Sepamos
valorar esa flor que florece aún en medio de los espinos, sepamos apreciar
cuanto de bueno descubrimos en los demás, acicate y estímulo para hacer
florecer con más fuerza el Reino de Dios
Apocalipsis 20, 1-4. 11—21, 2; Sal 83; Lucas
21,29-33
Ya huele a primavera, decimos cuando el
invierno va vencido, van remitiendo aquellos fríos invernales, pero sobre todo
vemos cómo la naturaleza comienza a rebrotar. Nosotros en Canarias no tenemos
grandes diferencias porque incluso presumimos de primavera todo el año por la
suavidad de las temperaturas y el clima, por las flores que brotan por todas
partes en cualquier época del año y porque no notamos como en otros lugares los
árboles que parecen secos y muertos en el invierno y reverdecen con fuerza en
la primavera; recuerdo en varias primaveras que tuve que estar fuera de mi
tierra por tierras peninsulares sobre todo en la zona de Castilla como de
pronto se veían brotar todos los árboles y todas las plantas cuando se acercaba
la primavera y pronto todo era verdor y el surgir de las flores que todo lo
embellecían; para mí aquello era como un brotar a nueva vida sobre todo para
quien como yo no estaba acostumbrado a esa diferencia entre las diversas
estaciones.
Es la imagen que nos quiere poner hoy Jesús
en el evangelio porque es como una nueva primavera que surge en la vida cuando
comienzan a notarse los brotes del Reino de Dios en quienes han recibido la
semilla de la Palabra. Comienzan a surgir los brotes de la higuera y decimos
que ya se va acercando el verano donde recogeremos sus sabrosos frutos. En eso
ha querido fijarse hoy el Señor y ponérnoslo como imagen para que aprendamos a
distinguir cuando va brotando el Reino de Dios en los corazones.
Así tendría que notarse en los
corazones de quienes escuchamos la Palabra de Dios, cómo nos vamos
transformando, como nos vamos llenando de nueva vida, como surgirán las bellas
flores de la primavera de los nuevos valores que comenzamos a vivir y como al
final podremos recoger sus frutos. Ese tendría que ser el recorrido de nuestra
vida; esa es la tarea de la Iglesia para hacer que brote esa nueva primavera
llena de color y de vida en nuestro mundo porque en verdad lleguemos todos a
saborear lo que son los frutos del Reino de Dios en esa vida nueva que
transforma nuestro mundo, como ha transformado nuestros corazones.
Es aquí donde quiero fijarme en algo
más que muchas veces sin embargo nos puede pasar desapercibido porque solo
buscamos señales de cosas grandes. Podemos pasar al lado de nuestras plantas y
porque no están en un jardín bien cuidado y ornamentado no nos damos cuenta de
pequeñas flores que algunas veces surgen de los lugares más insospechados y da
la impresión que hasta las piedras o las rocas comienzan a florecer. ¿No hemos
visto surgir de un pedregal una planta llena de vida que nos ofrece una hermosa
flor que alegra nuestra visión aun en medio de aquellos pedregales?
A nuestro lado, en ese mundo que
miramos tantas veces hasta con desprecio porque consideramos demasiado lleno de
maldad, sin embargo puede suceder, de hecho sucede con más frecuencia de lo que
queremos pensar, hermosas flores del Reino de Dios. Pequeñas semillas que han
prendido en los corazones de muchos a nuestro lado y que florecen con frutos
prometedores aunque no estén en nuestro propio jardín.
Hay muchas cosas buenas en el corazón
de los demás, que muchas veces no sabemos apreciar, no sabemos valorar sino que
nos llenamos de prejuicios hacia los demás. No son una plenitud del Reino de
Dios porque quizá a algunos les falte ese reconocimiento de que Dios es el
Señor pero podemos sin embargo contemplar corazones humildes y corazones llenos
de amor, corazones solidarios y gente en verdad comprometida por hacer nuestro
mundo mejor, personas que luchan por la paz y la justicia y personas que saben
estar al lado de los otros muchas veces mucho mejor de lo que nosotros lo
hacemos.
Son semillas del Reino que están
floreciendo en esos corazones y que tenemos que saber cuidar y fomentar. Es el
camino que a esas personas les lleva a Dios y hasta pudiera suceder que están
más cerca de Dios que nosotros mismos que nos queremos dar de tan cristianos,
pero que tantas veces no llegamos a dar todo lo que debíamos.
Sepamos valorar esa flor que puede florecer aun en medio de los espinos, sepamos valorar ese vaso de agua dado con generosidad, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás que además tendría que ser un acicate y un estímulo para nosotros hacer florecer con más fuerza los valores del Reino de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario