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viernes, 27 de noviembre de 2020

Sepamos valorar esa flor que florece aún en medio de los espinos, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás, acicate y estímulo para hacer florecer con más fuerza el Reino de Dios

 


Sepamos valorar esa flor que florece aún en medio de los espinos, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás, acicate y estímulo para hacer florecer con más fuerza el Reino de Dios

Apocalipsis 20, 1-4. 11—21, 2; Sal 83; Lucas 21,29-33

Ya huele a primavera, decimos cuando el invierno va vencido, van remitiendo aquellos fríos invernales, pero sobre todo vemos cómo la naturaleza comienza a rebrotar. Nosotros en Canarias no tenemos grandes diferencias porque incluso presumimos de primavera todo el año por la suavidad de las temperaturas y el clima, por las flores que brotan por todas partes en cualquier época del año y porque no notamos como en otros lugares los árboles que parecen secos y muertos en el invierno y reverdecen con fuerza en la primavera; recuerdo en varias primaveras que tuve que estar fuera de mi tierra por tierras peninsulares sobre todo en la zona de Castilla como de pronto se veían brotar todos los árboles y todas las plantas cuando se acercaba la primavera y pronto todo era verdor y el surgir de las flores que todo lo embellecían; para mí aquello era como un brotar a nueva vida sobre todo para quien como yo no estaba acostumbrado a esa diferencia entre las diversas estaciones.

Es la imagen que nos quiere poner hoy Jesús en el evangelio porque es como una nueva primavera que surge en la vida cuando comienzan a notarse los brotes del Reino de Dios en quienes han recibido la semilla de la Palabra. Comienzan a surgir los brotes de la higuera y decimos que ya se va acercando el verano donde recogeremos sus sabrosos frutos. En eso ha querido fijarse hoy el Señor y ponérnoslo como imagen para que aprendamos a distinguir cuando va brotando el Reino de Dios en los corazones.

Así tendría que notarse en los corazones de quienes escuchamos la Palabra de Dios, cómo nos vamos transformando, como nos vamos llenando de nueva vida, como surgirán las bellas flores de la primavera de los nuevos valores que comenzamos a vivir y como al final podremos recoger sus frutos. Ese tendría que ser el recorrido de nuestra vida; esa es la tarea de la Iglesia para hacer que brote esa nueva primavera llena de color y de vida en nuestro mundo porque en verdad lleguemos todos a saborear lo que son los frutos del Reino de Dios en esa vida nueva que transforma nuestro mundo, como ha transformado nuestros corazones.

Es aquí donde quiero fijarme en algo más que muchas veces sin embargo nos puede pasar desapercibido porque solo buscamos señales de cosas grandes. Podemos pasar al lado de nuestras plantas y porque no están en un jardín bien cuidado y ornamentado no nos damos cuenta de pequeñas flores que algunas veces surgen de los lugares más insospechados y da la impresión que hasta las piedras o las rocas comienzan a florecer. ¿No hemos visto surgir de un pedregal una planta llena de vida que nos ofrece una hermosa flor que alegra nuestra visión aun en medio de aquellos pedregales?

A nuestro lado, en ese mundo que miramos tantas veces hasta con desprecio porque consideramos demasiado lleno de maldad, sin embargo puede suceder, de hecho sucede con más frecuencia de lo que queremos pensar, hermosas flores del Reino de Dios. Pequeñas semillas que han prendido en los corazones de muchos a nuestro lado y que florecen con frutos prometedores aunque no estén en nuestro propio jardín.

Hay muchas cosas buenas en el corazón de los demás, que muchas veces no sabemos apreciar, no sabemos valorar sino que nos llenamos de prejuicios hacia los demás. No son una plenitud del Reino de Dios porque quizá a algunos les falte ese reconocimiento de que Dios es el Señor pero podemos sin embargo contemplar corazones humildes y corazones llenos de amor, corazones solidarios y gente en verdad comprometida por hacer nuestro mundo mejor, personas que luchan por la paz y la justicia y personas que saben estar al lado de los otros muchas veces mucho mejor de lo que nosotros lo hacemos.

Son semillas del Reino que están floreciendo en esos corazones y que tenemos que saber cuidar y fomentar. Es el camino que a esas personas les lleva a Dios y hasta pudiera suceder que están más cerca de Dios que nosotros mismos que nos queremos dar de tan cristianos, pero que tantas veces no llegamos a dar todo lo que debíamos.


Sepamos valorar esa flor que puede florecer aun en medio de los espinos, sepamos valorar ese vaso de agua dado con generosidad, sepamos apreciar cuanto de bueno descubrimos en los demás que además tendría que ser un acicate y un estímulo para nosotros hacer florecer con más fuerza los valores del Reino de Dios.

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