No es solo buscar mi particular salvación, sino hacer el anuncio de la Buena Nueva de Jesús para que todos puedan ser iluminados por su luz
Isaías 66, 18-21; Sal 116; Hebreos 12, 5-7.
11-13; Lucas 13, 22-30
‘Señor, ¿serán pocos los que se salven?’ Jesús iba camino de
Jerusalén y mientras recorría aquellas ciudades y pueblos iba enseñando a la
gente. Era lo que hacia habitualmente; en ocasiones salía directamente para ir
a enseñar por los pueblos, en esta ocasión aprovecha el viaje, junto a El irán
más discípulos, atraviesan pueblos y la gente saldrá al encuentro porque su
fama se extendía por todas partes. Es la ocasión para que uno se acerque a Jesús
con la pregunta ‘¿serán muchos los que se salven?’
Podríamos pensar en una preocupación misionera de que el mensaje del
Reino llegue a todas partes y todos puedan participar de él; pero podría ser
también otra la preocupación, sin son pocos los que se salven ¿podré yo estar
entre esos pocos que se salven? Un pensamiento quizá que pudiera surgir de un
deseo de salvar el pellejo, de que al menos él alcance esa salvación si quizá
van a ser pocos, porque ya el número esté preestablecido; un sentimiento y una
actitud en cierto modo egoísta porque solo piensa en si mismo, en su propia
salvación. Como me salve yo…
Pero Jesús no da respuesta a esa pregunta; es más Jesús hablará de
esfuerzo, de lucha, de sacrificio; nos habla de puerta estrecha y no es el
sentido de poner dificultad sino en cuanta la respuesta que tenemos que dar a
esa gracia salvadora que Jesús nos ofrece exige por nuestra parte un esfuerzo,
un deseo de superación. No es contentarnos con que en algún momento hemos hecho
cosas buenas, en un momento determinado ya hicimos unos esfuerzos para tener
unas ganancias aseguradas y ahora ya puedo vivir tranquilo.
Recuerdo alguien que me comentaba en una ocasión, yo ya no me preocupo
mucho por cumplir ahora, porque cuando chico hice muchas veces los primeros
viernes, y ya con eso tengo asegurada la salvación. ‘Llamaréis a la puerta’,
nos dice Jesús, y se nos responderá de dentro ‘no sé quienes sois’…
mientras nosotros quizás insistimos ‘hemos comido y bebido contigo y tú has
enseñado en nuestras plazas’, yo antes iba a misa siempre y me portaba bien, yo
no falto a ninguna procesión de la Virgen o del santo de mi pueblo, yo rezaba
antes siempre el rosario y llevo flores a la Iglesia… y sería terrible que siguiéramos
escuchando ‘no sé quienes sois’.
¿En qué ponemos nuestra religiosidad? ¿Qué es lo que consideramos
esencial para decir que vivimos una buena vida cristiana? Son preguntas que nos
tenemos que hacer seriamente. Es la búsqueda sincera que con toda profundidad
hemos de hacer para descubrir en verdad lo que es ser seguidor de Jesús. No es
contentarnos con hacer algunas cosas en un momento determinado. Yo me casé por
la Iglesia, yo he bautizado a mis hijos, se dicen algunos, ¿qué más tengo que
hacer?
Es lo que quizá se pregunten por dentro, aunque luego eviten encontrar
la respuesta, unos padres cuando se les habla del compromiso de una educación
cristiana para los hijos para los que piden el bautismo. Quizá piensan que no
han de hacer mucho más que lo que ya están haciendo y que un día hagan la
primera comunión, pero pensar en educación cristiana implica mucho más, es un
crecer en la fe, una maduración de nuestra vida en la vivencia de unos valores
que nos ofrece el evangelio, son unas actitudes y unas posturas que se han de
tomar ante la vida y los problemas que van surgiendo, es una manera de actuar
en la vida de la familia, en su vida personal, en la relación con los demás, en
el compromiso social con la sociedad en la que vivimos desde unos valores,
desde unos principios. Pero eso quizá lo pasamos por alto.
Ser cristiano para vivir la salvación que Jesús nos ofrece implica
toda la vida, y se comienza por descubrir cuál ha de ser nuestra verdadera
relación con Dios que se ha de reflejar en una manera de orar, de vivir la
Eucaristía y todos y cada uno de los sacramentos. Unas actitudes religiosas no
de forma rutinaria y fría por cumplir, sino buscando esa relación personal y
profunda con Dios, a quien siento en verdad como mi Padre.
Ser cristiano no es simplemente hacer unas cosas para obtener yo la
salvación sino que es mucho más, porque me hace entrar en una nueva relación
con los demás. Ser cristiano implicará esa preocupación que he de sentir para
que todos lleguen a descubrir esa fe, esa manera de vivir como cristianos en
esas actitudes nuevas que nos trasmite el evangelio.
‘¿Serán muchos los que se salven?’ era la pregunta que alguien
la planteaba a Jesús y que en el fondo puede ser también una pregunta que nos
hagamos en nuestro interior preguntándonos por nuestra propia salvación. Pero Jesús
termina diciéndonos hoy que ‘vendrán de oriente y de occidente, del norte y del
sur, y se sentarán en la mesa en el reino de Dios’. Es la imagen que nos
ofrecía el profeta Isaías, en lo que hemos escuchado en la primera lectura para
hablarnos de ese pueblo nuevo, de ese Reino nuevo de Dios que con Cristo se va
a instaurar.
Sintamos esa universalidad de la salvación porque de todos los pueblos
están llamados para vivir en el Reino de Dios; sintamos la catolicidad, la
universalidad de nuestra fe cuando contemplamos a tantos de toda lengua y
nación que también quieren glorificar al Señor. Pidamos la fuerza del Espíritu
del Señor para que haya quienes lleguen a todos los rincones para hacer ese
anuncio del Evangelio, ese anuncio de la Buena Nueva de la salvación que es Jesús
para todos los hombres. Sintamos en lo más profundo de nosotros ese compromiso
y esa responsabilidad de que esa Buena Nueva llegue a todos, y comencemos por
anunciarlo con el testimonio de nuestra vida a tantos que a nuestro lado siguen
sin ser iluminados por la luz del evangelio.
Cuánto podemos y cuánto tenemos que hacer en ese sentido; es necesario
ese nuestro testimonio claro y explicito ahí donde estamos para que todos
puedan descubrir la alegría de la fe, la alegría del evangelio.
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