que nos parezca novedosa que nos pueda aparecer por aquí o por allá, sino por la novedad del Evangelio que nos dará el Espíritu del Señor. Escuchamos con facilidad cualquier cosa que nos digan porque apareció en la televisión, o porque son ideas que nos parecen novedosas porque la hacen no sé en qué sitio o lugar del mundo, pero no nos abrimos a lo que nos dice en cada momento el evangelio dejándonos conducir por el Espíritu del Señor.

Es la dureza de nuestro corazón que tenemos que romper, es esa nueva ternura y delicadeza que tenemos que poner para sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor.

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