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jueves, 26 de noviembre de 2020

No vayamos con la mirada rastrera a tierra, sino levantemos la cabeza, alcemos los ojos, veamos las señales del cielo, sintamos la alarma de Dios, siempre son llamadas de amor

 


No vayamos con la mirada rastrera a tierra, sino levantemos la cabeza, alcemos los ojos, veamos las señales del cielo, sintamos la alarma de Dios, siempre son llamadas de amor

Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9a; Sal 99; Lucas 21,20-28

Ponemos la alarma para que nos avise en un determinado momento, en una hora concreta, ya sea para despertarnos del sueño y levantarnos en la mañana, ya sea para distintas actividades que tenemos que hacer a lo largo del día y que necesitan ser realizadas en un momento determinado. Es lo clásico del reloj, pero hoy tenemos multitud de sistemas electrónicos y de todo tipo que nos realizan esa función. Pero podemos no prestarle atención, no hacerle caso cuando nos suena y nos llama, prescindir de ese aviso y decimos para que lo hayamos preparado si no le vamos a hacer caso.

En la vida vamos detectando también multitud de señales, de avisos, de signos que nos alertan si queremos escuchar hasta en lo más profundo de nuestro ser. La repetición de acontecimientos, los sucesos imprevistos, lo que vemos que le sucede a los demás, situaciones duras por las que en momentos tenemos que pasar y así muchas cosas podemos decir que son avisos que recibimos de la vida misma para despertar, para buscar un sentido, para encontrarnos con los verdaderos valores, para corregir el rumbo de la vida; lo malo es que no sabemos leer esos signos o en muchas ocasiones es que no les queremos hacer caso.

Estamos diciendo es la vida que nos avisa, son los acontecimientos que suceden con un por qué, pero como creyentes podíamos ir mucho más allá para saber descubrir las señales de Dios que nos llama y que espera de nosotros distintas y mejores respuestas que las que habitualmente estamos dando. Claro que para esto hay que saber una visión distinta, para esto es necesario tener una mirada de fe, una mirada creyente, para poder descubrir esa llamada de Dios o esa acción de Dios en nuestra vida.

No lejano de la apreciación de las cosas está aquello que escuchábamos cuando nos sucedía algo malo, de que Dios castiga sin piedra ni palo; permanece aún en muchos el sentimiento de que en las cosas que no son buenas que nos suceden allí está el castigo de Dios, y así terminamos por ver, por ejemplo, una enfermedad como un castigo de Dios, y quien dice una enfermedad esas situaciones difíciles por las que tantas veces pasamos, y ahora mismo hay profetas de calamidades que en cuanto nos está sucediendo quieren ver un castigo del cielo.

No puedo imaginarme a un Dios que está detrás de la esquina o detrás de la puerta esperándonos con un palo en sus manos para castigarnos por lo mal que lo estamos haciendo. Creo que esa imagen hay que purificarla porque la bondad y del amor de Dios van por otro camino. Lo que sí podríamos decir que ahí hay signos y señales de la llamada de Dios que nos espera, que nos pone en camino, que está poniendo en nuestras manos muchas cosas para que hagamos que las cosas sean distintas.

El Dios en quien creo y del que nos habló Jesús es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad y en clemencia, como tantas veces habremos rezado en los salmos. Los utilizamos para nuestra oración, pero luego no sabemos utilizarlos para leer la vida, para descubrir y escuchar esa llamada de Dios. Y la prueba y la manifestación la tenemos en Jesucristo que por nosotros se entregó para que nosotros tuviéramos vida.

Escuchemos esas alarmas de Dios, esos signos de su presencia junto a nosotros, en lo que es nuestra vida, en los acontecimientos que vivimos, en lo que nos sucede sea malo o sea bueno; ahí están los signos de la llamada de Dios, ahí están las señales del amor de Dios. Hoy nos ha dicho ‘cuando sucedan estas cosas, estad alerta, levantad vuestras cabezas, se acerca vuestra liberación’. No vayamos por la vida con la vista demasiado mirando solo para abajo, sino levantemos la cabeza, alcemos la mirada, veamos las señales del cielo, escuchemos en el corazón las llamadas de Dios.

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