Necesitamos
los ojos de Jesús para apreciar a esas personas que nos parecen pequeñas pero
que en su servicio son una grande riqueza espiritual para el pueblo de Dios
Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Sal 23; Lucas
21,1-4
No tengo ahora nada suelto en el
bolsillo, decimos y nos tentamos los bolsillos como prueba – así nos lo creemos
– de que no llevamos nada suelto, y eso significa rebuscar entre los pliegues
del bolsillo a ver si aún queda alguna pequeña moneda con la que contentar a
aquel que nos pide. Lo habremos visto hacer, ¿lo habremos hecho quizás?, pero así
de tacaños vamos por la vida cuando no queremos compartir. Y si la pobre viuda
echó una moneda en el cepillo porque era todo lo que tenía como nos resaltará Jesús
tendríamos que fijarnos en la cesta de recogida de las colectas para ver cuántas
monedas de las más pequeñas vamos a encontrar.
¿Será esto lo que nos quiere resaltar
hoy Jesús? Allí está situado en aquellos pórticos del templo, cercano al
cepillo de las ofrendas por donde ha ido entrando la gente que se consideraba
principal y entre grandes aspavientos han ido depositando sus limosnas, que no
dice Jesús no fueran generosas; pero se ha fijado Jesús en aquella pobre mujer
que casi sin que nadie lo note pasa también por el cepillo y echa aquellos cuartos
que en su pobreza era lo que tenía para comer. Y es lo que Jesús quiere
resaltarnos, aquella mujer echó mucho más que los otros que quizá habían echado
cantidades grandes, pero ellos habían echado de lo que no necesitaban, pero
aquella mujer lo dio todo.
A muchas consideraciones nos puede
llevar este pasaje si miramos también a nuestras comunidades y parroquias, a lo
que es la vida de la iglesia. Podíamos decir que la escena se repite y ya no se
trata solamente de la generosidad o no con que demos nuestros dineros. Es el
servicio realizado en medio de la comunidad y a favor de los demás.
Encontraremos, es cierto, de todo.
También nos encontraremos con gente generosa y dispuesta, que ofrece su tiempo,
sus posibilidades, sus valores y cualidades y los vemos comprometidos en muchas
acciones de nuestras parroquias. Tenemos que aprender a valorar a esas
personas; tenemos que poner también de nuestra parte porque, ya sabemos, nos
escudamos en tantas cosas para rehuir un compromiso, que si no tenemos tiempo, que
si yo no valgo nada y ya habrá otros que sepan mejor y podrán participar, y la
lista de disculpas seguramente será larga.
Pero creo que tendríamos que destacar y
valorar a muchas personas que pasan desapercibidas, que se nos pueden parecer a
la pobre viuda del evangelio, que nos parece que no valen para gran cosa, pero
que calladamente sin embargo están haciendo una gran labor.
Y hay muchas personas así en nuestras
comunidades, que quizá no se sienten preparadas para ser catequistas, por
ejemplo, pero que visitan al anciano y lo acompañan, avisan al sacerdote
discretamente donde ellas ven una necesidad o hay un enfermo que atender, que
cuidan de la limpieza o de la ornamentación del templo y sin que nadie se lo
valore o lo tenga en cuenta, siempre tendrán una flor fresca que poner junto al
sagrario, que colocan una silla en su sitio o son capaces de recoger un papel que
alguien descuidadamente dejó caer en el suelo, y así cuántos y cuántos
servicios humildes, sencillos, desapercibidos pero que nos están señalando a
personas que aunque parecen pequeñas son de un corazón muy grande.
Son las pequeñas y pobres viudas, vamos
a llamarlas así, que ante cualquier llamada del sacerdote allí están ofreciendo
su servicio y su presencia o sencillamente desde su rincón ofreciendo su
sacrificio y oración al Señor por la comunidad. Reconozco que he conocido
muchas personas así en las diferentes comunidades por donde he pasado, aunque
no siempre hayamos sabido valorarlas en su justa dimensión. Necesitamos los
ojos de Jesús para apreciarlas y para valorar a esas personas porque grande es
la riqueza espiritual que manifiestan que a su vez enriquece al pueblo de Dios.
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