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sábado, 6 de diciembre de 2008

Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis

Is. 35, 1-10

Sal. 84

Lc. 5, 17-26

‘Dichosos los que esperan en el Señor’. Y vaya sí que podemos que decir que somos dichosos porque en el Señor hemos puesto nuestra confianza y nuestra esperanza. El es nuestro consuelo, nuestra fortaleza, nuestra vida. Porque el Señor ‘sana los corazones destrozados, venda sus heridas…el Señor sostiene a los humildes’.

A El acudimos con nuestros agobios y preocupaciones, con las heridas del alma y con las heridas del cuerpo de nuestras limitaciones, nuestras enfermedades, nuestras debilidades. El es nuestro descanso. Nuestra paz. Por eso acudimos con confianza a El.

De eso nos ha hablado el profeta. ‘Pueblo de Sión, habitante de Jerusalén, no tendrás que llorar, porque se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá’. El profeta emplea imágenes de la agricultura, la ganadería y lo que era la vida y las preocupaciones principales de un pueblo que fundamentalmente era agrícola y ganadero: las cosechas, los ganados con sus pastos, el agua que mana abundante de los ríos y de todos los cauces de agua. ‘Cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llama de su golpe’. El Señor nos escucha siempre y será la paz de nuestro corazón.

Por eso, como decíamos, acudimos a él con todo lo que es nuestra vida. Y que no son sólo las necesidades materiales o nuestras enfermedades corporales. Son tantas cosas por las que sentimos preocupación en nuestro corazón, cuando estamos atentos a las necesidades o problemas de los nuestros; o cuando hay lucha en nuestro interior porque queremos avanzar en la vida, ser mejores, superar malos momentos, y algunas veces somos tentados, otras hay fracasos y retrocesos, o las cosas no avanzan como nosotros quisiéramos. Para todo y en todo momento el Señor tiene su mano amorosa, abre los oídos de su corazón atento, nos ofrece el bálsamo de su amor.

Es lo que vemos hacer a Jesús en el Evangelio. ‘Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Es el actuar compasivo y misericordioso de Jesús. Es la manifestación de su amor. Es lo que nos hace poner toda nuestra confianza y esperanza en El. ‘Extenuados y abandonados…’ en nuestras soledades, en nuestros agobios innecesarios, en tantas cosas que nos duelen en el alma, en nuestros fracasos, en nuestra desorientación…

Pero hay un detalle del evangelio en el que quiero fijarme también. Al final nos dice: ‘Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis’. Todo esto que has recibido del Señor no es sólo para ti y para tu satisfacción personal. Si tú te has sentido protegido y acompañado por el Señor, gratis lo has recibido, ahora te toca a ti hacerlo a los demás, gratis has de darlo.

Cuando Jesús llama a los Doce ‘les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Y cuando los envía a anunciar el evangelio, en las instrucciones que les da les dice: ‘… id a las ciudades descarriadas de Israel. Id y proclamad diciendo que el Reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitar muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios…’ La misma obra y misión de Jesús. Lo que ellos habían recibido de Jesús ahora tenían que hacerlo generosamente con los demás.

Nos sentimos acogida y escuchados por el Señor, por eso es lo que nosotros tenemos que hacer ahora con los demás. En el Señor hemos sentido consuelo, fortaleza, esperanza, es lo que ahora nosotros tenemos que repartir a los demás: consuelo, fortaleza, ilusión, ganas de vivir, ánimo, deseos de superación y crecimiento. Ese es el curar enfermos o arrojar demonios que nos dice Jesús en el evangelio. Esas enfermedades profundas de los hombres de hoy nosotros en nombre de Jesús tenemos que ir a curarlas también. Como en alguna ocasión hemos reflexionado, con nuestro amor tenemos que ser signos de la misericordia del Señor para los demás.

Esa es la tarea del camino del Adviento que estamos realizando. Porque en la medida en que te olvides un poquito de ti mismo, y te abras a los demás para sentir preocupación por ellos, te vas a sentir bien, porque lo que vas a sentir es que Dios está más dentro de ti. Y que Dios esté dentro de ti, no es para que te lo guardes para ti sólo sino para que en ese amor lo lleves a los demás.

Dichosos los que ponen su esperanza en el Señor. ‘Lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis’.

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