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domingo, 7 de diciembre de 2008

Nuestro adviento un nuevo éxodo hacia un cielo nuevo y una tierra nueva

Is. 49, 1-5.9-11;

Sal. 84;

2Ped. 3, 8-14;

Mc. 1, 1-8


Lo que el profeta Isaías anuncia en aquel momento al pueblo era como un nuevo éxodo. El primer éxodo, en la salida de Egipto, Dios se manifiesta en medio de obras portentosas y maravillosas para liberar a los judíos de la esclavitud del faraón y llevarlos a través del desierto hacia la tierra prometida. En este nuevo éxodo, será la liberación de la cautividad de Babilonia y la vuelta a la tierra de la que habían sido arrancados por un desierto convertido en cañada real para el encuentro con el Dios que viene con su salvación.

Ponerse en camino, atravesar desiertos, pasar por en medio del agua, ir hacia una tierra nueva de promisión, hacer Pascua y sentir el paso del Señor era algo que estaba constantemente presente en su historia. Desde Abrahán que se puso en camino arrancándose de la tierra de sus padres. Luego con Moisés que les libera de la esclavitud. El paso del mar Rojo primero y luego el del Jordán. La presencia del Dios que les libera y que les salva y que lo celebran en la Pascua. Son hitos, momentos, puntos fuertes de su propia espiritualidad.

El profeta anuncia una transformación del desierto haciendo caminos, allanando colinas y valles, enderezando lo tortuoso y escabroso, porque se revelará la gloria del Señor. ‘Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza… como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne…’ Pero de alguna manera el anuncio de Isaías se convierte también en anuncio de un nuevo camino, de una nueva voz que va a gritar en el desierto, que va a preparar definitivamente los caminos del Señor.

En el Evangelio vemos su cumplimiento. El Bautista es ‘ese mensajero… esa voz que grita en el desierto: preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos…’ El Evangelista nos lo describe, su figura, su misión y su anuncio. ‘Iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre… bautizaba en el desierto y predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados…’ Y hacía el anuncio definitivo: ‘detrás de mí viene el que puede más que yo, y no merezco agacharme para desatarle sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero El os bautizará con Espíritu Santo’.

Recogiendo toda esa espiritualidad del largo Adviento de Israel en la espera del Mesías y la más inmediata de Juan el Bautista, nosotros vivimos hoy nuestro Adviento. Que también tiene que ser éxodo, salida, ponernos en camino, desprendernos y arrancarnos para caminar hacia ese tierra nueva, ese cielo nuevo de nuestro encuentro total y definitivo con el Señor.

Ese arrancarnos para ponernos en camino hacia lo nuevo exige valentía, coraje, arrojo, decisión firme, no temer el riesgo de lo nuevo que el Señor nos ofrece. No podemos convertir este Adviento en un Adviento más, ni nuestra navidad de este año en algo superficial en que simplemente nos dejemos llevar por lo que todos hacen.

Como nos decía san Pedro en la segunda lectura ‘nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia’. Pero para caminar hacia él tenemos que realizar también ese camino de éxodo. Caminos que preparar, valles que aplanar, sendas tortuosas que enderezar, lugares escabrosos que igualar. Cuántas cosas que tenemos que transformar en nuestra vida. Cada uno tiene que mirarse a sí mismo con sinceridad.

Y lo hacemos con la certeza de la presencia de la gracia salvadora en nuestra vida, que es nuestra fuerza. Con la certeza de que el Señor ya nos ha redimido y lo que hemos de hacer es precisamente vivir en esa salvación que ya El nos ha ganado. Con la fuerza del Espíritu Santo que hemos recibido, nos ha hecho hijos y nos convierte en testigos de su Reino.

Las palabras iniciales de la profecía de hoy adquieren para nosotros un hondo sentido de consuelo y de fortaleza. ‘Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios: hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga pos sus pecados’. Que el Señor nos ha redimido. Que Cristo ya nos ha comprando con su Sangre redentora derramada en la Cruz.

Como decía el profeta: ‘Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios’. Aquí está nuestro Dios. Aquí lo estamos celebrando en la Eucaristía. Aquí lo vamos a celebrar con toda solemnidad cuando llegue la Navidad y veamos al Emmanuel, al Dios con nosotros, al Dios que se hace niño porque se ha encarnado en nuestra carne para ser uno como nosotros y traernos así su amor y su salvación.

Escuchemos al Bautista que también a nosotros nos invita a la conversión; escuchemos a los profetas; escuchemos con atención la Palabra de Dios y empapémonos de ella, para que sea nuestro alimento en este camino de Adviento que hemos emprendido.

‘Esperad y apresurad la venida del Señor’, nos decía san Pedro. ‘Y mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables’. Creo que entendemos bien lo que significan estas palabras. En paz, inmaculados e irreprochables. Con Dios que significa también todas las señales de paz que tenemos que poner cada día en nuestra relación con los hermanos. Irreprochables, íntegros, sin mancha, purificándonos de nuestros pecados, pero procurando, comprometiéndonos a vivir alejados de todo pecado.

Nos espera el cielo nuevo y la tierra nueva de nuestro encuentro en plenitud con el Señor.

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