Que el Señor nos dé la gracia de comprender en toda su profundidad la grandeza y la maravilla del amor matrimonial que nos lleve a ese encuentro y comunión intima de amor
Santiago 5,9-12; Sal 102; Marcos
10,1-12
Jesús hace camino con nosotros en la vida. Lo vemos en el evangelio
yendo de un lado para otro siempre al encuentro con la gente. Muchos venían
hasta El; El se acercaba a todos; a todos escuchaba, para todos tenía palabras
de vida, palabras de luz que iban iluminando sus caminos no siempre fáciles.
Las situaciones vitales que muchos vivían no eran fáciles; estaban las
dificultades de cada día por lograr la supervivencia en un pueblo pobre y con
muchas necesidades; estaban sus carencias, sus limitaciones que se manifestaban
en las enfermedades, en las discapacidades que iban apareciendo en sus
cegueras, en su invalidez, en la sordera y así en muchas cosas más; pero
estaban también las dificultades de la convivencia en el seno de las familias,
en el encuentro con los demás motivados muchas veces desde egoísmos o
ambiciones que lo hacían difícil.
Para todos tenía una palabra de luz y de vida; en El encontraban
fuerza y esperanza; con El se abrían nuevos caminos para sus vidas. Era la
salvación que llegaba con Jesús y a todos alcanzaba; era el Reino nuevo de Dios
que se anunciaba y se iba instaurando en aquellos que aceptaban el camino de
Jesús.
Vienen hasta Jesús con sus problemas, pero en ocasiones había personas
interesadas en tratar de desprestigiarle, o de ponerle a prueba. Es lo que
sucede hoy cuando le plantean el problema del divorcio. La respuesta de Jesús
es contundente porque recuerda lo que es la voluntad de Dios desde el
principio. El matrimonio ha de ser un encuentro de amor para vivirlo en
plenitud. ‘Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios
ha unido, que no lo separe el hombre’.
Pero como decíamos en el inicio de la nuestra reflexión no siempre los
caminos son fáciles. Hemos de tener bien claras cuales son nuestras metas y
nuestros principios y por ellos hemos de luchar sabiendo que nos va a costar. Y
esa es la realidad que nos encontramos en las familias y en los matrimonio.
Nada tendría que llevarnos a la ruptura y al desencuentro; todo tendría que ir
orientado siempre a esa comunión de amor y para eso será necesario superar
muchas cosas que se nos atraviesan en el corazón y que crean esas rupturas.
Somos conscientes de cuanto de todo eso sucede en nuestro entorno y no siempre
se tiene la suficiente fortaleza para mantener esa unidad, para preservar esa
comunión.
Cristo que se hace presente en nuestra vida con su gracia ha querido
convertir la realidad matrimonial en un sacramento de su presencia. Por eso nos
da la gracia del sacramento que santifique nuestro amor matrimonial. Sin la
gracia del Señor, solo con nuestras fuerzas, seríamos incapaces de mantener esa
unidad porque bien sabemos cuantas son las tentaciones que nos acechan y cuanta
es la debilidad que hay en nuestro corazón. Pero la gracia sacramental no fue
cosa de un momento, allá cuando celebramos el sacramento, sino que es algo que
se prolonga en toda nuestra vida a través de cada gesto de amor. En ese amor se
hace presente Jesús, nos llena de su gracia,
santifica nuestra vida.
Que el Señor nos dé la gracia de comprender en toda su profundidad la
grandeza y la maravilla del amor matrimonial y así podamos preservarlo siempre
de todo peligro para que todo, y en todo momento, nos lleve a ese encuentro y
comunión intima de amor.
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