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jueves, 4 de julio de 2019

Con mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, también las que nos hemos creado y nos impiden ser libres de verdad dejando que Jesús nos libere


Con mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, también las que nos hemos creado y nos impiden ser libres de verdad dejando que Jesús nos libere

Génesis 22, 1-9; Sal 114; Mateo 9,1-8
‘Le presentaron un paralítico acostado en su camilla’ cuando en aquella ocasión llegó de nuevo Jesús a Cafarnaún. Mateo nos da menos detalles de la escena que los otros evangelistas. Ya se nos relata que fue traído entre varios y en una camilla. No podía andar, necesitaba ayuda de los demás y aquel pobre hombre se dejó conducir.
Son aspectos que pudieran ser bien significativos. Su enfermedad le tenía paralizado. Luego veremos que Jesús le cura, pero no será solo de su parálisis física, sino que Jesús quiere llegar mucho más hondo. Porque hay tantas cosas que nos tienen paralizados que no son solo las enfermedades físicas. La enfermedad física paraliza nuestro cuerpo, pero muchas veces puede influir también en nuestro espíritu, porque nos sentimos derrotados, en nuestra imposibilidad nos sentimos inútiles quizá y hasta podemos pensar que somos una carga para los demás; puede surgir también en nuestro interior unos sentimientos que nos pueden hacernos sentir culpables y surgen los interrogantes, ¿por qué a mi? ¿Qué he hecho para merecer esto? Y nos hundimos no solo por la enfermedad sino por todos esos sentimientos negativos que pueden aparecer en nuestro interior y que oscurecen nuestra vida.
Pero no siempre nos sentimos paralizados a causa de una enfermedad física, o una limitación corporal. Nos creamos muchas veces nuestras propias limitaciones con nuestros complejos o con nuestros miedos, con la negatividad con que vivimos la vida, o la ceguera de los ojos del alma para no saber descubrir cuantos gestos bonitos tienen para con nosotros los que están a nuestro lado. Nos encerramos en nosotros mismos y no nos dejamos ayudar, nos encerramos y no vemos esa mano tendida en la que apoyarnos para caminar juntos que incluso en muchas ocasiones la rehusamos. Nos encerramos en nosotros mismos pensando solo en mi mismo y no queriendo mirar a los demás. Nos encerramos en nosotros mismos en nuestro egoísmo sin ser capaces de ser solidarios con los demás y hasta nos volvemos violentos.
Cuantas cosas que nos paralizan en la vida. Con una mirada sincera hemos de saber mirarnos para ver nuestras limitaciones, pero también las limitaciones que nos hemos creado y que a la larga nos encadenan y nos impiden ser libres de verdad.
Aquel hombre del evangelio se dejó conducir. Supo agradecer la mano amiga de quienes se preocuparon por él para poder llegar hasta Jesús. Habría quizá muchas cosas que le pesaban en el alma, como a todos nos sucede, pero se dejó conducir a quien iba a liberarle de verdad desde lo mas hondo de si mismo.
Por supuesto que hoy con el evangelio queremos mirar a Jesús que se deja encontrar por nosotros y nos ofrece la verdadera libertad cuando arranca el pecado de nuestro corazón. Pero estamos atentos también a aquel hombre que se dejó conducir hasta Jesús. Miramos su parálisis y la comparamos con nuestras parálisis, que no son solo las enfermedades del cuerpo sino las que hemos impuesto a nuestro espíritu. Hasta Jesús nosotros queremos llegar también para que tienda su mano y nos levante, nos ponga en camino, nos haga dejar atrás esas camillas en las que nos postramos, porque en Jesús vamos a encontrar vida, vamos a encontrar la salvación.
Sí, quiero, Señor, levantarme de mi postración, quiero mirarme con sinceridad y también con humildad para reconocerlo; quiero agarrarme a tu mano que me levanta, quiero escuchar tu voz que me llena de paz, quiero sentir esa salvación que me ofreces, quiero sentirme liberado de mis pecados. Quiero vivir esa vida nueva de libertad y de amor que Tú me ofreces.

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