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domingo, 30 de noviembre de 2008

Adviento, esperanza, luz, vida nueva con Cristo que viene

Is. 63, 16-17.19; 64, 2-7;
Sal. 79;
1Cor. 1, 3-9;
Mc. 13, 33-37

Cuando comenzamos el adviento decimos que comenzamos un tiempo de esperanza, porque llega la navidad. Una cosa fácil de decir es que hoy los hombres viven sin esperanza. ¿Será en verdad eso así? ¿hay esperanza en la vida? ¿cuáles son nuestras esperanzas?
Si miramos a nuestro alrededor sí que podemos decir que hay algún tipo de esperanza en las gentes que nos rodean. ¿No espera el enfermo curarse y alcanzar la salud? ¿No espera el padre o la madre la vuelta del hijo que se marchó, o el anciano o la anciana que entre por la puerta el hijo o al ser querido que viene todos o que hace tanto tiempo que no ve?
¿No esperamos todos que esta situación de crisis económica en que nos vemos envueltos se resuelva y acaben todos los problemas que están surgiendo en todos los ámbitos? ¿no espera el parado encontrar trabajo, el estudiante aprobar los exámenes o acabar sus estudios? ¿No esperamos ahora que viene la navidad que nos toque la lotería, nos hagan muchos regalos o toda la familia coma unida?
Esperanza… podíamos seguir haciendo lista con cada uno de los problemas que nos afectan y en los que tenemos esperanza de encontrar soluciones.
Pero todo esto, ¿qué tiene que ver la esperanza en la navidad que se nos acerca? O acaso, ¿esperamos navidad sólo porque son unos días especiales o son días de vacaciones y de fiesta?
Dios ¿qué tiene que ver el adviento y la navidad con todas nuestras esperanzas? O también podríamos preguntar ¿en nuestras esperanzas hay algún lugar para Dios?
Creo que es en lo que tendríamos que reflexionar, y darle un poquito de profundidad a la vida, a nuestra fe, a la navidad que se acerca o a lo que realmente somos como cristianos.
Muchas veces las preocupaciones las ponemos en cosas fuera de nosotros mismos y quizá esperamos que las soluciones nos vengan desde fuera, desde otros que sean los que tienen que darla, o, a lo más, desde arriba.
Dios quiere que nos metamos allá en lo más hondo de nosotros mismos y seamos capaces de ver la luz que El quiere poner ahí, dentro de nosotros. Y que esa luz nos ayude a descubrir cuál tiene que ser nuestra auténtica esperanza y cuál es el trasfondo verdadero que tienen esas nuestras humanas esperanzas.
Como creyentes tenemos que decir que viene el Señor, que es nuestra luz y nuestra salvación, y que esa luz y esa salvación que El nos trae tiene que tocar, iluminar, salvar y sanar allá en lo que hay más dentro de nosotros. Esa luz y esa salvación que el Señor nos ofrece nos es, ni algo impuesto a nuestra vida desde fuera, ni algo ajeno a lo que es nuestra vida de cada día.
En la lectura profética que hoy hemos escuchado en primer lugar, el profeta está hablando al pueblo que pasa por unos momentos difíciles en su historia; es la vuelta del destierro, la hora de reconstruir en todos los sentidos aquel pueblo que estaba destrozado y dividido. El profeta les hace mirar dentro de sí mismo para ver las cosas que no marchan bien en su vida, reconocer sus infidelidades, su olvido de Dios, sus divisiones y enfrentamientos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado, todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebatan como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti…’
El profeta les ayuda a sentir la presencia de Dios, que viene como lluvia que empapa la tierra, como fuego que derrite y purifica, y que se sientan como barro en manos del alfarero para dejarse trabajar por Dios. ‘¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia… Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tu mano…’ Invoca la misericordia del Señor pero quiere ponerse en sus manos y dejarse transformar por él.
Pedimos también nosotros que venga el Señor y nos transforme, nos restaure, nos haga nuevos. Y el Señor quiere venir a nuestra vida, aunque nosotros muchas veces estamos ciegos y son otras las cosas que esperamos. El Evangelio nos habla de vigilancia, de estar atentos para sentir al Señor que llega a nuestra vida. ‘Mirad, vigilad… no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos… velad’.
Iniciamos el tiempo del Adviento en este domingo. Es la presencia ya iniciada del Señor en nuestra vida. Nos preparamos es cierto para la Navidad, que no es sólo repetir aquellos acontecimientos de Belén. La llegada del Señor en la historia para hacerse hombre y traernos la salvación ya se realizó, por eso decimos presencia ya iniciada. Nos preparamos ahora nosotros porque queremos sentir esa presencia y esa salvación en nuestra vida, hoy y en nuestro mundo concreto.
Presencia del Señor que viene a colmar nuestras esperanzas más hondas. Presencia del Señor que nos hace anhelar también su venida gloriosa al final de los tiempos, donde lo alcancemos a El en toda plenitud. Porque esta triple dimensión tiene el tiempo del Adviento y la Navidad que se acerca.
Que de la misma manera que en ese signo de la corona del Adviento vamos enciendo una luz nueva cada semana, así vayamos dejándonos iluminar por el Señor y nos llenemos de la más honda esperanza de la salvación que el Señor nos trae a nuestra vida. Iniciamos un camino, un camino que tenemos que ir sembrando de luz y de esperanza. Luz que nos ilumine en las sombras mas hondas que podamos tener dentro de nosotros. Luz que nos haga mejores cada día. Luz que nos ayude a llenar de auténtica esperanza a nuestro mundo. Luz que nos ayude a descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros.

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