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viernes, 5 de diciembre de 2014

Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos

Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos

Is. 29, 17-24; Sal. 26; Mt. 9, 27-31
Desde el primer día del Adviento la figura de los profetas nos han ido acompañando en este camino que vamos haciendo llenos de esperanza; de la misma manera que acompañaban al pueblo de Israel en el duro camino de mantenerse fieles a la Alianza pero de mantener viva la esperanza en la salvación prometida por Dios desde que en la aurora de la humanidad el hombre cayó en las redes del pecado y de la muerte, también a nosotros nos acompañan en este camino de Adviento para que también mantengamos viva la esperanza en las promesas del Señor y nos preparemos a su venida.
Ha sido el profeta Isaías el que repetidamente hemos venido escuchando todos los días con los anuncios mesiánicos que nos hace llenos de bellas imágenes, no solo de lo que es nuestro camino, sino también de lo que va a ser nuestra meta, la vida nueva que en Jesús nos va a renovar totalmente. Si ponemos toda nuestra fe en Jesús y en su salvación la transformación que se va a producir en nuestra vida es grande; es la belleza de las imágenes que hoy hemos escuchado que nos llenan de alegría y de esperanza.
Lo que parecía un desierto y una tierra inhóspita se va a convertir en un vergel. ‘Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque’, nos decía. Son solo unas imágenes pero que nos anuncian y significan algo más grande y más importante que hacer reflorecer la naturaleza. Lo importante será la transformación de las personas. Volverá a darnos unas señales, unos signos que nos anuncian una transformación mayor. Nos habla de que ‘aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos’.
Importante ese milagro de comenzar a oír los sordos y a ver los ciegos, pero que también son signos de algo mayor. Porque ya nos habla de que ‘los sordos oirán las palabras del libro’ con lo que ya nos está indicando algo más grande que es cómo nuestra vida se va a abrir a la Palabra del Señor. Y cuando nos habla de que ‘los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad’, es algo más que se acabe la ceguera de nuestros ojos corporales; se va a despertar la fe verdadera.
Es lo que escuchamos en el evangelio. ‘Al marcharse Jesús dos ciegos le siguieron gritando: Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. El episodio anterior al que hace referencia al decir que Jesús se marchaba había sido la resurrección de la hija de Jairo, cuando Jesús había llegado en aquella ocasión a Cafarnaún. Ahora le siguen pidiendo el milagro, como es de suponer. ‘Cuando llegaron a casa se le acercaron los ciegos’ y Jesús se pone a dialogar con ellos. Jesús, es cierto, va a abrirles los ojos a aquellos ciegos que nada veían, pero antes quiere Jesús abrirles los ojos de la fe. ‘Creéis que puedo hacerlo’, les pregunta Jesús en el sentido de que si tienen fe como para que Jesús obre el milagro. A la respuesta afirmativa de aquellos hombres - ‘sí, Señor’, contestaron - Jesús ‘les tocó los ojos diciendo: Que os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.
Venimos nosotros también hasta Jesús y casi de forma espontánea siempre pensamos en esas necesidades que podamos tener; carencias de nuestra vida, limitaciones que crean discapacidades en nosotros, dolores y enfermedades que nos hacen sufrir, problemas que quizá sabemos que hay en nuestras familias, otros tantos problemas que sabemos que hay en nuestro mundo que quizá hagan sufrir a muchas personas en sus necesidades y carencias básicas o en lo que sufren a causa de la injusticia con que vivimos los humanos.
También le gritamos a Jesús como aquellos ciegos del evangelio, ‘Ten compasión de nosotros, Hijo de David’. Pero ¿qué es realmente lo que nosotros buscamos en Jesús? Tenemos que reconocer que de alguna manera estamos buscando el milagro para solucionar esos problemas y necesidades. Pero quizá a nosotros también como lo hacía con aquellos ciegos del evangelio nos está preguntando Jesús nos está preguntando por nuestra fe. ¿Cómo es la fe que tenemos en Jesús? Aún más, ¿a qué nos compromete esa fe que tenemos en Jesús? Porque primero tenemos que purificar esa fe y tratar de darle hondura, reconociendo en verdad quien es Jesús para nosotros; pero quizá también nos está diciendo que desde ese compromiso de nuestra fe nosotros también tenemos que poner nuestra parte, como aquellos cinco panes de cebada que se pusieron allá en el descampado y que fue el inicio de la multiplicación de los panes.
Y será que nosotros los que creemos en Jesús vayamos poniendo por obra con nuestro compromiso la transformación de nuestro mundo. No tendríamos que hacer otra cosa que escuchar el evangelio y comenzar a obrar conforme nos enseña Jesús. ‘Los oídos que se abren a las palabras del Libro’. Y entonces sí que comenzaremos a ver un mundo nuevo de más amor, de más solidaridad, de más paz, de más justicia. Es la aridez del desierto de nuestra vida que se va a convertir en vergel.

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