Que María, la Madre de Dios y nuestra madre, nos lleve junto a su corazón y podamos sentir la paz de su amor
‘Encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre’.
Celebramos a Jesús, su Encarnación, su Nacimiento, porque sigue siendo Navidad,
pero necesariamente nos tenemos que encontrar con María. Es la madre, la mujer
que quiso escoger Dios para que fuera su madre, para encarnarse en sus entrañas
y nacer Dios hecho hombre. Por eso, en esta octava de la Navidad, donde
seguimos celebrando con el mismo fervor y solemnidad el nacimiento de Jesús,
hoy queremos encontrarnos de manera especial con María; es la madre de Jesús,
es la Madre de Dios, pero es también nuestra madre porque así quiso El regalárnosla.
Con María habíamos venido
haciendo el camino de Adviento; de ella habíamos aprendido a prepararnos para
acoger a Jesús de la misma manera que ella lo acogió en su corazón, plantó la
Palabra en su corazón y en ella se encarnó. Hoy nos gozamos con María,
celebramos a María, la contemplamos como la Madre de Dios y queremos seguirla
teniendo a nuestro lado. Mejor aun, queremos que ella nos lleve en su corazón.
Nos dice el evangelio que
María iba contemplando todo cuanto sucedía y todo aquello lo guardaba en su
corazón. Hemos contemplado cómo llegan los pastores avisados por un ángel y
ellos cuentan todo lo que le han dicho de aquel niño; el ángel les había dicho
que en la ciudad de David les había nacido un
Salvador, el Mesías, el Señor.
Y allí estaba María
observando, escuchado, guardando en su corazón aquellas palabras, aquellos
anuncios que cuentan los pastores, todo el cariño y el entusiasmo con que ellos
han venido hasta el establo. ‘Y María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón’. Aquellos
pastores estaban ya también en el corazón de la madre, en el corazón de María.
Es lo que nosotros queremos, estar también en el corazón de María.
Cómo se siente el hijo
cuando deja reposar su cabeza en el corazón de la madre, junto a ella su
acurruca, de ella siente los latidos de su corazón, de su ternura se siente
envuelto, qué paz y seguridad va sintiendo en su espíritu. Así queremos
sentirnos acurrucados junto al corazón de María; a ella también nosotros
queremos llevarla en el corazón, para sentirla siempre junto a nosotros y nos
sintamos seguros, nos sintamos en esa paz que saben desprender las madres.
Hoy no queremos decir nada
más. Sólo experimentar y sentir ese gozo del amor de María. Y que de su mano
siempre vayamos hasta Jesús.
Y que esa paz que sentimos
con María a nuestro lado, la consigamos también para nuestro mundo. Es la
jornada de oración por la paz. En el año que comienza pidamos por la paz de
nuestro mundo, pidamos por la paz de los corazones, pidamos para que nada
perturbe la paz en ningún sitio, en ningún individuo. Pidamos para que
desaparezcan los odios y los egoísmos, los resentimientos y las envidias que
tanto daño hacen. Que todos sepamos perdonar para que perdonando comencemos a
sentir paz en nuestro propio corazón.
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