Como discípulos de Jesús hemos de ser signos de su amor para nuestro mundo
Is. 30, 18-21.23-36; Sal. 146; Mt. 9, 35-10, 1.6-8
Cuando nos vamos preparando a través del camino del
Adviento para la celebración del misterio del nacimiento del Señor nos vamos dejando
iluminar por la Palabra de Dios que cada día la liturgia nos va proponiendo;
están por una parte los profetas que vamos escuchando siempre en la primera
lectura, y salvo ya los días inmediatos a la Navidad en que se nos proclamará
el principio del evangelio de Lucas con todos aquellos acontecimientos previos
al nacimiento de Jesús, de resto acudimos a diversos textos del evangelio que
en la enseñanza de Jesús ya nos van ayudando a prepararnos para la celebración
de este Misterio.
Hoy el evangelio nos presenta aquel momento en que
vemos no solo a Jesús predicando, anunciando el evangelio por las distintas
ciudades y aldeas de Galilea, enseñando en las sinagogas pero también curando
todas las enfermedades y dolencias, como un signo del Reino de Dios que estaba
anunciando y que estaba haciéndose presente. Se compadece Jesús de cuantos
acuden a El, porque les parecía que ‘eran
como ovejas sin pastor’ que andaban extenuadas y abandonadas y a
continuación llamó a doce de sus discípulos para enviarlos a realizar la misma
misión que Jesús venia realizando. ‘Les
dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia’.
Algo bien significativo que nos puede decir mucho a
nosotros también hoy. Quien es discípulo de Jesús recibe la misma misión de
Jesús, porque esa Buena Nueva de Salvación que ha recibido no se puede quedar
con ella para sí solo sino que ha de trasmitirla a los demás.
También nosotros contemplamos el campo de nuestro mundo
hoy. Podemos pensar en la amplitud de todo el mundo con todos sus continentes y
naciones, o podemos mirar más cerca y ver ese mundo cercano a nosotros y en el
cual estamos inmersos, en donde
vivimos. Un mundo, también el cercano a
nosotros que se apresta también a celebrar la navidad; pero ya tendríamos que
preguntarnos ¿se apresta en verdad a celebrar el nacimiento de nuestro
Salvador? La pregunta hecha así puede cambiar la perspectiva y darnos otra
respuesta. Para muchos celebrar la navidad puede ser simplemente celebrar unas
fiestas con toda la parafernalia que rodea la manera de celebrar la navidad del
mundo que nos rodea, pero quizá no estén en verdad celebrando el nacimiento de
Jesús, nuestro Salvador, porque quizá no se sientan necesitados de esa
salvación o no miran a Jesús de esa manera. Tenemos que ser conscientes de lo
que es la realidad.
Quizá a nosotros, entonces, nos pueda pasar como a
Jesús cuando vio a toda aquella gente que acudía a El que sintió compasión,
como decíamos, porque andaban como abandonados y extenuadas como ovejas sin
pastor. ¿Será así como veremos ese mundo que nos rodea que no llega a reconocer
a Jesús como su Salvador, a reconocer que Jesús es en verdad nuestra única
salvación?
Aquí entramos los que nos sentimos creyentes más
comprometidos con nuestra fe y con Jesús y su evangelio. Jesús envió a los discípulos
a curar enfermedades y expulsar demonios para anunciar el evangelio. ¿Será eso
lo que nosotros tenemos que hacer? Pero eso ¿significará que también tenemos
que ir haciendo milagros por ahí para que el mundo crea?
Los milagros que tenemos que hacer son los signos y
señales que nosotros tenemos que dar con nuestra manera de vivir. Claro que
podemos curar y sanar, ayudar a liberar del mal o ayudar a que la gente tenga
esperanza. Muchas veces hablamos de cuanto sufrimiento hay en nuestro mundo,
¿no tenemos una palabra o un gesto de consuelo y de ánimo para esas personas?
Muchas veces hablamos también de cuantas cosas que no son buenas hay en tantos
con sus malquerencias, sus envidias, sus orgullos, sus maldades, sus violencias
¿no puede haber por nuestra parte una palabra buena que podemos decir, unas
señales de cercanía y paz que faciliten la buena convivencia, unos gestos de
acogida y comprensión para esas personas que se ven envueltas en esos
desencuentros o en esas violencias?
Pensemos que si nos vamos convirtiendo en instrumentos
de paz y de armonía, de encuentro y de amistad, de consuelo y de esperanza para
aquellos que están cercanos a nosotros, estaremos preparando esos corazones
para que Cristo nazca en ellos cuando vayan aprendiendo a llenarlos también de
amor. Y pensemos también que si nos convertimos así en signos del amor de
Cristo es porque Cristo de verdad está naciendo en nuestros corazones. Y eso
será verdadera navidad.
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