No
vayamos con la mirada rastrera a tierra, sino levantemos la cabeza, alcemos los
ojos, veamos las señales del cielo, sintamos la alarma de Dios, siempre son
llamadas de amor
Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9a; Sal
99; Lucas 21,20-28
Ponemos la alarma para que nos avise en
un determinado momento, en una hora concreta, ya sea para despertarnos del
sueño y levantarnos en la mañana, ya sea para distintas actividades que tenemos
que hacer a lo largo del día y que necesitan ser realizadas en un momento
determinado. Es lo clásico del reloj, pero hoy tenemos multitud de sistemas electrónicos
y de todo tipo que nos realizan esa función. Pero podemos no prestarle
atención, no hacerle caso cuando nos suena y nos llama, prescindir de ese aviso
y decimos para que lo hayamos preparado si no le vamos a hacer caso.
En la vida vamos detectando también
multitud de señales, de avisos, de signos que nos alertan si queremos escuchar
hasta en lo más profundo de nuestro ser. La repetición de acontecimientos, los
sucesos imprevistos, lo que vemos que le sucede a los demás, situaciones duras
por las que en momentos tenemos que pasar y así muchas cosas podemos decir que
son avisos que recibimos de la vida misma para despertar, para buscar un
sentido, para encontrarnos con los verdaderos valores, para corregir el rumbo
de la vida; lo malo es que no sabemos leer esos signos o en muchas ocasiones es
que no les queremos hacer caso.
Estamos diciendo es la vida que nos
avisa, son los acontecimientos que suceden con un por qué, pero como creyentes podíamos
ir mucho más allá para saber descubrir las señales de Dios que nos llama y que
espera de nosotros distintas y mejores respuestas que las que habitualmente
estamos dando. Claro que para esto hay que saber una visión distinta, para esto
es necesario tener una mirada de fe, una mirada creyente, para poder descubrir
esa llamada de Dios o esa acción de Dios en nuestra vida.
No lejano de la apreciación de las
cosas está aquello que escuchábamos cuando nos sucedía algo malo, de que Dios
castiga sin piedra ni palo; permanece aún en muchos el sentimiento de que en
las cosas que no son buenas que nos suceden allí está el castigo de Dios, y así
terminamos por ver, por ejemplo, una enfermedad como un castigo de Dios, y
quien dice una enfermedad esas situaciones difíciles por las que tantas veces
pasamos, y ahora mismo hay profetas de calamidades que en cuanto nos está
sucediendo quieren ver un castigo del cielo.
No puedo imaginarme a un Dios que está
detrás de la esquina o detrás de la puerta esperándonos con un palo en sus
manos para castigarnos por lo mal que lo estamos haciendo. Creo que esa imagen
hay que purificarla porque la bondad y del amor de Dios van por otro camino. Lo
que sí podríamos decir que ahí hay signos y señales de la llamada de Dios que
nos espera, que nos pone en camino, que está poniendo en nuestras manos muchas
cosas para que hagamos que las cosas sean distintas.
El Dios en quien creo y del que nos
habló Jesús es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
piedad y en clemencia, como tantas veces habremos rezado en los salmos. Los
utilizamos para nuestra oración, pero luego no sabemos utilizarlos para leer la
vida, para descubrir y escuchar esa llamada de Dios. Y la prueba y la
manifestación la tenemos en Jesucristo que por nosotros se entregó para que
nosotros tuviéramos vida.
Escuchemos esas alarmas de Dios, esos
signos de su presencia junto a nosotros, en lo que es nuestra vida, en los
acontecimientos que vivimos, en lo que nos sucede sea malo o sea bueno; ahí están
los signos de la llamada de Dios, ahí están las señales del amor de Dios. Hoy
nos ha dicho ‘cuando sucedan estas cosas, estad alerta, levantad vuestras
cabezas, se acerca vuestra liberación’. No vayamos por la vida con la vista
demasiado mirando solo para abajo, sino levantemos la cabeza, alcemos la
mirada, veamos las señales del cielo, escuchemos en el corazón las llamadas de
Dios.
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