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lunes, 1 de diciembre de 2008

Ven, caminemos a la luz del Señor

Is. 2, 1-5

Sal.121

Mt. 8, 5-11

‘Os digo que vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jaco en el Reino de los cielos’. Es la respuesta reacción de Jesús a la fe de aquel hombre, un centurión romano, luego un gentil, que le pedía la salud para su criado. ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe’.

Es lo que viene a dar cumplimiento a lo anunciado por los profetas. Aunque los judíos fácilmente tenían la idea de que la salvación era algo exclusivo para ellos, y de todas formas tenía que pasar por la pertenencia al pueblo judío, los profetas habían anunciado claramente la universalidad de la salvación para todos los hombres.

Hoy lo hemos escuchado en el profeta Isaías. Cuando habla en su visión de lo que ve en el Monte Sión, continúa diciendo: ‘Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob…’ Y terminará diciendo: ‘…ven, caminemos a la luz del Señor’.

¿Cómo ha de ser ese camino? ¿Qué cosas habríamos de tener en cuenta ahora que estamos al principio del Adviento que nos prepara para ir al encuentro del Señor?

En primer lugar que tengamos una fe grande como la del centurión romano que mereció la alabanza de Jesús. Grande era la fe de aquel hombre y grande la seguridad que le daba aquella fe. ‘Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno ve, y va; al otro ven, y viene, a mi criado haz esto, y lo hace’.

Grande la fe y grande la humildad. ¡Cómo tenemos que aprender! ‘¿Quién soy yo para que entres bajo mi techo?’ No somos digno ni merecedores, pero el Señor nos ama y nos regala sus dones. Por eso con humildad tenemos que acercarnos a El. Será otra de las cosas a tener en cuenta en ese camino.

Pero también hemos de dejarnos enseñar por el Señor. ‘El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas’, decía el profeta. El Señor nos regala continuamente su Palabra. Nos la está ofreciendo cada día cuando venimos a la Eucaristía. Pero en cada momento podemos acercarnos al Libro santo, a su Palabra. La podemos escuchar continuamente en nuestro corazón. Y nos habla a través de la Iglesia, fiel intérprete de la palabra y la voluntad del Señor.

Finalmente otra cosa hemos de poner en nuestro camino de Adviento: los deseos de paz. ‘Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra…’ Que no alcemos nunca la espada de nuestra palabra, o nuestros gestos, o nuestras actitudes, o nuestros olvidos, o nuestros resentimientos contra nadie. Esas espadas tienen que destruirse. Son otras las armas que tenemos que utilizar, nacidas del amor, del perdón, de la comprensión.

Que cuando en la noche de navidad los ángeles canten ‘gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama’, lo sintamos hecho realidad en nosotros porque nosotros hayamos trabajado por la paz.

‘Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor’

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