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martes, 9 de diciembre de 2008

Como un pastor apacienta el rebaño

Is. 40, 1-11

Sal. 95

Mt. 18, 12-14

Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno sólo de estos pequeños’. Es el comentario que hace Jesús a la parábola que ha propuesto.

Se la propone así como un ejemplo, con sencillez, para que ellos vean y juzguen, para que aprecien lo que es el amor que nos tiene el Padre. El pastor que guarda las noventa y nueve y se va a buscar a la oveja perdida por donde sea. La alegría del pastor por la oveja encontrada. La alegría y el gozo del Padre del cielo cuando arrepentidos volvemos a El, porque El nos ha llamado y encontrado.

Es lo que ha hecho y hace Jesús. Es toda la historia de la salvación, en que Dios es siempre el que nos busca. Es la oferta de amor que El nos está haciendo siempre.

Viene el Señor – seguimos en nuestro camino de Adviento escuchando a los profetas – y viene el Señor con su gloria, con todo poder. ‘Aquí está nuestro Dios’, nos dice el profeta. ‘Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza’. Y ¿cómo se manifiesta esa fuerza del Señor? Podríamos pensar en presencia en medio de cosas grandiosas y extraordinarias. Pero nos dice el profeta: ‘Como un pastor apacienta el rebaño, su brazo lo reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres’. Nos busca, no guía, nos lleva a pastos abundantes, cuida con cariño a sus corderitos y a todas sus ovejas, las conoce por su nombre, es capaz de dar la vida por ellas por defenderlas contra el lobo asesino.

Será de lo que nos hable Jesús en el evangelio muchas veces. Cuando vio a aquellas muchedumbres que acudían a El de todas partes, dice el evangelista que sintió lástima ‘porque andaban abandonados y extraviados como ovejas que no tienen pastor’. Y tuvo compasión y les enseñaba, y curaba sus enfermos, y en aquella ocasión en el desierto hasta multiplicó milagrosamente el pan para que no desfallecieran y todos comieran hasta hartarse.

Así siente compasión por nosotros, que tantas veces andamos extraviados, caminos por caminos oscuros, olvidamos sus sendas y sus mandatos, nos llenamos de las tinieblas del pecado y de la muerte. Pero El nos llama, nos busca, nos ofrece su gracia. No nos busca para recriminarnos sino para vestirnos del traje nuevo de la vida y de la gracia. Y todo eso porque nos ama. Todo eso por su iniciativa y su benevolencia. ‘El amor consiste en que El nos amó primero’.

No somos nosotros los que hacemos méritos para alcanzar el perdón. No somos nosotros los que le vamos a ofrecer cosas que tengan el valor suficiente para alcanzar el perdón de nuestros pecados. ‘Gritadle: que se ha cumplido su servicio, está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados… Mirad: lo acompaña el salario, la recompensa lo precede…’ Es El quien salda nuestras deudas. Es la sangre de Cristo derramada por nosotros.

Con humildad, sí, pero con la seguridad y la confianza de lo que es el amor que El nos tiene nos acercamos a El. Queremos caminar por sus caminos, queremos dejarnos apacentar por El que es nuestro Buen Pastor. No nos queda otra cosa sino lo que decíamos ayer que teníamos que aprender de María. Seamos dóciles a la gracia de Dios. Dejémonos conducir por la mano del Señor.

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