Dureza
del corazón que tenemos que romper, nueva ternura y delicadeza que poner para
sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor
Santiago 5,9-12; Salmo 102; Marcos
10,1-12
Puede sucedernos que en ocasiones hasta
nos pongamos tercos cuando no entendemos algo y preguntamos una y otra vez
porque queremos tener las cosas claras y que nos lo expliquen bien; a veces nos
sucede que parece que la mente se nos cierra y por muy fáciles o claras que
sean las cosas para aquel que nos las explica, sin embargo nos cuesta entender
como si se nos cerrara la mente; pero también hay ocasiones que somos tercos quizás
por nuestra propia cerrazón en la que no queremos entender, porque vivimos
quizás muy apegados a ideas o maneras de pensar del pasado y no queremos renovarnos,
no queremos tener la mínima apertura para tratar de ver lo que se nos está
presentando.
Es quizás nuestra malicia, es quizás la
dureza de nuestro corazón pero por la desconfianza o por la maldad que llevamos
dentro, donde no solo nos ponemos a la defensa de cualquier novedad que pueda
llegar a nuestra vida, sino que además nos constituimos en oposición hasta sin
motivo de lo nuevo que se nos quiere presentar.
¿Era lo que estaba sucediendo a los
fariseos en el episodio que hoy nos presenta el evangelio? Se nos está hablando
de los caminos que Jesús hacía por los distintos puntos de la geografía
palestina, nos habla de su macha hacia Judea y Transjordania; es el momento en
que se acercan unos fariseos con las habituales pegas que siempre oponían al
mensaje del nuevo Reino de Dios que Jesús iba proclamando. Le plantean una
serie de cuestiones sobre el valor y el sentido del matrimonio donde pareciera
que había contradicción entre lo proclamado ya desde el Génesis y lo permitido
posteriormente por Moisés, que realmente había sido el gran legislador para el
pueblo de Israel desde la ley del Sinaí. ¿Estaba permitido o no estaba
permitido el divorcio cuando en el Génesis se había hablado de la unidad entre
el hombre y la mujer en el matrimonio de manera que serían como una sola carne?
En estos momentos lo de menos sería la
cuestión que planteaban los fariseos, porque además se veía sus aviesas
intenciones porque lo que querían eran confundir o hacer entrar en
contradicción al propio Jesús en el mensaje del Reino de Dios que estaba
proclamando que realmente no se avenía muy bien con las ideas que ellos tenían
de lo que realmente había de ser el Mesías en medio del pueblo de Israel.
Aunque Jesús no deja de responder a los planteamientos que le hacen, sin
embargo les quiere hacer caer en la cuenta de la dureza de corazón que había en
sus vidas para no dejarse conducir por el Espíritu del Señor.
Es lo que quizás tendríamos que revisar
en nuestra vida en estos momentos, la dureza de nuestro corazón. Sí, es como si
hubiéramos creado una dura corteza en derredor nuestro para encerrarnos en
nosotros mismos, para encerrarnos en nuestras rutinas y tradiciones muchas
veces vacías de sentido y de contenido para no abrirnos al Espíritu del Señor
que quiere transformar nuestros corazones.
Como hemos reflexionado muchas veces
pareciera que hubiéramos vaciado de contenido el evangelio que yo no sigue
siendo para nosotros esa buena noticia de salvación que tenemos que estar
abiertos a recibir. No sentimos ni experimentamos en nuestra vida lo que es y
tiene que ser siempre la novedad del evangelio. Cuántas veces cuando lo
escuchamos nos decimos que ya nos lo sabemos; si es algo ya sabido no será
entonces novedad para nosotros, no es noticia nueva, se convierte en algo
tradicional que seguimos repitiendo de la misma manera siempre y que terminará
siendo para nosotros una rutina más de cosas que hacemos pero a las que hemos
despojado su verdadero sentido.
Necesitamos apertura de corazón;
necesitamos aprender a dejarnos conducir no por cualquier cosa que nos parezca
novedosa que nos pueda aparecer por aquí o por allá, sino por la novedad del
Evangelio que nos dará el Espíritu del Señor. Escuchamos con facilidad
cualquier cosa que nos digan porque apareció en la televisión, o porque son ideas
que nos parecen novedosas porque la hacen no sé en qué sitio o lugar del mundo,
pero no nos abrimos a lo que nos dice en cada momento el evangelio dejándonos
conducir por el Espíritu del Señor.
Es la dureza de nuestro corazón que
tenemos que romper, es esa nueva ternura y delicadeza que tenemos que poner
para sentirnos impulsados por el Espíritu del Señor.
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