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miércoles, 24 de agosto de 2016

Los valores humanos de un hombre cabal que vemos en san Bartolomé nos estimulan en la maduración de nuestra fe y vida cristiana

Los valores humanos de un hombre cabal que vemos en san Bartolomé nos estimulan en la maduración de nuestra fe y vida cristiana

Apocalipsis 21,9b-14; Sal 144; Juan 1,45-51

‘Aquí tienes un hombre cabal’, eso fue lo que vino a decir Jesús de Natanael. ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’, nos dice textualmente el evangelio.
Cuánto nos gustaría encontrarnos con personas así en la vida. Y no es que andemos con desconfianzas que no es bueno, ni pensemos cuando vemos tanta corrupción como contemplamos en la vida social y política, que todos los hombres, todas las personas son iguales. Pero cuando en la vida nos vamos encontrando con personas íntegras, sinceras, justas en sus planteamientos y en sus juicios, humanas en la relación con los demás parece que sentimos un gozo en el alma, nos hace seguir teniendo esperanza en nuestra humanidad y nos dan ganas a nosotros también de ser buenos.
Creo que esa puede ser una primera lección que saquemos de esta figura de Natanael, el apóstol san Bartolomé como siempre se ha identificado. Y digo que es una primera lección porque necesitamos rescatar los valores humanos, verdadera base de la personalidad de toda persona y fundamental cimiento para lo que ha de ser todo el sentido de nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Si nos falta honradez y responsabilidad, si no somos sinceros en la vida, si no hay verdadera humanidad en nosotros para vivir nuestra propia dignidad pero para respetar también la dignidad de las otras personas sea quien sea, poco fundamento tenemos para edificar nuestra vida cristiana. Necesitamos en la vida esas personas honradas y sinceras que nos atraigan y sean modelo y estimulo para todos. Es el espejo en que tenemos que vernos para nuestro crecimiento personal, nuestra maduración como personas. Ser una persona cabal, como decíamos al principio.
Natanael había tenido sus reticencias para ir a conocer a Jesús como le estaba pidiendo su amigo Felipe. La rivalidad normal entre pueblos vecinos marcaba en cierto modo esa reticencia, pero aun así se dejó convencer por el amigo. Cuánto puede hacer un amigo con su palabra, con su estímulo, con su presencia en los caminos de nuestra vida. Qué hermosa es la amistad y cuantas cosas hermosas se pueden conseguir. Por eso aquí tendríamos que alabar también la postura y la generosidad de Felipe que quería compartir con su amigo Natanael lo que él había encontrado.
Ahora se presentan ante Jesús y ya vemos la alabanza a la que sigue la duda y el interrogante que se plantea en el corazón de Natanael. Si no me conoces, si no sabes nada de mi, ¿como puede hacer esas afirmaciones?, estaría pensando en su interior. Y ante algo que le descubrió Jesús en sus enigmáticas palabras se abre la mente y el corazón de Natanael para descubrir algo grande, para ya hacer una elemental pero importante confesión de fe en Jesús. ‘Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Creo que no es necesario decir muchas más cosas en nuestra reflexión. Estamos contemplando todo un proceso humano y espiritual que siguió Natanael y que le llevo a convertirse en discípulo de Jesús, y luego en el apóstol elegido y enviado. Procesos humanos y espirituales que hemos de ir recorriendo también nosotros en la vida que nos lleven a ese crecimiento y a esa maduración de nuestra fe, a esa profundización en nuestra vida cristiana. Luego, si seguimos con fidelidad ese proceso, seremos capaces de cosas grandes.
Cuando celebramos hoy a san Bartolomé le estamos viendo en su entrega, en su apostolado que le llevarían por largos caminos en el ancho mundo para hacer ese anuncio del evangelio, que harían que fuera capaz de dar su vida por Jesús, primero desollado, luego decapitado. Es la fe de un hombre cabal; es la fidelidad de quien descubrió a Jesús como el verdadero Hijo de Dios y fue capaz de seguirlo hasta el final. Muchos valores que tenemos que cultivar en nuestra vida.

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