Contemplemos a María que camina a nuestro lado como
uno de nosotros pero nos enseña a abrir nuestro corazón a Dios
Gn. 3, 9-15.20;
Sal. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38
Es tan
grande el amor que le tenemos a María y son tantas las gracias que Dios derramó
sobre ella cuando quiso escogerla como su Madre, para que en ella se encarnase
por obra del Espíritu Santo el Hijo de Dios que cuando nos ponemos a hablar de
María queremos ser poetas para sacar las mejores palabras para cantar sus
alabanzas, queremos ser artistas para representárnosla con las más grandiosas
bellezas y es tanto lo que la elevamos al considerar las maravillas que en ella
Dios derramó que tenemos el peligro de porque la levantemos tanto casi la
alejemos de nosotros o nosotros nos alejemos de ella.
Pero habla
y canta el corazón de los hijos que la aman que si Dios, porque era su Madre,
la adornó con tantas gracias, de igual manera en la forma que nosotros sepamos
y podemos hacerlo también así la queremos adornar y pintar con las más bellas
hermosuras. ¿Qué no le dice un hijo a la madre? ¿qué no le dice un enamorado a
su amada?
Hoy
estamos celebrando una fiesta muy hermosa porque estamos considerando lo que
fue el primer instante de su existencia terrena, aunque en la mente de Dios
estaba elegida desde toda la eternidad. Es el instante de su concepción y
porque Dios la había elegido desde toda la eternidad para que ocupase ese lugar
tan importante en el misterio de nuestra redención, pudo y quiso hacerla toda
santa e inmaculada preservándola incluso de aquel pecado heredado de Adán con
el que todos nacemos. Empleamos la palabra Concepción para llamarla e
invocarla, y por otra parte la llamamos también Inmaculada por su pureza y su
santidad, pero realmente siempre tendríamos que utilizar las dos palabras
unidas, porque el misterio de amor y de gracia de Dios en ella que hoy celebrar
es ser Inmaculada desde el primer instante de su Concepción.
Pero me
van a permitir que me atreva a bajarla de los tronos y de los altares, que la
despoje de coronas y de joyas preciosas, que le quite los mantos de brocado y
ricas telas y a contemplarla como contemplaría a mi madre en las faenas más normales
de la casa, quizá con su delantal puesto para evitar la suciedad proveniente de
los quehaceres normales del hogar o del campo, y quizá echando una mano allí
donde sabe que puede prestar un servicio, con ojos atentos allí donde haya una
necesidad.
Es que eso
es lo que era María; ella es una de los nuestros, humana como nosotros y
atendiendo las responsabilidades propia de un hogar como lo haría nuestra madre
o como lo haríamos cualquiera de nosotros. Ella era muchachita entre otras de
Nazaret a quien un día llegara un ángel con palabras de Dios para decirle que
Dios había pensado en ella para algo grande como ser la Madre del Altísimo,
pero no la sacó el ángel de Nazaret para llevarla a ningún palacio ni a ningún
templo, sino que allí seguiría ella en las mismas tareas de cada día, también
con sus dudas e interrogantes en su interior, con las mismas inquietudes de su
alma y también con la turbación grande que comenzaba a sentir ante lo
maravilloso que estaba descubriendo que Dios en ella iba a realizar. ‘Ella se turbó al oír estas palabras’,
que nos detalla el evangelista.
Pero María
siguió con sus tareas y servicios; la veremos preocuparse de su prima, que era
mayor e iba a ser madre, y a la que ella podría prestar un servicio; por eso se
puso en camino. Mas tarde la veremos en los ajetreos de una boda de algún
pariente o vecino de la cercana aldea de Caná, porque no me la imagino
simplemente sentada mientras otros le servían - no era lo normal que las
mujeres en aquella época estuvieran sentadas a la mesa en un banquete - sino
ayudando, colaborando en lo que fuera necesario, porque por algo se enteró de
que el vino estaba escaseando y acudió a Jesús en búsqueda de ayuda y solución.
Sí, quiero
contemplar a María así, cercana, caminando a nuestro lado en medio de los
quehaceres de cada día y los problemas que cada día vayamos encontrando. Porque
es ahí, viéndola así tan humana, tan cercana a nosotros podremos aprender que
podemos parecernos a María; porque fue ahí en la vida de cada día con sus
luchas y problemas donde ella, aunque se decía pequeña y se llamaba a si misma
la esclava del Señor, era grande, manifestaba la grandeza de su espíritu, lo
portentoso de su fe y de su amor que es lo que tenemos que de ella aprender.
Sí, a María
la podemos ver envuelta en problemas y dificultades como cada uno de nosotros
podemos tener; ¿no sería el primero un problema para ella que José no supiera
el misterio que en ella se estaba realizando y estando desposada con el, sin
haber cohabitado juntos, ella apareciera embarazada? A María le costaba
entender el misterio de Dios que en ella se realizaba y por eso pregunta al ángel,
‘¿cómo será eso porque yo no conozco varón?’
Problema era el tener que hacer un viaje tan largo, porque surgieron los
caprichos de un gobernante de hacer un censo, cuando ella estaba a punto de dar
a luz sin saber ni siquiera si podrían encontrar alojamiento en Belén. No
digamos su camino de huída a Egipto con el niño recién nacido y así tantas
cosas que se iban acumulando en su vida hasta que llegara el momento de la pasión
y de la cruz de su Hijo Jesús.
Pero es ahí
en todas esas cosas, contemplándola en problemas semejantes a los que nosotros
nos podemos encontrar en la vida, es donde aparece la grandeza del alma de María,
su entereza, su fortaleza, su fe recia. Ella se fía de Dios; ella quiere
siempre escuchar a Dios en su corazón para discernir bien cual es la voluntad
de Dios; ella es la mujer que se abre a Dios y aunque se sienta turbada por los
problemas o las cosas que no entiende no pierde la paz de su corazón. Es más,
todo cuanto le sucedía lo guardaba en su corazón, lo rumiaba en su corazón para
seguir dándole su sí a Dios en cada momento de su vida.
El sí de María
cuando la visita el ángel con la embajada de Dios no fue una cosa puntual de
aquel momento, sino era el sí a Dios que ella en cada momento sabía dar, por
ese abrir su corazón a Dios. Abría su corazón a Dios y se llenaba de Dios. Es
lo que le dice el ángel que la llama ‘la
llena de gracia’ o ‘la que ha
encontrado gracia ante Dios’, porque es la mujer en la que Dios habita de
una manera especial; ‘el Señor está
contigo’, le dice el ángel. Así podría terminar diciendo María, la que ya
iba a ser la Madre de Dios tras aquel sí: ‘Aquí
está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
Así cercana
a nosotros aprendemos nosotros tantas cosas de María. También tenemos nuestras
inquietudes y turbaciones, nuestros problemas y luchas de cada día,
interrogantes que se nos pueden plantear de lo que somos o de lo que podemos
hacer, pero aprendemos de María a abrirnos humildemente a Dios, a querer
escucharle, como lo hacía ella, allá en lo más hondo de nuestro corazón para
descubrir en todo momento lo que es el querer de Dios. Como María queremos
mostrarnos humildes y quizá pasar desapercibidos pero eso nos impide estar con
los ojos abiertos y atentos para ver dónde podemos prestar un servicio, dónde
quizá nuestra presencia sea necesaria, dónde podemos poner más amor y más paz
para que todos se amen más y mejore nuestra convivencia de cada día.
Miremos así
a María cercana a nosotros y caminando a nuestro lado, y aunque nuestros ojos
no la vean, con los ojos del alma si sabemos que está ahí caminando a nuestro
lado y escucharemos allí en nuestro
corazón que nos dice como a Jesús ‘mira
que no tienen vino’, mira que allí hace falta que pongas una mano, mira que
aquella persona está sola y sería bueno que le hicieras compañía, mira que hay allí
una persona que está sufriendo y puedes estar a su lado y servirle de apoyo. Cuántas
cosas podemos sentir que nos va diciendo María cada día allí en lo secreto de
nuestro corazón para que nos parezcamos más a ella, para que vayamos poniendo
cada día más amor. Y ella siempre nos estará diciendo allá en nuestro interior ‘haced lo que El os diga’, porque
siempre nos estará poniendo en referencia a Jesús.
Nos
gozamos hoy con María en esta fiesta tan entrañable de la Inmaculada Concepción,
pero ya estamos viendo cómo ella quiere estar a nuestro lado y de nosotros más
que piropos lo que quiere es que siempre hagamos lo que nos enseña Jesús. Es el
mejor piropo que a la madre le podemos decir. Es lo que le dijo Jesús, dichosa María
porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica.
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