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viernes, 5 de julio de 2019

Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida


Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida

Génesis 23,1-4.19; 24, 1-8.62-67; Sal 105; Mateo 9,9-13
‘Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme’. La gente se sintió sorprendida. ¿Era consciente Jesús de a quien estaba llamando para ser uno de los que le iban a seguir de cerca? Aquello se salía de lo comúnmente establecido. Los que tenían ese oficio no eran bien mirados, se les llamaba incluso publicanos, o sea, pecadores. ¿Cómo se mezclaba Jesús con toda clase de gentes? ¿Cómo lo agrega al número de sus amigos? Ya veremos luego la reacción de algunos porque Jesús se sentó a la mesa del publicano en la que estaban sentados también otros muchos publicanos.
Cuando leemos hoy este evangelio nos escandalizamos quizá, no de que Jesús haya escogido a un publicano para formar parte del grupo de los que más íntimamente le seguían, sino quizá de que aquella gente tuviera esas actitudes, actuara de esa forma discriminatoria con los que ejercían una profesión. Pero ¿de qué tenemos que escandalizarnos? Seguro que en el mundo, en la sociedad en la que vivimos ¿no andamos con discriminaciones semejantes?
Pensémoslo bien antes de entrar en juicios que se pueden volver contra nosotros. Diversas son las reacciones que muchos tenemos ante ciertas personas cuando nos cruzamos con ellas por la calle, o porque quizá conviven en nuestro mismo barrio o en nuestra misma calle. Nos llenamos de prejuicios ante su aspecto exterior, su manera de vestir o las cosas que les vemos hacer y ya nos sentimos como prevenidos ante su presencia; quizá el color de su piel o su apariencia externa ya nos predispone, su raza o el lugar de su procedencia los tenemos demasiado en cuenta consciente o inconscientemente.
Ahí está la frialdad con que los recibimos, la manera casi con indiferencia y distancia con que abrimos la puerta si nos llaman para vendernos algo o pedirnos una ayuda. ¿No seremos de alguna manera racistas? Muchos prejuicios llevamos en nuestro interior que no manifestamos claramente, pero ahí están.  Creo que tendría que hacernos pensar.
Hoy Jesús nos está dando una gran lección. No tiene en cuenta los prejuicios en que se movía la sociedad de entonces, de manera especial con los llamados publicanos, para llamar a alguien que va a seguirle de cerca y a quien un día hará formar parte del número de los Doce.
Como ya antes mencionábamos, por allá andan los fariseos y los escribas con su ojo escrutador viendo lo que Jesús hace y hasta manifiestan externamente con sus comentarios los prejuicios con que Vivian su vida. ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’, les comentan a los discípulos de Jesús. Ya conocemos la reacción de Jesús. ‘Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’.
Es el sentido nuevo que Jesús quiere dar a nuestra vida y a nuestras mutuas relaciones. ¿Quién soy yo para hacer discriminaciones y distinciones entre las personas? El espíritu del amor que tiene que anidar en nuestro corazón nos tiene que llevar a la acogida, a la relación de amistad, a saber compartir la misma vida para caminar junto, a tender nuestras manos como puentes, no poniendo muros que nos distancien o nos alejen, a tener una nueva mirada hacia los demás haciéndolo pasar todo por el filtro del amor, a limpiar nuestros ojos con el colirio del amor y de la ternura.
Jesús nos sale al encuentro, no importa que seamos pecadores o hayamos llenado el corazón de maldad, porque es el médico que nos sana y que nos llena de vida, que perdona nuestra obstinación y nos pone un nuevo corazón.

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