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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Un festín de vinos de solera

Is. 25, 6-10

Sal. 22

Mt. 15, 29-39

‘Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación’.

Esta conclusión del profeta Isaías que nos invita a gozar y disfrutar de la salvación que nos trae el Mesías evoca en mí frases que he oído en ciertas ocasiones, expresión de vivencias y experiencias, después de haber tenido un grupo de personas algún tipo de convivencia hermosa; un encuentro familiar, un encuentro de amigos lleno de alegría y buena convivencia, donde todos compartían juntos no sólo quizá unos alimentos o una bebida, sino algo más hondo como puede ser la amistad. En mi propia experiencia como párroco, tras alguna convivencia organizada en la parroquia con diversos grupos o por distintos motivos, en más de una ocasión alguien al final de aquel rato de convivencia exclamó: ¡Esto sí que ha estado bueno hoy! Allí todo había sido armonía y paz; a un lado se dejaban los egoísmos y resentimientos; no cabía subirse a los pedestales del orgullo cuando todos nos sentimos cercanos los unos a los otros.

Es lo que nos viene a decir la Palabra de Dios que hoy hemos escuchado. Por una parte el anuncio del profeta Isaías.’Preparará el Señor para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos’. Son las señales de los tiempos mesiánicos. Para todos los pueblos. Se arrancará el velo, el paño que nos separa y nos distingue unos de otros porque ya somos todos un solo pueblo.

Y es lo que nos viene a decir también el texto del Evangelio. ‘Acudió a El mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros… y la gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andas a los tullidos y con vista a los ciegos…’ Pero la fiesta aquel día en el desierto fue grande. Jesús no quería dejar marchar a la gente a sus casas de cualquier manera. Llevaban varios días con Jesús y las provisiones de aquellas gentes se habrían agotado. ‘…no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino…’ Sólo tenían siete panes y unos pocos peces. Pero el milagro se realiza. Todos comen hasta saciarse y hasta sobrarán siete cestas llenas.

Es la imagen de lo que significa la presencia de Jesús y de su salvación. Lo anunciado por el profeta y lo realizado por Jesús en el desierto es cómo quiere Jesús que sea nuestra vida con El, lo que los que creemos en El tenemos que hacer de nuestra vida y en bien de nuestro mundo. Esas tienen que ser las características del Reino de Dios que tienen que brillar en nosotros.

Esto lo decimos y lo estamos pensando mientras realizamos nuestro camino de Adviento y nos preparamos para la Navidad. Y no es sólo que nos preparemos para que en esa noche de Navidad hagamos una hermosa cena en familia. Lo cual también es bueno. Sino para que ese espíritu que resaltamos ahora en la navidad sea algo normal y corriente todos los días de nuestra vida, precisamente en razón de esa fe que tenemos en Jesús de quien nos decimos sus discípulos y seguidores.

Podría suceder que esa noche se tenga una hermosa cena y todos brindemos con alegría, pero luego el resto del año nuestra casa no sea un hogar verdadero sino algo así como una pensión a la que vamos en determinados momentos a comer o a dormir. Tenemos que hacer que en verdad nuestras casas sean hogares, donde nos sintamos a gusto, nos reunamos para comer o para estar juntos, vivamos el calor y la comunión de sentirnos familia; y esto no sólo en algunas ocasiones sino como norma y estilo de nuestra vivir.

Y decimos de nuestros hogares, pero decimos de nuestro mundo, de nuestra sociedad. Porque nos llamamos cristianos, creemos en el Dios que se hace hombre y al que vamos a contemplar nacido en Belén en la próxima Navidad, tenemos que lograr esa armonía, esa hermosa convivencia, esa paz en ese mundo concreto en el que nos movemos, entre nuestros amigos, con la gente con la que trabajamos, o con la que nos tropezamos todos los días.

Pongamos un poco de ese vino de solera, para que la vida en verdad sea esa festín de amor que Jesús quiere hacer de nosotros. El nos ayudará a superar todas esas cosas que son obstáculo para la convivencia y el amor. El sanará las heridas que se puedan ir produciendo en nuestro corazón. El será nuestra fuerza y nuestra vida para hacerlo realidad en nosotros cada día.

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