Atendamos bien a la Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía para acoger a Dios que llega nuestra vida
Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
‘Yo, el Señor, tu
Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues’, pero tú no has atendido a mis
mandatos; así viene a decirle el profeta al pueblo de Israel de parte de Dios.
Como hemos recitado más de una vez con los salmos ‘ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón’.
Nos viene bien recordarlo.
Los profetas ayudaban al pueblo de Dios recordándoles
la fidelidad a la Alianza que habían de vivir. Eran el pueblo de Dios y como
tal habían de comportarse, lo que les exigía fidelidad, vigilancia para no
dejarse confundir ni arrastrar por malos caminos, apertura de corazón a lo que
es la voluntad de Dios escuchando con fe su palabra. Pero cuántas veces se
dejaron confundir y se dejaron arrastrar por caminos que no eran los caminos de
Dios.
Nosotros ahora en este camino de Adviento que vamos
haciendo también escuchamos a los profetas que también nos ayudan a nosotros en
esta preparación para la navidad que es el Adviento que queremos vivir. Eso
mismo que le pedían los profetas al pueblo de Dios está llegando a nosotros
también como Palabra de Dios que nos ayuda, que nos despierta de nuestras
modorras y rutinas, que aviva en nosotros también esos deseos de Dios, de su
salvación, de su vida, de su gracia.
Son esas actitudes importantes y fundamentales a las
que nos invita también la Iglesia para mantenernos en la espera de la venida
del Señor. Algo importante es la vigilancia tan necesaria al que espera algo.
Esperamos pero lo grandioso de lo que vamos a recibir nos hace estar atentos,
vigilantes para que no nos encuentre desprevenidos ni dormidos. Lo grande y
maravilloso es la presencia del Señor que llega a nuestra vida. El Bautista con
el mismo sentido de los profetas nos ha dicho que tenemos que preparar los
caminos.
Atentos junto a ese camino por el que llega el Señor a
nuestra vida no nos podemos distraer con otras cosas de manera que pueda pasar
inadvertida esa presencia de Dios. Y en nuestro entorno hay muchas cosas que
nos pueden distraer por la manera de concebir, por ejemplo, lo que es la navidad
para gran parte de la gente que nos rodea. Y si les hacemos caso y ponemos toda
nuestra atención en esas superficialidades puede pasar inadvertido para
nosotros ese paso de Dios, esa llegada de Dios a nuestra vida. Pensemos en
cuantas cosas superfluas ponen como centro de atención de su manera de entender
la navidad muchos de los que nos rodean.
Que no sean solo unos días para pasarlo bien, para
quedar con los amigos o incluso con la familia, pero de manera que nos
olvidemos lo que tiene que estar en el verdadero origen de lo que son las
fiestas de Navidad. Porque nos podemos olvidar de Jesús muy preocupados por
nuestros regalos o nuestras comidas.
Atentos, vigilantes para recibir al Señor que llega a nosotros en el
Sacramento; atentos y vigilantes para vivir con todo sentido y profundidad
nuestras celebraciones religiosas, no simplemente porque hagamos celebraciones
bonitas, sino porque hagamos celebraciones vivas en que haya verdadero
encuentro sacramental con el Señor y su gracia.
Atentos y vigilantes también para descubrir la
presencia del Señor en los demás, en cuantos pasan a nuestro lado a los que
tenemos que regalar nuestro amor, sobre todo y de manera especial en los pobres
y en los que sufren, en los que se sienten solos o en los que van desorientados
por la vida, en los que nadie quiere o en los sufren tantas discriminaciones. Que
la atención y apertura de nuestro corazón para descubrir al Señor que llega a
nosotros en esta navidad nos enseñe a tener una mirada distinta hacia los que
nos rodean, pero que aprendamos no a hacerlo solamente estos días porque quizá
haya una especial sensibilidad porque es navidad, sino que esa mirada sepamos
seguir teniéndola todos los días de nuestra vida. Entonces haremos que sea
navidad de verdad cada día de nuestra vida.
Es la manera de preparar bien los caminos del Señor. Es
la mejor manera de seguir al Señor para encontrar la luz de la vida, como hemos
dicho en el salmo. Que atendamos bien a lo que son los mandatos del Señor, a la
Palabra del Señor que nos enseña y que nos guía, como nos decía el profeta.
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