Una palabra de consuelo que es anuncio de esperanza para una nueva vida para nosotros y para el mundo
Is. 40, 1-5.9-11; Sal. 84; 2Pd. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8
El que está triste, necesita consuelo; el que esta solo
y se siente abandonado, necesita consuelo; el que vive agobiado en la vida y
todo le parece negro y sin salida, necesita un consuelo; el no tiene libertad y
quizá viva entre rejas, del tipo que sea porque hay muchas cosas que merman la
libertad, necesita un consuelo; el que se ve atormentado por el sufrimiento, ya
sean enfermedades de las que no termina de curarse, o sean otros sufrimientos
del espíritu porque quizá le pese la conciencia por algo que haya hecho y se
pueda sentir culpable, necesita consuelo; podríamos seguir fijándonos en más
situaciones, pero sean las que sean, ¿cuál es el consuelo que se puede ofrecer,
qué palabras se pueden decir, con qué luces podemos iluminar, qué razones
podemos dar para la esperanza? Podría ser difícil en muchas ocasiones.
Mira por donde las primeras cosas que hemos escuchado
hoy en la Palabra de Dios proclamada es una invitación a la consolación. ‘Consolad, consolad a mi pueblo… habladle
al corazón…’ Sí, es en el corazón donde tenemos que sentir esas palabras de
consuelo; no son razonamientos fríos los que se pueden ofrecer, sino que tienen
que ser cosas que lleguen al corazón, cosas, palabras que nos lleguen a lo más
hondo de nuestra vida.
¿Cuál es el consuelo que ofrece el profeta? Es bueno
tener una idea del contexto histórico en que fueron pronunciadas las palabras
del profeta de parte de Dios, porque era a la vida concreta que ellos estaban
viviendo a donde se dirigían esas palabras. Esta parte de la profecía de Isaías
se corresponde a los momentos en que el pueblo estaba cautivo en Babilonia,
lejos de tu patria, donde ellos se sentían castigados por la infidelidad
histórica que habían vivido con el Señor. Pesa en sus corazones la cautividad,
la falta de libertad, la lejanía de su patria y de su templo que además había
sido destruido, la conciencia de su pecado por su infidelidad.
Ahora se les anuncia la libertad, la liberación, como
un nuevo éxodo de vuelta a su tierra y se les dice ‘está cumplido su servicio, pagado su crimen, pues la mano del Señor ha
recibido doble paga por sus pecados’. ¿No eran palabras que les daban el
mayor consuelo, pues se sentían liberados de toda culpa y de todo tipo de
esclavitud?
Se van a abrir caminos de libertad; si sus padre
tuvieron que atravesar el mar rojo y el desierto para alcanzar la tierra
prometida, ahora para ellos se van a abrir caminos en el desierto, que serán
caminos de libertad, pero que ellos saben interpretar como caminos de Dios. Se
va así a revelar la gloria del Señor; por eso han de gritar con jubilo y bien
fuerte esa salvación que les viene de Dios. ‘En
el desierto preparadle un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada
para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y las colinas se
abajen; que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale…’
Pero esa liberación de la que van ahora a disfrutar, el
gran consuelo que Dios les da, va a tener un sentido profético y mesiánico.
Todo aquello que sucede va a trascender el momento histórico que viven y será
como una señal, un nuevo anuncio del cumplimiento de la promesa que había
mantenido la esperanza del Mesías en toda la historia del pueblo de Israel. Por
ello todos esos acontecimientos se han de leer en clave mesiánica.
Será precisamente por donde comience el relato del
evangelio de Marcos, que hoy precisamente iniciamos en sus primeros versículos.
Marcos nos dice que nos va a contar una buena noticia y esa buena noticia es
Jesús. No olvidemos que la palabra evangelio en sí misma significa buena
Noticia. Y así comienza su relato Marcos: ‘Comienza
el evangelio de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios’.
E inmediatamente nos recuerda lo anunciado por el
profeta y que ve su cumplimiento en una primera parte en el Bautista. ‘Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío
mi mensajera delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el
desierto: preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos’. Aquel
camino que había anunciado Isaías a los que estaban desterrados en Babilonia y
que se iba a abrir por el desierto para la vuelta a su tierra llenos de
libertad como decíamos antes tenia un sentido profético que trascendía el
momento histórico para convertirse en ese camino que el precursor del Mesías
había de preparar para la venida del Señor. Eran caminos de Dios, ‘una calzada para nuestro Dios… el Señor
que llega con fuerza…’ trayéndonos su salvación. Es la misión que ahora
tiene el Bautista.
Se anuncia la llegada inminente del Mesías; son
palabras también de consuelo y de esperanza. Venía el que anunciaba la
liberación a los oprimidos con un año de gracia del Señor, haciendo referencia
a otro texto de Isaías, que fue el que se leyó en la sinagoga de Nazaret. ¿No
es consuelo y consuelo eterno, podríamos decir, que se nos anuncie una
amnistía, un año de gracia del Señor donde todo va a ser perdonado, donde
podemos recomenzar de nuevo con una vida nueva?
¿No es eso lo que los pecadores sienten en su corazón
cuando se les anuncia el perdón, cuando saben que pueden recomenzar de nuevo
con una vida nueva? ¿No será eso lo que Jesús ofrecía a los pecadores, lo que
ofreció a Zaqueo, lo que ofreció a la mujer pecadora o a la mujer adultera, lo
que ofreció al paralítico que comenzaba una vida nueva porque también se le habían
perdonado los pecados, lo que ofrecía a los leprosos que curados podían volver
a su casa, y así podemos pensar en todos los milagros y todos los encuentros
que Jesús iba teniendo con todos?
A todos ofrecía Jesús la paz para que recomenzasen una
vida nueva. Es lo que la Iglesia de la misericordia quiere seguir ofreciendo,
tiene que seguir ofreciendo a todos los que convierten su corazón a Dios. La
Iglesia que es madre de consuelo, madre de misericordia y madre de esperanza. El
pecador nunca puede perder la esperanza de la misericordia y el consuelo del perdón.
Así tiene que manifestarse siempre la Iglesia, aunque demasiadas veces se muestra
excesivamente justiciera.
Hoy contemplamos la figura de Juan en el desierto
preparando los caminos del Señor. ‘Predicaba que se convirtieran y se
bautizaran, para que se les perdonasen los pecados’ y nos anunciaba al que
venía detrás de él y que bautizaría no con agua, sino con Espíritu Santo. Contemplamos su austeridad y su invitación a
la penitencia y a la conversión. El solo podía ofrecer ahora, y ya era un
consuelo, el que pudiesen purificar sus corazones, que era como un enderezar
los caminos para que llegase Dios a sus vidas. Humildad, conversión del
corazón, ya muchas veces hemos comentado que son los humildes los que saben
abrir su corazón a Dios. Esos eran los caminos que había que preparar.
Pero nosotros no nos quedamos mirando lo que hacían o
no hacían los contemporáneos del Bautista, sino que también hemos de escuchar
su palabra para tener esas mismas actitudes que abran nuestro corazón a Dios.
Reconocemos la pobreza de nuestra vida; reconocemos que somos pecadores, pero
queremos buscar a Dios y ya sabemos el camino por donde hemos de ir.
Pero si hemos recibido nosotros esa palabra de consuelo
porque se nos anuncia la misericordia y el perdón, ¿no tendríamos nosotros que
convertirnos en anunciadores también de esa buena noticia para los demás? El
mundo sigue necesitando esas buenas noticias que llenen de consuelo, de
esperanza, de ilusión por caminos nuevos de vida. Son muchas las angustias y
los sufrimientos que seguimos encontrando en nuestro mundo; son muchos los que
se sienten desalentados por el momento actual que podamos estar pasando; son
muchos, aunque en ocasiones traten de disimularlo diciendo que todo marcha bien
y buscando sucedáneos de alegría y de dicha, los que sin embargo están
necesitando esa palabra de animo y de consuelo.
¿No tenemos nada que ofrecerles? Seamos conscientes de
todo lo que significa la riqueza de nuestra fe, y como hemos de compartirla con
los demás; trasmitiendo esperanza a los demás, nuestra propia esperanza se
crece; tratando de alentar a los demás con buenas nuevas de consuelo también
nosotros nos podremos sentir más fuertes en nuestra propia fe y así nos podamos
convertir en signos de nueva vida para el mundo que tanto necesita de
esperanza. Es el hermoso mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios en este segundo
domingo de Adviento.
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