Is. 29, 17-24
Sal. 26
Mt. 9, 27-31
Toda limitación o carencia en cualquiera de nuestros sentidos siempre nos produce incapacidad para llevar nuestra vida en lo que llamamos normal, pero cuando nos falta la luz en nuestros ojos todo se nos vuelve negrura y oscuridad. Y ya no es solo el decir que no podemos apreciar la luz del sol o los colores de la naturaleza, sino que anímicamente se produce esa negrura que nos puede impedir llevar de forma, digamos normal, nuestra relación con uno mismo, con los demás y con el mundo que nos rodea.
Es por eso quizá que la imagen de la luz que vence a las tinieblas es una imagen repetida en la Biblia para expresarnos el significado de la presencia de Jesús como Salvador en medio del mundo.
Muchos son los textos con esta referencia. Mencionamos aquel de Isaías que habla del pueblo que caminaba en tinieblas y vio una luz grande, una luz les brilló, y que precisamente la liturgia utiliza en la misa de la nochebuena de la Navidad del Señor. O es el texto de la liturgia de este día. Cuando todo se vuelve un vergel, o sea se llena de color y de vida en la profusión de las plantas y flores que brotan por doquier, nos dice: ‘aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos gozarán con el Señor y los pobres gozarán con el Santo de Israel’.
No sólo nos habla de la luz que vuelve a los ojos del ciego, sino que eso tendrá muchas repercusiones en la vida, porque se sentirán liberados los oprimidos y los pobres se llenarán de alegría.
En el evangelio son muchos los textos de curaciones de ciegos. Los dos ciegos de los que nos habla hoy que acuden a Jesús, el ciego Bartimeo de Jericó, el ciego de las calles de Jerusalén que es enviado a Siloé a lavar sus ojos y vuelve con vista… Todo llega podíamos decir a su culminación cuando Jesús se proclama a sí mismo: ’Yo soy la luz del mundo…’
Jesús es nuestra luz. ‘El Señor es mi luz y mi salvación’, decíamos en el salmo. Con Jesús, con su luz nos llega la vida y la salvación. Con Jesús todo adquiere un nuevo sentido y valor. Con Jesús descubrimos las maravillas de Dios, porque El nos revela al Padre. Con Jesús podremos en verdad glorificar al Padre del cielo. ‘Pues cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará el nombre de Jacob y temerá al Dios de Israel’, que decía el profeta.
Que no nos falte a nosotros esa luz. Que no nos falta Jesús sino que El siempre nos ilumine. Que no nos falte la fe. Jesús le preguntaba a aquellos ciegos del camino ‘¿créeis que puedo hacerlo? Y ellos respondían: Sí, Señor. Y entonces les tocó los ojos diciendo: Que suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron los ojos’.
Así tenemos que dejarnos tocar por Cristo, dejarnos iluminar por su luz, para que nunca andemos en tinieblas. Que así sintamos la fuerza de su gracia renovadora en nuestra vida que nos arranque de las tinieblas para siempre. Es nuestra luz, nuestra salvación, la fuerza que necesitamos para nuestro caminar.
Muchas veces andamos en tinieblas, nos dejamos envolver por las sombras de la muerte y del pecado. Como aquellos ciegos tenemos que decirle: ‘Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros’. Y El nos devolverá la luz y la gracia, el sentido de nuestra vida y el valor para caminar.
‘Mirad, el Señor llega con poder, e iluminará los ojos de sus siervos’. Nos sentiremos liberados, llenos de alegría. Con su luz toda nuestra vida tendrá un nuevo resplandor.
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