Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos
Is. 29, 17-24; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
Desde el primer día del Adviento la figura de los
profetas nos han ido acompañando en este camino que vamos haciendo llenos de
esperanza; de la misma manera que acompañaban al pueblo de Israel en el duro
camino de mantenerse fieles a la Alianza pero de mantener viva la esperanza en
la salvación prometida por Dios desde que en la aurora de la humanidad el
hombre cayó en las redes del pecado y de la muerte, también a nosotros nos
acompañan en este camino de Adviento para que también mantengamos viva la
esperanza en las promesas del Señor y nos preparemos a su venida.
Ha sido el profeta Isaías el que repetidamente hemos
venido escuchando todos los días con los anuncios mesiánicos que nos hace
llenos de bellas imágenes, no solo de lo que es nuestro camino, sino también de
lo que va a ser nuestra meta, la vida nueva que en Jesús nos va a renovar
totalmente. Si ponemos toda nuestra fe en Jesús y en su salvación la
transformación que se va a producir en nuestra vida es grande; es la belleza de
las imágenes que hoy hemos escuchado que nos llenan de alegría y de esperanza.
Lo que parecía un desierto y una tierra inhóspita se va
a convertir en un vergel. ‘Pronto, muy
pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque’,
nos decía. Son solo unas imágenes pero que nos anuncian y significan algo más
grande y más importante que hacer reflorecer la naturaleza. Lo importante será
la transformación de las personas. Volverá a darnos unas señales, unos signos
que nos anuncian una transformación mayor. Nos habla de que ‘aquel día oirán los sordos las palabras del
libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’.
Importante ese milagro de comenzar a oír los sordos y a
ver los ciegos, pero que también son signos de algo mayor. Porque ya nos habla
de que ‘los sordos oirán las palabras del
libro’ con lo que ya nos está indicando algo más grande que es cómo nuestra
vida se va a abrir a la Palabra del Señor. Y cuando nos habla de que ‘los ciegos verán sin tinieblas ni
oscuridad’, es algo más que se acabe la ceguera de nuestros ojos
corporales; se va a despertar la fe verdadera.
Es lo que escuchamos en el evangelio. ‘Al marcharse Jesús dos ciegos le siguieron
gritando: Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. El episodio anterior
al que hace referencia al decir que Jesús se marchaba había sido la
resurrección de la hija de Jairo, cuando Jesús había llegado en aquella ocasión
a Cafarnaún. Ahora le siguen pidiendo el milagro, como es de suponer. ‘Cuando llegaron a casa se le acercaron los
ciegos’ y Jesús se pone a dialogar con ellos. Jesús, es cierto, va a
abrirles los ojos a aquellos ciegos que nada veían, pero antes quiere Jesús
abrirles los ojos de la fe. ‘Creéis que
puedo hacerlo’, les pregunta Jesús en el sentido de que si tienen fe como
para que Jesús obre el milagro. A la respuesta afirmativa de aquellos hombres -
‘sí, Señor’, contestaron - Jesús ‘les tocó los ojos diciendo: Que os suceda
conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.
Venimos nosotros también hasta Jesús y casi de forma
espontánea siempre pensamos en esas necesidades que podamos tener; carencias de
nuestra vida, limitaciones que crean discapacidades en nosotros, dolores y
enfermedades que nos hacen sufrir, problemas que quizá sabemos que hay en
nuestras familias, otros tantos problemas que sabemos que hay en nuestro mundo
que quizá hagan sufrir a muchas personas en sus necesidades y carencias básicas
o en lo que sufren a causa de la injusticia con que vivimos los humanos.
También le gritamos a Jesús como aquellos ciegos del
evangelio, ‘Ten compasión de nosotros,
Hijo de David’. Pero ¿qué es realmente lo que nosotros buscamos en Jesús?
Tenemos que reconocer que de alguna manera estamos buscando el milagro para
solucionar esos problemas y necesidades. Pero quizá a nosotros también como lo
hacía con aquellos ciegos del evangelio nos está preguntando Jesús nos está
preguntando por nuestra fe. ¿Cómo es la fe que tenemos en Jesús? Aún más, ¿a
qué nos compromete esa fe que tenemos en Jesús? Porque primero tenemos que
purificar esa fe y tratar de darle hondura, reconociendo en verdad quien es
Jesús para nosotros; pero quizá también nos está diciendo que desde ese
compromiso de nuestra fe nosotros también tenemos que poner nuestra parte, como
aquellos cinco panes de cebada que se pusieron allá en el descampado y que fue
el inicio de la multiplicación de los panes.
Y será que nosotros los que creemos en Jesús vayamos
poniendo por obra con nuestro compromiso la transformación de nuestro mundo. No
tendríamos que hacer otra cosa que escuchar el evangelio y comenzar a obrar
conforme nos enseña Jesús. ‘Los oídos que
se abren a las palabras del Libro’. Y entonces sí que comenzaremos a ver un
mundo nuevo de más amor, de más solidaridad, de más paz, de más justicia. Es la
aridez del desierto de nuestra vida que se va a convertir en vergel.
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