Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida y nos libere de tantas cosas que nos poseen y nos impiden alcanzar plenitud
1Corintios 2,10b-16; Sal 144; Lucas 4,31-37
Nos sentimos en tantas ocasiones tan atados por las cosas que nos
poseen que no somos capaces de liberarnos de ellas aunque bien sepamos lo que
tenemos que hacer o el bien que podamos alcanzar. Y digo bien, las cosas que
nos poseen, por las cosas son para poseerlas nosotros, tenerlas o utilizarlas
en el uso ordinario de la vida para nuestro bien o nuestra utilidad o para el
bien que podamos hacer con ello a los demás.
Pero nos sucede en tantas ocasiones al revés, en lugar de poseerlas
nosotros nos sentimos poseídos por ellas, porque nos domina la obsesión de
tenerlas, no nos podemos pasar sin esas cosas llámense bienes materiales o
placeres y nos sentimos como esclavizados por su tenencia o posesión. Es la
avaricia que nos puede dominar y corroer como todo tipo de concupiscencia que
nos puede dominar. Cuántas cosas, por ejemplo, nos imponen las nuevas
tecnologías y que parece que sin ellas no nos podemos pasar. Podríamos hacer
una lista muy grande de esas cosas que cada día tenemos en nuestras manos y nos
controlan.
Hemos de aprender a ser libres de verdad, y cuando digo libres no es
solo del dominio que otros puedan ejercer sobre nosotros, sino del dominio de
las cosas, de las materialidades o sensualidades de la vida, porque la libertad
verdadera ha de nacer desde nuestro más profundo interior.
Jesús llega a nuestra vida con una buena nueva de salvación, porque
nos anuncia y quiere para nosotros esa liberación más profunda para que podamos
vivir la vida en la mejor plenitud y sin ninguna esclavitud. Los signos –
milagros – que le vemos realizar en el relato del evangelio eso quieren
significar para nuestra vida.
Escuchamos hoy en el relato del evangelio cómo un hombre poseído por
el espíritu del mal se resiste ante la presencia de Jesús. Pero Jesús lo
liberará de aquella posesión dándole la más hermosa libertad y felicidad. Y
aunque el hombre se vio retorcido por la fuerza del mal, al liberarse de él por
la fuerza de la Palabra de Jesús se sintió más entero, más en plenitud que
nunca lo había estado antes. ‘El demonio tiró al hombre por tierra en medio
de la gente, pero salió sin hacerle daño’
comentaba el evangelista y todos los que presenciaron la escena estaban
estupefactos y daban gloria a Dios.
Dejemos que Jesús llegue a nuestra
vida, abramos nuestro corazón a su Palabra que nos salva, dejémonos transformar
por la gracia del Señor, busquemos esa plenitud de libertad, de vida, de paz,
de amor que Jesús quiere darnos. Hablábamos al principio de tantas
materialidades o sensualidades que nos dominan y nos poseen; son muchas las
cosas que nos enturbian el corazón y nos impiden ver la luz verdadera con la que
Jesús quiere iluminarnos; el mundo que nos rodea muchas veces no nos ayuda en
este camino porque quiere atraernos con sus cosas y entonces nosotros nos
resistimos. Aprendamos a contar con la gracia y la fuerza del Señor. El está
siempre con nosotros para darnos la verdadera libertad a nuestro corazón, la
más maravillosa plenitud a nuestra vida.
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