Aprendamos
de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros pero estás más
impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a
hacer el bien
Santiago
4,13-17; Sal 48; Marcos 9,38-40
‘Maestro, hemos visto a uno que
echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de
los nuestros’ era el entusiasmo de
Juan por Jesús. Se sentía especialmente amado por Jesús – en su evangelio se
describe a si mismo como discípulo amado del Señor – y le parecía que no podía
consentir que vinieran otros, que no formaban parte del grupo de los
discípulos, para obrar cosas maravillosas en el nombre de Jesús. Ya hemos visto
la reacción de Jesús. No se lo impidáis, todo el que hace el bien sea donde sea
hay que valorarlo.
Tenemos que aprender a valorar lo bueno
que se hace en la vida. No nos podemos creemos que somos nosotros los únicos
que sabemos hacer las cosas bien. En el corazón de toda persona hay muchas
semillas de bondad, mucha capacidad de hacer el bien, de amar, de sentir
preocupación por los demás. Y eso hemos de valorarlo siempre, tenerlo en
cuenta, resaltar lo bueno que hacen los demás. Somos una misma humanidad que
busca el bien, que quiere lo bueno para los demás y se siente comprometida en
cosas buenas a favor de los otros.
Pensemos cómo en el juicio final Jesús
nos va a preguntar por esos actos de amor, por ese bien que hayamos hecho a los
demás y bien sabemos como a todo eso le da un sentido sublime porque nos dirá
que todo eso bueno que hayamos hecho por los demás a El se lo hicimos. Estaba
hambriento y me diste de comer, estaba sediento, estaba enfermo, estaba solo,
nadie me tenía en cuenta, pero viniste y me diste de comer, me ofreciste un
vaso de agua, me acompañaste y fuiste mi consuelo en el momento del dolor o de
la soledad, te detuviste a mi lado cuando nadie me tenía en cuenta.
Hay tantos en la vida con un corazón
hermosamente solidario a nuestro lado. Buenos vecinos que comparten, compañeros
de trabajo que se ayudan mutuamente, gente que va caminando por la calles de la
vida y se detiene junto al que está tirado en la acera. Lo malo sería que
aquellos que nos decimos seguidores de Jesús vayamos con nuestras prisas o
nuestras preocupaciones y pasemos de largo, acaso por llegar temprano al
templo, como expresábamos en aquella canción utilizada tantas veces en la
liturgia. Con nosotros esta el Señor y no somos capaces de reconocerlo, no
somos capaces de detenernos a su lado y vamos dando rodeos en la vida. Seamos
sinceros porque es una tentación que nos amenaza muchas veces.
Aprendamos de tantos que acaso no viven
una vida religiosa como nosotros decimos que vivimos, pero están más
impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a
hacer el bien.
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