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miércoles, 18 de mayo de 2016

Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros pero estás más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien

Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros pero estás más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien

Santiago 4,13-17; Sal 48; Marcos 9,38-40
‘Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros’ era el entusiasmo de Juan por Jesús. Se sentía especialmente amado por Jesús – en su evangelio se describe a si mismo como discípulo amado del Señor – y le parecía que no podía consentir que vinieran otros, que no formaban parte del grupo de los discípulos, para obrar cosas maravillosas en el nombre de Jesús. Ya hemos visto la reacción de Jesús. No se lo impidáis, todo el que hace el bien sea donde sea hay que valorarlo.
Tenemos que aprender a valorar lo bueno que se hace en la vida. No nos podemos creemos que somos nosotros los únicos que sabemos hacer las cosas bien. En el corazón de toda persona hay muchas semillas de bondad, mucha capacidad de hacer el bien, de amar, de sentir preocupación por los demás. Y eso hemos de valorarlo siempre, tenerlo en cuenta, resaltar lo bueno que hacen los demás. Somos una misma humanidad que busca el bien, que quiere lo bueno para los demás y se siente comprometida en cosas buenas a favor de los otros.
Pensemos cómo en el juicio final Jesús nos va a preguntar por esos actos de amor, por ese bien que hayamos hecho a los demás y bien sabemos como a todo eso le da un sentido sublime porque nos dirá que todo eso bueno que hayamos hecho por los demás a El se lo hicimos. Estaba hambriento y me diste de comer, estaba sediento, estaba enfermo, estaba solo, nadie me tenía en cuenta, pero viniste y me diste de comer, me ofreciste un vaso de agua, me acompañaste y fuiste mi consuelo en el momento del dolor o de la soledad, te detuviste a mi lado cuando nadie me tenía en cuenta. 
Hay tantos en la vida con un corazón hermosamente solidario a nuestro lado. Buenos vecinos que comparten, compañeros de trabajo que se ayudan mutuamente, gente que va caminando por la calles de la vida y se detiene junto al que está tirado en la acera. Lo malo sería que aquellos que nos decimos seguidores de Jesús vayamos con nuestras prisas o nuestras preocupaciones y pasemos de largo, acaso por llegar temprano al templo, como expresábamos en aquella canción utilizada tantas veces en la liturgia. Con nosotros esta el Señor y no somos capaces de reconocerlo, no somos capaces de detenernos a su lado y vamos dando rodeos en la vida. Seamos sinceros porque es una tentación que nos amenaza muchas veces.
Aprendamos de tantos que acaso no viven una vida religiosa como nosotros decimos que vivimos, pero están más impregnados por los valores del evangelio que les llevan en todo momento a hacer el bien.

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