Is. 26, 1-6
Sal. 117
Mt. 7, 21.24-27
‘Bendito el que viene en nombre del Señor’, repetimos hoy con el salmo. Seguramente al decir estas palabras hemos recordado la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén que conmemoramos el domingo de Ramos con las aclamaciones de los niños y del pueblo. Es lo que cantamos y repetimos cada Eucaristía uniéndonos a los coros de los ángeles y los santos del cielo. Es lo que hoy nos ha dicho el salmo. Algo que nos vale perfectamente en este camino de Adviento que estamos haciendo bendiciendo a Dios que viene a nosotros como nuestro Mesías Salvador.
En una de las estrofas del Himno del Oficio de Lectura de la liturgia de las Horas en este tiempo del Adviento se dice: ‘Abrid vuestras puertas ciudades de paz, que el Rey de la gloria ya pronto vendrá. Abrid corazones, hermanos, cantad, que nuestra esperanza cumplida será’. Abrir las puertas al Señor que llega, o entrar nosotros por esas puertas al encuentro del Señor para darle gracias es algo a que nos invita repetidamente hoy la Palabra de Dios.
En el mismo salmo se dice: ‘Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor’. Son puertas de triunfo y de gloria. Y evocando la entrada de Jesús en Jerusalén a la que hacíamos antes mención pienso en esa entrada de Jesús por la ciudad santa en la que se abrían sus puertas, se abrían las puertas del templo para la entrada del Señor, como se describe también en alguno de los salmos.
Pero ¿quién puede entrar por esas puertas del triunfo? El profeta nos da la pauta. ‘Abrid la puerta para que entre un pueblo justo, que observará la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor…’ Pueblo justo, pueblo leal, pueblo de paz, pueblo que se mantiene en firme fidelidad y confianza en el Señor.
Y en ese mismo sentido nos dirá Jesús en el evangelio quién podrá y quién no en el reino de los cielos. ‘No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo’. Menos golpes de pecho, como se dice popularmente, y más vida recta en conformidad con los caminos del Señor.
Aceptar y acoger la Palabra de Dios, la voluntad del Señor en nuestra vida, pero en la práctica y en el actuar de cada día, es la manera de mantener esa firmeza en el Señor. Por eso a continuación Jesús nos hablará de la casa edificada sobre roca o la casa edificada sobre arena. Edifiquemos pues nuestra vida sobre roca, sobre nuestra Roca que es Cristo, que es Dios. ‘Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua’, que nos decía el profeta. ‘Mejor es refugiarse en el Señor…’ decíamos también en el salmo. No nos refugiamos ni nos apuntalamos simplemente en nosotros mismos o en criterios humanos. Nuestro apoyo y nuestra fuerza, nuestro camino y nuestra vida es el Señor.
Entraremos por las puertas del triunfo cuando en verdad hayamos cimentado nuestra vida sobre esa Roca que es Cristo, sobre su Palabra y lo que es la voluntad de Dios, y el ponerlo en práctica en nuestra vida. Cuando comentábamos el libro del Apocalipsis escuchábamos que se nos decía, ‘a los triunfadores los sentaré en mi trono junto a mí’. Ya sabemos, pues, como llegaremos a ser esos triunfadores. Fundamentando nuestra vida en Cristo, escuchando su Palabra y cumpliendo su voluntad en nuestra vida.
Que se abran las puertas del triunfo para que entremos a dar gracias al Señor. Que en este camino del Adviento que estamos haciendo busquemos siempre ese plantar la Palabra en nuestro corazón y nuestra vida.
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