Jesús nos pide que con nuestra sencillez, nuestra humildad y nuestro amor derribemos tantas fronteras que nos construimos entre unos y otros
Eclesiástico 3, 19-21. 30-31; Sal 67;
Hebreos 12, 18-19. 22-24ª; Lucas 14, 1. 7-14
En nuestras relaciones humanas y de convivencia solemos ir trazándonos
unas normas de buen estilo para facilitarnos esa convivencia y evitar
situaciones en que por nuestro orgullo o nuestras malas maneras hagamos
desagradable nuestra presencia a los que nos rodean. Momentos de encuentro y de
convivencia con los demás es cuando nos sentamos juntos alrededor de una mesa
en la que no solo compartimos los alimentos que necesitamos para nuestra
subsistencia sino que es ocasión de encuentro, de cultivo de nuestra amistad y
también de sano disfrute de esa convivencia que se convierte en fiesta llena de
alegría. Cada uno ha de saber su puesto y cada uno habría de contribuir desde
su ser y saber estar a ese encuentro amistoso.
Mencionábamos sin embargo que nuestros orgullos, nuestras malas
maneras, nuestras ambiciones pueden enturbiar esa relación y esa alegría de
fiesta que puede significar ese encuentro alrededor de una mesa. Es lo que Jesús
está observando en aquella ocasión en que lo habían invitado a comer en casa de
uno de los principales fariseos. Los convidados poco menos que se daban de
codazos por conseguir los puestos que consideraban principales. Eso podría
significar muchas cosas que podrían enturbiar la convivencia del encuentro,
porque se formarían grupos que discriminasen a otras personas, por ejemplo.
Jesús viene a recordarnos entonces cuales son las actitudes de
sencillez y de humildad que deben prevalecer en toda ocasión. No es esa carrera
loca por primeros puestos lo que debe guiar nuestro comportamiento. Ya en otra
ocasión dirá a sus discípulos que ese no ha de ser su estilo porque esas
aspiraciones se deben transformar en humildad y en espíritu de servicio.
Nuestra verdadera grandeza está en el servir. Que no sea así entre vosotros,
como hacen los poderosos de este mundo, advertía a sus discípulos.
No es que tengamos que humillarnos por humillarnos, no es que vayamos
a ocultar o disimular nuestros valores, pero la actitud de una persona sencilla
y humilde se gana los corazones de los demás. El respeto que nos merecemos los
unos a los otros no es porque tengamos más poder o podamos dominar sobre los
otros. El respeto nos lo ganamos por nuestro buen saber hacer, por la sencillez
y humildad con que vayamos al encuentro de los demás, por la bondad de nuestro corazón
siempre dispuesto al servicio y a ayudar a los otros.
No son simples normas de convivencia y de urbanidad las que hemos de
cuidar de guardar, sino han de ser las actitudes de nuestro interior, de
nuestro corazón, que nos llevará a estar abiertos siempre a los demás, para aceptar
a todos, para convivir con todos, para a todos manifestar nuestra bondad y la
generosidad de nuestro corazón.
Por eso termina hoy Jesús haciendo unas recomendaciones con motivo de
aquel banquete, y creo que hemos de tenerlas bien en cuenta. Muchas veces en
esa convivencia puede aparecer un egoísmo interesado, donde hacemos para que
hagan con nosotros, y si no han hecho o no pueden hacer nada por nosotros no
somos capaces de tener ese gesto de generosidad. Pareciera que con las cosas
buenas que nos hacemos estamos pagándonos o buscando que nos paguen por lo que
hacemos. Somos buenos quizá de forma interesada, solo para que luego sean
buenos con nosotros.
Es lo que nos está pidiendo hoy Jesús. ‘Cuando des un banquete
invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, a los que nada
tienen y no pueden pagarte’. Qué regla más hermosa nos está trazando aquí Jesús.
Invitar a un amigo o un familiar que un día va a corresponder invitándome a mi
no tiene nada de extraordinario. Es lo que nos decía del amor, y del amor que habíamos
de tener también a los enemigos. Saludar al que te saluda, hacer el bien al que
te ha hecho el bien, invitar al que luego te va a invitar a ti, eso lo hace
cualquiera. Nuestro estilo ha de ser otro, en algo que tiene que diferenciarse
nuestro amor que ha de ser en el estilo con que Jesús me ama a mi.
Pensemos que el bien que le hagamos a los demás lo hacemos con el amor
de Dios y aun más Jesús nos enseñará en el evangelio que todo lo que le hacemos
a los demás, a El se lo estamos haciendo. Recordemos lo del juicio final. ‘Tuve
hambre y me disteis de comer, era forastero y peregrino y me acogisteis… cuando
lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos’, nos dirá Jesús.
Esto ha de ser siempre norma en nuestra vida. Ya sé que no es fácil.
Que es abrir nuestro corazón y nuestra vida a los demás, y eso nos cuesta.
Cuantas ocasiones tendríamos hoy en los momentos difíciles de crisis en que
vivimos, o cuando tantos llegan a las puertas de nuestra tierra y que vienen en
busca de refugio por las situaciones difíciles que se viven en sus países de
origen. Cuántas fronteras tenemos que derribar, y no solo entre unas naciones y
otras, sino entre unos corazones y otras que bien que nos las construimos.
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