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sábado, 27 de agosto de 2016

El desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer otros valores y otras capacidades

El desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer otros valores y otras capacidades

1 Corintios 1,26-31; Sal 32; Mateo 25,14-30
¿Qué puedo hacer yo que soy tan poca cosa y lo poco que yo tengo o que yo valgo? Es una reacción que podemos tener cuando consideramos qué poca cosa somos o qué pocos son los medios que tenemos mientras los problemas son tan grandes que con lo que yo pueda aportar parece que poco se puede hacer. Anda por medio en pensamientos así la baja autoestima que tenemos de nosotros y tendríamos que comenzar por aprender a valorarnos más descubriendo lo que en verdad somos y valemos.
Bien sabemos que no todo está en los medios materiales que podamos poseer aunque a veces nos parecen tan imprescindibles que pensamos que ya nada podemos hacer sin ellos. Siempre en la persona hay unos valores que en muchas ocasiones no somos capaces de descubrir; en nombre quizá de una falsa humildad nos apagamos, queremos desaparecer y al final terminamos sin aportar algo a la vida; y ya no se trata de nuestra riqueza personal – no hablando solamente de lo material – sino de la riqueza que podemos aportar a los demás desde nuestros propios valores y nuestra aportación.
Pensemos además que el desarrollo de ese pequeño valor que nosotros podamos tener, si es que fueran así nuestras pobres capacidades, será un buen caldo de cultivo en el que podrán comenzar a florecer en nuestra vida otros valores y otras capacidades que teníamos ocultas y con falta de hacerlas salir a la luz. El desarrollo de los valores y cualidades que tengamos se harán multiplicadores de otros valores, de otras cualidades, de otras capacidades que están también en nosotros. En la labor educadora que tengamos que desempeñar en la vida – por ejemplo como padre o madre de familia – será algo que tenemos que cuidar en los demás, pero es que en nuestro propio crecimiento personal es algo que hemos de saber desarrollar.
Hoy el evangelio de Jesús nos propone la parábola que llamamos de los talentos de todos conocida. Aquel hombre que al marcharse de viaje confía a sus administradores diversas cantidades de talentos de plata para que los desarrollen y multipliquen mientras él está de viaje. Mientras el primero y el segundo los negocian y multiplican, el tercero se contenta con guardarlo muy bien bajo tierra para no perderlo y poderlo entregar de nuevo a quien se lo confió. No lo perdió, pero es recriminado porque no lo desarrolló para hacerlo fructificar. Es lo que ha motivado la reflexión que me he venido haciendo.
No podemos enterrar nuestros talentos porque consideremos que son muy pobres. Cada uno según su capacidad tiene una misión que desarrollar en la vida. Y es lo que tenemos que hacer. Ni lo podemos enterrar ni nos podemos ocultar, porque además hemos de pensar no solo en nuestro crecimiento personal – algo que por si ya es muy importante – sino en el bien que podemos y tenemos que hacer a los demás, la riqueza que puede significar nuestro pequeño grano de arena para la construcción de un mundo mejor. Cuantas conclusiones tendríamos que sacar de aquí para nuestra vida.

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