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domingo, 22 de noviembre de 2020

Proclamamos que Jesús es nuestro Rey y Señor cuando reconocemos en el que camina a nuestro lado a un hermano y comenzamos a vivir la primacía del amor



Proclamamos que Jesús es nuestro Rey y Señor cuando reconocemos en el que camina a nuestro lado a un hermano y comenzamos a vivir la primacía del amor

Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Sal 22; 1Corintios 15, 20-26. 28; Mateo 25, 31-46

Llegamos en este domingo al final del ciclo litúrgico. Ya sabemos que el ritmo de la liturgia de la Iglesia no se rige por el año natural o el año civil, sino que todas nuestras celebraciones como toda la vida del cristiano se centra en la Pascua. Es el momento de la celebración de la Pascua de Resurrección el momento central y culminante del ritmo litúrgico como lo es el centro de la vida del cristiano. Todo es vivir la pascua del Señor.

En torno a ello giran todas las otras celebraciones del misterio de Cristo que así se van distribuyendo a través del año con su preparación previa, como fue la Cuaresma para la celebración de la Pascua y como será al comienzo del ciclo litúrgico el Adviento como preparación del misterio de la Navidad; ambos momentos culminantes tienen su prolongación tanto en todo lo que es el tiempo de Navidad y Epifanía después del Nacimiento de Jesús, como todo el tiempo pascual hasta Pentecostés después de la resurrección del Señor.

Por eso culminamos ahora nuestras celebraciones del ciclo que hemos venido viviendo puesto que ya el próximo domingo iniciamos el Adviento como preparación para la Navidad. Y concluimos el año con una celebración muy especial en que proclamamos a Jesucristo como rey del Universo. Esta es una fiesta que podríamos decir reciente en la liturgia de la Iglesia porque en el primer tercio del siglo XX se instituyó aunque se celebraba el último domingo de octubre, pero tras la reforma litúrgica del Vaticano II pasó a celebrarse en el último domingo del año litúrgico.

Según el año litúrgico y el evangelista correspondiente a ese año serán diversos los textos de la liturgia de este día. Hemos venido escuchando en este ciclo al evangelista san Mateo y de él tomamos el evangelio del llamado juicio final que hoy hemos proclamado y escuchado.

Tres imágenes nos describen la figura de Jesús en los textos de la liturgia de este día: pastor, juez y rey. Todo queriendo ser una resonancia de esa proclamación de Jesús como Rey y Señor del hombre y del universo. Todo como una consecuencia de ese anuncio continúo de Jesús que ha sido constitutivo de su evangelio. La Buena Nueva es el Reino de Dios, en el hemos de creer y a él hemos de convertirnos. Pero no es creer, como podríamos decir, en una entidad, sino que es creer en Jesús y convertirnos a El. En Jesús se encarna el Reino de Dios; es Jesús la Buena Noticia de salvación porque El es nuestro único salvador.

Pero es Jesús el que ha venido como buen pastor, como ese pastor que nos anunciaba el profeta en la primera lectura, que busca, que llama, que acompaña, que alimenta, que da la vida por las ovejas, que nos conduce por caminos de vida y de salvación, que El mismo se hace alimento de vida de sus ovejas para que de El nos alimentemos; nos ofrece su palabra y nos ofrece el camino pero El mismo se hace camino y se hace vida para que caminemos por El y para que de El nos alimentemos. ¿Podemos esperar algo mejor de un pastor?

Y nos dirá el evangelio que se sentará en su trono porque desde allí separará a unos y otros como el pastor separa las ovejas de las cabras, como el juez que nos juzga según nuestras obras y nuestra vida. ‘Venid, benditos de mi Padre…’ dirá a unos. ‘Apartaos de mi, malditos…’ dirá a los otros. Porque tuve hambre, estaba sediento, era peregrino, estaba enfermo… y lo que hicisteis con uno de esos pequeños a mí me lo hicisteis. Es el juicio del amor. No es el juicio terrible en el que parece que todos ya estamos condenados de antemano, sino que donde hay un pequeño resquicio del amor allí aparecerá radiante la misericordia del Señor para llenarnos de bendición.

Será el reconocimiento definitivo del Reinado y Señorío de Dios, porque será el momento en reconoceremos de verdad quien es Jesús; ese Jesús que es nuestra salvación, ese Jesús que ha sido el camino y la verdad y la vida para nosotros; ese Jesús a quien hemos querido escuchar a pesar de tantas distracciones como ha habido en nuestra vida, pero que finalmente hemos vuelto nuestra vida hacia El; ese Jesús que vamos a encontrar cercano a nosotros porque lo vamos a encontrar en el hermano, porque lo vamos a ver en el pequeño y en el humilde, porque le vamos a amar en todo aquel que se cruce en nuestro camino porque siempre lo vamos a ver ya como un hermano.

Le contemplamos como Rey y Señor del hombre y del universo pero no necesitamos sentarlo en un trono de gloria elevado en las alturas y separado de nosotros porque le vamos a reconocer en todo hombre que es nuestro hermano y lo vamos a ver siempre a nuestro lado. Cuanto hagamos a ese hombre o mujer que camina a nuestro lado será ya para siempre un reconocimiento de que Jesús es nuestro Señor. Le contemplamos y celebramos como Rey y Señor del hombre y del universo porque vamos a comenzar a descubrir y vivir la primacía del amor que ya va a ser el sentido de nuestra vida y de nuestro caminar para siempre.


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