Como un pastor que apacienta su rebaño así nos llama el Señor para que enderecemos nuestros caminos y vayamos a su encuentro
Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
‘Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en
brazos los corderos y hace recostar a las madres’. Hermosa
imagen que nos ofrece el profeta; consoladora imagen, tenemos que decir
siguiendo el sentido de toda la profecía que hemos escuchado hoy - la
escuchábamos también el pasado domingo -.
Dios no abandona a su pueblo
aunque haya sido el pueblo el que había abandonado al Señor olvidando e
incumpliendo la Alianza. Ya comentábamos, entonces, que esta profecía de Isaías había sido
pronunciada cuando estaban en el destierro, lejos de su tierra, cosa que
sentían como un castigo merecido por su infidelidad a la Alianza del Señor.
Pero las palabras que el profeta les trasmite en nombre del Señor son en verdad
consoladoras, porque anuncian ya terminado ese tiempo y cancelada la deuda por
la infinita misericordia del Señor podían volver de nuevo a su tierra como en
un nuevo Éxodo.
El anuncio que se les hace
de esos caminos que se van a abrir en el desierto para su vuelta tiene este
sentido, pero como habíamos reflexionado ya sobre ello era anuncio mesiánico
también porque tendría su cumplimiento con la presencia del precursor del
Mesías que venía a preparar los caminos del Señor.
Pero terminaba la profecía
ya escuchada con ese anuncio de la presencia y la salvación que Dios les
ofrecía. ‘Súbete a lo alto de un monte…
alza con fuerza la voz… álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: Aquí está
vuestro Dios… el Señor llega con fuerza… como un pastor apacienta el rebaño, su
brazo lo reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida las madres’.
Imagen que se ve
complementada con lo escuchado en el Evangelio. Jesús es el Buen Pastor que cuida y alimenta a sus
ovejas, pero que van también tras la descarriada y cuando la encuentra la trae
sobre los hombros, anunciando a todos su alegría por haberla encontrado. ‘No quiere que se pierda ninguna’. Es la
alegría del Padre del cielo.
Consuelo para nuestro
corazón que tantas veces con nuestro pecado descarriamos los caminos. El Señor
siempre está pensando en nosotros y nos busca y nos llama, nos ofrece el
alimento y la fuerza de su gracia y está ofreciéndonos siempre caminos para que
vayamos a El. Nos hacemos sordos tantas veces, no le prestamos atención.
Tendríamos que despertar más nuestra fe para saber descubrir esa palabra y esa
llamada del Señor.
Cuantas veces caemos en la
cuenta allá en nuestro interior, como si una voz nos estuviera hablando y haciéndonos
reconsiderar las cosas, para que corrijamos algo que no está bien en nuestra
vida, para que tengamos nuevas posturas o actitudes hacia aquella u otra
persona, para que emprendamos una obra buena, para que seamos capaces de ser
más comprensivos con los que están a nuestro lado. Unas veces le prestamos
atención y otras tratamos quizá de acallar esa voz con el olvido; pero
deberíamos reflexionar y darnos cuenta que son llamadas de gracia del Señor a
las que tendríamos que responder.
Hoy hemos escuchado el grito
del profeta que nos invitaba a preparar los caminos del Señor, allanando las
calzadas, levantando los valles, aplanando las montañas y colinas, enderezando
lo torcido, igualando los lugares escabrosos. Muchas veces hemos reflexionado y
orado con estas palabras del profeta, pero no nos tenemos que hacer oídos a su
grito, a la llamada del Señor. Orgullos que tenemos que quitar de nuestra vida,
desconfianzas y recelos que tenemos que hacer desaparecer, humildad y amor que
hemos de poner en nuestro corazón que son los mejores medios para que no
chirríen nuestras relaciones, para que las aristas de nuestra vida no hagan
daño a los demás, para que sepamos en verdad conjuntarnos como hermanos que nos
queremos.
No nos hagamos oídos sordos
a la llamada del Señor; contemplemos su amor que como un buen pastor nos acoge,
nos busca, nos llama, nos alimenta con su gracia. Dejémonos conducir por El.
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