Anhelamos la vida eterna y deseamos ese encuentro en plenitud y para siempre con el Señor
Is. 2, 1-5; Sal. 121; Mt. 8, 5-11
‘Venid, subamos al
monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob… ve, caminemos a la luz del
Señor’. Hermosa
invitación que escuchamos ya desde el inicio del Adviento. ‘Caminemos a la luz del Señor… El nos instruirá en sus caminos y
marcharemos por sus sendas…’ ¡Qué mejor invitación podemos escuchar!
Como reflexionamos desde el primer momento del Adviento,
es una invitación a la esperanza. Hemos de estar preparados porque viene el
Señor y como tenemos la seguridad de su venida estamos alertas y atentos con
esperanza, y con el gozo que nos da la esperanza cuando sabemos que lo que
esperamos es bueno. El que espera no vive con tristeza y amargura; está pregustando
la paz que va a encontrar. En la esperanza ya vamos pregustando el gozo y la
alegría de lo bueno que vamos a encontrar. Como el que sabe que le van a
ofrecer una suculenta y gustosa comida, que de solo pensarlo se le hace la boca
agua.
¿No tendría que hacérsenos la boca agua y hasta, como
se suele decir, derretirnos por dentro por el gozo y la dicha que vamos a
encontrar en el Señor? Ese momento final no es la puerta de un abismo que se
abre en el que vamos a caer sin saber donde; ese momento final sí es una puerta
que se abre pero para el encuentro con Dios en plenitud, porque estamos
llamados a la resurrección y a la vida eterna.
Claro que eso tiene unas exigencias para nosotros,
estar preparados. Es en lo que la liturgia de la Iglesia nos quiere preparar de
manera especial en este tiempo de Adviento. Algunas veces cuando hablamos de
preparación pensamos solo en lo más inmediato; claro que eso tenemos que
prepararlo, pero pongamos las luces largas para poder ver más allá de eso inmediato
del ahora. Es por lo que decimos que los cristianos desde nuestra fe le damos
trascendencia a nuestra vida. Sin dejar de hacer el recorrido de cada día
pensamos en la eternidad, anhelamos la vida eterna, tenemos el deseo de Dios y
de que en un día podamos vivir en plenitud con El.
Por eso este tiempo del Adviento no es solo la navidad
ya cercana que hemos de aprender a vivir con verdadero sentido en lo que
pensamos y para lo que queremos prepararnos; también lo haremos en su momento;
en el Adviento estamos pensando en esa segunda venida del Señor, en ese final
de los tiempos y de la historia, en ese encuentro pleno y definitivo con el
Señor; para ello queremos prepararnos de verdad. Y queremos que nos encuentre
en vela, vigilantes, preparados. Por eso, decía, hemos de poner las luces
largas para vislumbrar esa resurrección y vida eterna a la que estamos
llamados.
Cuando el camino que ahora vamos haciendo en el día a
día de nuestra vida lo vamos haciendo en fidelidad y en amor, no tememos ese
momento final aunque reconozcamos también nuestras debilidades y limitaciones.
Si vamos poniendo fe y amor significará que queremos hacer ese camino unido a
Cristo y todo eso bueno que vayamos haciendo sabemos que en el Señor va a
alcanzar plenitud.
De todas maneras el verdadero creyente, el auténtico
cristiano sabe vivir su vida queriendo mantener siempre la gracia del Señor,
por eso acude continuamente no solo a la oración diaria y a la escucha diaria
de la Palabra de Dios como verdadero alimento de su vida, sino que también
acudirá a la celebración de los sacramentos que renuevan y alimentan la gracia.
En la vida de un buen cristiano siempre está presente
la Eucaristía, pero siempre estará presente también el Sacramento de la
Penitencia para ir renovando su vida, reconciliándonos con el Señor, alcanzando
ese don del perdón de sus pecados que tanto necesita. Un verdadero cristiano es
alguien que ama y desea continuamente los sacramentos.
Lo que hemos escuchado en el evangelio, ¿no lo podemos
ver como una imagen del sacramento en el que nos acercamos al Señor, sintiendo
que no somos dignos, para que nos sane y para que nos haga llegar su salvación?
Aquel hombre quería, aunque no se sentía digno, de que Jesús llegara hasta
donde estaba su criado enfermo para que lo curara. ¿No es eso lo que hace el
Señor a través del sacramento cuando recibimos el perdón de nuestros pecados?
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