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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Tengamos fe para reconocer las maravillas que hace el Señor con nosotros y cómo continuamente nos ofrece su paz y su perdón

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
‘¿Por qué andas diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?’ Así le reprocha el profeta la falta de confianza en el Señor, en su amor y en su providencia. El Señor que creó todas las cosas y las mantiene con vida, el Dios creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga, tampoco se olvida de su pueblo ni de ninguna de sus criaturas.
No nos puede faltar nunca la confianza en el Señor. También nosotros tenemos la misma tentación cuando  nos parece que el Señor no nos escucha o no nos atiende en aquello que le pedimos que a nosotros nos parece tan urgente. Pero grande es la sabiduría del Señor y grande es la paciencia también que tiene con nosotros.
¿En quien mejor podemos poner nosotros toda nuestra confianza, vaciar todas las penas y amarguras que llevamos en el corazón, o confiarle lo que son todos nuestros deseos y aspiraciones? El nos da muchos motivos para que confiemos en El. El es nuestra fuerza, nuestra vida, nuestra paz en cada momento, sea cual sea la situación en la que nosotros estemos. No se olvida nunca de nosotros; más bien somos nosotros los que con mucha facilidad nos olvidamos de Dios y queremos llevar la vida a nuestro aire.
En este camino de Adviento que vamos haciendo es bueno que recordemos todas estas cosas y renovemos una vez más nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Y para ello comencemos por recordar cuánto recibimos del Señor. Como hemos dicho en el salmo ‘bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios’. Serían tantas cosas las que tendríamos que recordar si abriéramos bien los ojos de la fe para ser conscientes de su presencia permanente junto a nosotros.
¿En quien mejor encontramos la paz para nuestro corazón? Sabemos que ‘El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura’. Es el Señor que nos perdona, ‘el Señor compasivo y misericordioso… el Señor que no nos trata como merecen nuestros pecados’. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos que pagar en todo por nuestros pecados? Pero grande es la misericordia del Señor.
Pensemos bien cuantas veces nos hemos visto hundidos en la vida, porque las cosas no nos salían bien, o porque habíamos metido la pata hasta el fondo, como suele decirse, y habíamos hecho lo que no teníamos que hacer, porque quizá nos vimos solos y nos parecía abandonados en nuestras luchas, en nuestros problemas, en esas situaciones difíciles por las que todos alguna vez en la vida hemos pasado; pero allí estaba la gracia del Señor que nos tendía su mano amiga a través quizá de una persona que llegaba a nuestro lado, o porque sentimos un impulso en nuestro corazón que nos daba fuerza para luchar; de muchas maneras se nos hace presente el Señor en nuestra vida; basta que tengamos ojos de fe para descubrir su presencia.
Y sentimos su amor,  su perdón, su paz; y nos sentimos con fuerza para seguir adelante en nuestra lucha, y no nos sentimos solos. ¿Pensamos que todo eso se debió solo a nuestra fuerza de voluntad? No seamos orgullosos, seamos humildes y reconozcamos la mano del Señor.
Hoy nos ha dicho Jesús en el Evangelio ‘venid a mi los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… y encontraréis vuestro descanso’. Qué gozo y qué consuelo saber que así podemos acudir al Señor que nos va a manifestar su amor y su ternura de esa manera. Pongamos humildad en nuestro corazón, para tratar de parecernos a El y nos encontraremos de verdad con el Señor, con su descanso y con su paz. ‘Venid y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón’, nos dice. Qué gozo y qué paz nos da nuestra fe en el Señor.

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