Contemplamos
a Jesús como Sacerdote y como víctima porque es El quien se entrega y se
sacrifica, quien en sí mismo realiza el Sacrificio de la Nueva Alianza
Jeremías 31, 31-34; Salmo 109; Marcos 14,
12a. 22-25
Cuando comemos algo quizás, como a
primera vista, estamos pensando en el sabor y en el gusto de aquello que
comemos, podemos sentirnos atraídos por su forma, su colorido o su sabor, como
decimos algunas veces no comemos lo que no nos entra por los ojos, pero tendríamos
que decir que todo eso es accidental, que lo importante es lo que asimilamos de
aquel alimento, lo que nos da de vida al alimentarnos porque en fin de cuentas
es lo que viene a significar el alimentarse, los nutrientes que recibimos que
se convierten en energía y vida en nosotros, más allá de lo que desde su
apariencia podemos contemplar. Quizás en ocasiones haya cosas que comemos, que
ingerimos, aunque no nos sea siempre agradable al paladar, como nos puede
suceder con una medicina que tomamos aunque no nos agrade porque sabemos que nos
va a dar salud.
Hay en el evangelio se nos habla de
comer un pan, que nos dice Jesús que es su cuerpo entregado por nosotros, y se
nos invita a beber del vino de una copa que se nos señala que es la sangre
derramada por nosotros. Y se nos habla de Alianza como se nos habla también de
Reino de Dios, de la misma manera que se nos sitúa en el día de la pascua, en
el día en que era sacrificado el cordero pascual.
Todo esto nos quiere decir mucho,
porque cuando se nos habla de comer ese pan y de beber de ese cáliz se nos está
diciendo qué es lo que realmente vamos a asimilar en esa comida; ya no será
simplemente un pan o una copa de vino, se nos está hablando de la entrega de Jesús
que es la ofrenda que de si mismo hace al Padre y se nos habla de su
sacrificio, que es pascua y que es redención.
¿Quién puede ser capaz de realizar tal
ofrenda en la que así mismo es la victima ofrecida en sacrificio? Eso solo lo
puede realizar Jesús. Es el Pontífice, es el Sacerdote de la nueva alianza,
porque en su entrega y en su sangre derramada se va a establecer una nueva
Pascua. Contemplando estamos, pues, a Jesús como Sacerdote y al mismo tiempo
como víctima porque es El quien se entrega, quien se sacrifica, quien en sí
mismo realiza ese Sacrificio de la Nueva Alianza.
No es como la antiguas en que se
ofrecía algo ajeno a uno mismo, aunque con nosotros también tuviera relación,
una ofrenda de algo que personal que se hacía, una animal que se consideraba
propio y que de alguna manera quería representarnos, pero ahora es distinto, no
es algo ajeno o que lejanamente tenga relación con quien hace la ofrenda o
realiza el sacrificio, porque es El mismo quien se entrega, quien se convierte
en ofrenda pero quien al mismo tiempo hace la ofrenda. Es un nuevo sentido del
sacerdocio, un nuevo Sacerdocio, no como el de los antiguos que podía
pertenecer a un familia o heredarse de uno a otros; este es un sacrificio
eterno, como el de Melquisedec, aquel sumo sacerdote del que ya no se cuentan
los años ni la ascendencia familiar, sino que también va a realizar una ofrenda
eterna.
Así es el Sacerdocio de Cristo, al que
en verdad podemos llamar Sumo y Eterno Sacerdote, que es la fiesta que hoy
estamos celebrando, en este jueves posterior a Pentecostés. Una jornada
verdaderamente sacerdotal, no solo contemplando a Cristo, Sumo y Eterno
Sacerdote, sino que nos obliga a pensar y contemplar a cuantos participan de
ese sacerdocio de Cristo, no solo ya porque en el Bautismo hemos sido
consagrados para ser con Cristo Sacerdotes, Profetas y Reyes, sino que hoy
queremos contemplar a quienes el Señor ha llamado con una vocación especial
para ser con Cristo esos sacerdotes que también hagan y realicen con su vida el
mismo sacrificio de Cristo viviendo una entrega semejante a la de Cristo para
el servicio y el bien de todo el pueblo de Dios.
Este jueves es una jornada
especialmente sacerdotal, para considerar y valorar a quienes como presbíteros
de la comunidad ejercen con su vida un sacerdocio como el de Cristo,
convirtiéndose así con sus vidas y ministros y servidores de reconciliación y
de amor, en ministros y servidores del pueblo de Dios. Por ellos hemos de orar
para que puedan ejercer con fidelidad su ministerio asemejándose en todo a
Cristo. Oremos, pues, por los sacerdotes y pastores del pueblo de Dios.
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