Como
Tomás nosotros también damos muchas vueltas en nuestra cabeza a las cosas de la
fe, pero que seamos capaces también de hacer una confesión de fe como la suya
Efesios 2,19-22; Sal. 116; Juan 20,
24-29
¿Se había ido Tomás a dar un paseo?
Todos estaban encerrados en el Cenáculo menos él. ‘Me voy a dar una vuelta’,
decimos nosotros también a veces cuando quizá nos sentimos aburridos en casa y
sin saber que hacer, o cuando nos sentimos abrumados por problemas o
situaciones que nos lo hacen pasar mal que salimos muchas veces sin rumbo y
comenzamos a matar el tiempo dando vueltas y vueltas, porque realmente a lo que
estamos dando muchas vueltas en nuestra cabeza son esas cosas que nos agobian o
preocupan.
¿Le sucedería a Tomás igual? Los demás
se encerraron por miedo a los judíos, quizá Tomás se sentía más liberado o mas
fuerte para enfrentase a los demás, pero no era capaz de enfrentarse a lo que
pasaba en su interior. Se había ido a dar una vuelta. Había muchas cosas en su
cabeza que daban vueltas. Ya en ocasiones le costaba entender todo lo que decía
Jesús y él preguntaba y preguntaba; Jesús les hablaba de caminos y ellos no
terminaban de entender. Había sido ahora un mazazo muy fuerte el que habían
recibido los discípulos que habían seguido a Jesús por todas partes y hasta Jerusalén;
pero su prendimiento y luego su muerte en cruz los había dejado destrozados,
desorientados, sin esperanza y hasta sin fe. Como se suele decir, estaban por
tierra.
Cuando llegan todos le dicen que allí
ha estado Jesús, que era verdad que había resucitado, pero Tomás no se lo cree;
igual que las mujeres habían venido en la mañana con sus visiones y sus sueños
diciendo que el sepulcro estaba vació, que Jesús se les había aparecido, y
tampoco las habían creído. Visiones de mujeres, decían. Ahora Tomás quiere
pruebas, ver las señales de los clavos y poder tocar las cicatricen con sus
dedos, ver la señal de la lanza en el costado y poder poner su mano allí. No lo
cree.
Y ahora Jesús estaba allí porque esta
ocasión Tomás no se había marchado a dar una vuelta. Y Jesús se dirige
directamente a él. Trae tus dedos, trae tu mano, aquí están las señales… no
seas incrédulo sino creyente, confía, dichosos los que crean sin haber visto,
le dirá Jesús. Y Tomás no sabe que decir, como se dice, no sabia donde meterse,
porque se venían abajo todas sus dudas y reticencias. ‘¡Señor mío y Dios
mío!’ es lo único que sale de sus labios.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo
Tomás. Ahí están sus dudas y su fe, ahí están sus preguntas y su querer ver y palpar,
ahí están sus caminos sin rumbo, pero ahí está el camino que nos señala Jesús
que es El mismo. Contemplamos la escena, contemplamos a Tomás con lo que es su
vida y su fe. Contemplamos al Apóstol que la tradición lo lleva hasta la India
para predicar el evangelio de Jesús. Y nos vemos a nosotros también con
nuestras dudas, nuestras preguntas, nuestras oscuridades, nuestra
desorientación tantas veces, con nuestro caminar en ocasiones dando vueltas y
vueltas no solo a los caminos sino a las cosas dentro de nuestra cabeza.
Pero a nuestro encuentro viene Jesús
resucitado. ¿Será por nosotros por los que Jesús pronuncia la bienaventuranza
de lo que creen sin haber visto? Ojalá nos hiciéramos merecedores de esa
bienaventuranza, porque seamos capaces de a pesar de todo lo que pueda rondar
por nuestra cabeza en tantas ocasiones, seamos capaces de poner toda nuestra
fe. Que en verdad nos sintamos fuertes y seguros en esa fe que anida en nuestro
corazón, esa fe que hemos recibido porque otros nos la han trasmitido, y que
nosotros seamos capaces también de trasmitir a los demás.
Si Tomás después de toda la experiencia
que vivió fue capaz de llegar hasta la India para predicar el Evangelio ¿hasta
donde seremos capaces nosotros de llegar?
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