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viernes, 12 de diciembre de 2008

El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida

Is. 48, 17-19

Sal.1

Mt. 11, 16-19

Hay gente que siempre está viendo una doble intención en lo que hacen los demás, y en ellos siempre actúa la sospecha, la desconfianza, y ven siempre la mala intención en los otros. Realmente una vida así se hace muy insoportable y dura, y mantener una relación de sinceridad con estas personas se hace difícil. Que bonito es actuar siempre con sinceridad y rectitud, tener una mira limpia y clara hacia los otros, y descartar toda mirada a través de un cristal turbio.

Es a lo que hace referencia Jesús en el evangelio de hoy. Sospechaban de Juan y no querían aceptarlo con sinceridad. El modo de vida de Juan de gran austeridad les hacía desconfiar y hasta llegaban a decir que estaba poseído por un demonio. Pero tampoco aceptarán el modo de actuar de Jesús, que se acerca a todos, que busca la oveja perdida mezclándose hasta con los pecadores, con tal de ganárselos para el Reino. ‘Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores’.

Lo vemos en diversos pasajes del evangelio. Ya sabemos cómo sospechaban de Jesús y como no llegaban a aceptar que Jesús se acercase a todos porque a todos quería ganarlos, El que había venido para traer la salvación a todos. Lo criticaban porque comía con publicanos y pecadores, pero el médico no es para los sanos sino para los enfermos, decía Jesús.

Cosas así nos suceden muchas veces incluso en el seno de la Iglesia en la desconfianza de la actuación pastoral de los pastores y de la misma Iglesia. Lo tremendo es que muchas veces esa crítica no viene de los que podríamos considerar enemigos sino lo que es peor desde el mismo seno de la Iglesia.

Pero fijémonos en algo más que nos dice la Palabra proclamada en este día. Recojamos el responsorio del salmo. ‘El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’. Seguir al Señor, querer escucharle, aceptar sus palabras, convertir su voluntad en la razón de ser de mi vida. ‘Tendrá la luz de la vida… porque será como un árbol plantado al borde de la acequia. Da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas…’ Cuánto necesitamos nosotros de esa luz, para que no nos puedan las tinieblas del error, del pecado, de la maldad de nuestro corazón.

El Señor nos decía por medio del profeta: ‘Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar…

Que sepamos escuchar al Señor, dejarnos conducir por El. Que sea en verdad la luz de mi vida. Que, como pedíamos en la oración, ‘siguiendo las enseñanzas de nuestro Salvador, salgamos a su encuentro cuando El llegue con la lámparas encendidas’. Que enraicemos las raíces de nuestra vida en su Palabra, en lo que es su voluntad. Será así como podremos tener vida y dar fruto en abundancia.

Que en este camino de Adviento sepamos así escuchar la voz del Señor allá en lo más hondo de nuestro corazón y nuestra vida.

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