Hagamos florecer la comprensión y la misericordia manifestando con sinceridad la rectitud que hay en nuestro corazón
2Tes. 2,1-3a.14-17; Sal 95; Mateo 23,23-26
‘Hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras
por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno…’ Hablaba duramente Jesús a los escribas y
fariseos. Se creían buenos y cumplidores. Hasta de la menta y el comino pagaban
impuestos y ya se creían justificados. Estrictos en lo externo, en las
apariencias, en lo que los demás podían ver que hacían, pero allá en su
interior todo eran malicias, malos deseos, falsedad, vanidad, hipocresía. Era
la palabra apropiada porque actuaban con una doble cara, una era la apariencia
externa y otra cosa lo que había en su interior.
Nos puede pasar, sigue pasando hoy como en todos los tiempos. Gentes
que se preocupan por aparentar, justificaciones que nos hacemos porque en
algunas cosas somos cumplidores, pero nos falta misericordia y compasión en el
interior. Nos puede pasar, digo, porque nos podemos creer buenos, pero dentro
están las malicias que nadie ve, pero que corroen el corazón y algún día
también se han de manifestar; nos puede pasar porque nos insensibilizamos por
dentro, nos falta ternura, comprensión, y aparecen nuestros juicios y condenas,
aparecen los rechazos que hacemos de las personas porque nos parece que no son
como nosotros.
Qué importante que arranquemos de raíz esas malas hierbas que nos
aparecen en nuestro interior con nuestros juicios, con nuestras reticencias
hacia los demás, con nuestras desconfianzas, con la envidia que amarillea
nuestros sentimientos, con ese orgullo y amor propio que no somos capaces de
controlar, con esos resabios de egoísmo e insolidaridad que tantas veces
aparecen en nuestras desconfianzas de los demás, con esa soberbia que nos
quiere levantar sobre pedestales para creernos mejores, superiores, ponernos
por encima de los demás.
‘Descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la
sinceridad…’ Actuar con justicia porque respetamos a los demás, valoramos a
la persona, mantenemos siempre la dignidad de todo ser humano, pero al mismo
tiempo nuestro corazón está lleno de compasión, de ternura, de misericordia, de
amor. No están reñidos unos valores con los otros, sino más bien se
complementan y nos hacen vivirlos en mayor plenitud. Nunca en nombre de la
justicia podemos hacernos insensibles en nuestro corazón, sino que siempre ha
de aparecer la ternura y la compasión.
Cuánto necesario hoy es que hagamos florecer la comprensión y la
misericordia con todos, porque al final nos damos cuenta que todos necesitamos
de esa misericordia. Y junto a todo ello la sinceridad de nuestra vida; no vale
la doblez, la vanidad ni la apariencia; en esa sinceridad nos manifestamos como
somos, también con nuestras debilidades y nuestras flaquezas, pero haciendo
siempre florecer el amor.
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